Columna de César Barros: “Schadenfreude”

El presidente de Revolución Democrática, Juan Ignacio Latorre, junto a la directiva del partido, presentan una querella en el Ministerio Público en contra de todos quienes resulten responsables de los hechos ocurridos, referidos a los convenios suscritos entre el Seremi de Vivienda de Antofagasta y la Fundación Democracia Viva. Foto: Francisco Paredes / Agencia Uno.
El presidente de Revolución Democrática, Juan Ignacio Latorre, junto a la directiva del partido, presentan una querella en el Ministerio Público en contra de todos quienes resulten responsables de los hechos ocurridos, referidos a los convenios suscritos entre el Seremi de Vivienda de Antofagasta y la Fundación Democracia Viva. Foto: Francisco Paredes / Agencia Uno.


En alemán se dice “Schadenfreude”; nosotros no tenemos esa palabra, que significa la alegría propia por la desgracia ajena. Algo así como decían Les Luthiers: lo importante no es ganar, sino que pierdan los demás. Y en Chile, la “Schadenfreude” es un vicio nacional atávico. Los castellanos lo trajeron, y al parecer, los pueblos originarios lo hicieron crecer.

Lo malo de la corrupción es que está en la naturaleza humana, y se requiere mucho respeto, principios y honor para no caer en ella. Y cuando un grupo lo hace y el tema se destapa, los adversarios se alegran: “ellos también son como nosotros”. Unos se coluden, otros pagan sobresueldos, pero los que parecían ser blancos y puros, resulta que eran tan grises como los demás. Y eso los alegra: “¡empatamos! Por fin”.

Pero debiera entristecernos a todos que la juventud, donde está el idealismo, las ideas nuevas, tiene las mismas mañas de los viejos y los no tan viejos. Solo cambia la tecnología para la plata fácil. No son un grupo de capitalistas gruñones y avaros que se ponen de acuerdo para armar un juego suma cero a su favor, tampoco empresarios sin visión que imponen contratos abusivos. Esta vez ha sido más fácil: de la noble institución de las fundaciones, de gran beneficio, algunos audaces descubrieron que se podían usar para estafar -y en forma burda- a todos los chilenos. Se descubrió, con la rapidez de un rayo, una nueva tecnología para hacerse del botín del Estado chileno. Y gracias a la codicia e inventiva de jóvenes revolucionarios, ahora les cayó la Contraloría no solo a ellos, sino lamentablemente a los buenos, con todo el costo, el empapelamiento y el tiempo que ello toma.

Se van a encontrar muchos casos más. Como dicen en el campo, “cuando se pilla a un ratón, es que hay nueve más”. Porque el caso de Democracia Viva es un alarde de audacia, chapucería y ordinariez. Seguro que hay muchos más, elaborados por mentes más agudas y de procedimientos “más prolijos”.

Y en vez de alegrarnos por las heridas de RD, tenemos que lamentarnos por tener que incluir a un nuevo grupo de chilenos al club de la corruptela y del abuso del poder que la democracia les entregó. No hay que “empatar”, ni menos sentir la “Schadenfreude”. Es el momento de repensar cómo evitar que los grupos políticos de turno se apoderen del Estado como un botín. Es el momento -como escribió Óscar Guillermo Garretón en La Tercera- de “expropiar el Estado” para que sirva a todos los chilenos y no a grupos de interés. Y ahora que estamos en el proceso de hacer una nueva Constitución, es el momento exacto para acordar la condena constitucional a la corrupción, al amiguísmo, al “pituto” y al descontrol en el uso de los impuestos que todos pagamos. Y una alerta a quienes quieren un nuevo “pacto fiscal”: nunca va a haber voluntad de pagar más impuestos, si el Fisco no hace un esfuerzo serio por tener un Estado eficaz, eficiente y probo.

En Finlandia se pagan más impuestos, pero sus calles son seguras, su educación pública es impecable y no hay listas de espera en sus hospitales. Y si no fuera así, los finlandeses, noruegos y suizos, seguramente no estarían dispuestos a pagar impuestos para financiar a grupos como los de Democracia Viva, o más bien dicho, a los vivos de la democracia.

Por César Barros, economista

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