Columna de Carlos Meléndez: Contexto más que texto



Se sabe que en Chile las élites han perdido capacidad de dirigir a la sociedad. Más allá de simpatías pasajeras, no hay una oferta elaborada por la clase política que gane resonancia entre los chilenos de a pie. Cuando se propuso un proceso constituyente como salida a la crisis del estallido social, parecía un reflejo oportuno. Pero a la luz de lo recorrido, fue apenas un guiño momentáneo.

En contra de lo que quisieran dichas élites, proponer un borrador de carta magna -sea progresista o conservador- parece encaminado a la indiferencia de las mayorías. Hay razones ligadas a la complejidad del documento a plebiscitar (su multidimensionalidad, su tecnicismo), pero también relacionadas con la dinámica política propia de un presidencialismo heredero de una política bicoalicional. Ha predominado la lógica “ejecutivo versus oposición”, turnándose los protagonismos en la dirección del proceso y, aparentemente, en las derrotas. Criterios como el partido encargado de la elaboración o de la crítica de este terminan siendo importantes al momento de votar por el documento consultado.

En un estudio experimental de opinión pública que realizamos con mi colega Ezequiel González-Ocantos (Universidad de Oxford) sobre los determinantes de las preferencias por el cambio constitucional en el referéndum del 2022 -y publicado recientemente en Comparative Politics-, encontramos que aquel texto propuesto no fue irrelevante pero tampoco dominante a la hora de decidir entre el Apruebo y el Rechazo. A diferencia de lo que se supone en el debate político, hallamos una polarización asimétrica: quienes se identificaban con la izquierda y estaban decididamente a favor del proceso 1.0, se guiaron por los principales “issues” del borrador (sistema de pensiones público, plurinacionalidad, fortalecimiento de las protecciones medioambientales). Pero quienes se posicionaban en la derecha -y que terminaron votando en contra-, fueron en general indiferentes a los puntos presentados en el borrador (salvo preferencias por estado unitario). Es decir, el texto importó asimétricamente: sí para quienes votaron Apruebo, pero fue inocuo para quienes marcaron Rechazo. Estos últimos, se guiaron por factores contextuales, como el apoyo resuelto del Presidente Boric, su gobierno y su coalición (no casualmente autodenominado Apruebo Dignidad) al primer proceso. Es decir, decidieron oponerse a lo que proponía la élite (progresista).

Poco ha cambiado, en la dinámica del debate sobre el proceso constituyente, un año después. Se mantiene la lógica gobierno/oposición impregnando la discusión constitucional. Nuevamente, el texto parece importar más al activista partidario que al chileno promedio. Pero hay un elemento nuevo: una suerte de efecto cansancio que podría llevar a muchos a votar A Favor no por convicción sino para terminar de una vez con el largo limbo político en el que nos encontramos. Hemos pasado de la aspiración refundacional a “salvar la baja” y lo que debió representar la autoridad moral de una ciudadanía movilizada se ha convertido en un trámite engorroso más. Veremos si es suficiente para darle la vuelta a los pronósticos que, por ahora, dicen las encuestas, anticipan una nueva derrota de la élite, esta vez, la del campo conservador.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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