Columna de Gonzalo Mardones: Reconstruir los cerros de Viña del Mar



Hace algunos años, y luego de visitar los cerros de Valparaíso en medio de la catástrofe chilena más grande de un incendio urbano, escribí una columna sobre la necesidad imperiosa de intentar nunca más vivir este horror. Para ello planteábamos que reestablecer el equilibrio necesario requería de olvidar el concepto de “dominar la naturaleza”, que ha sido lo propio del hacer en estos cerros devastados post-incendios de nuestras ciudades. Toda vez que ella, la naturaleza, será siempre más poderosa, requerimos habitar en y con ella, pero en conciencia y arquitectónicamente. Advertimos en esa oportunidad, y desgraciadamente así sucedió ahora nuevamente, que intentar resolver el tema de este drama con la simple y habitual solución de volver a sembrar casas de la irracional e inconsciente manera que se realizó luego de esta desgracia, volvería a dejar vulnerables a las familias que han vivido los horrores más nefastos por la irresponsabilidad del hacer sin conciencia.

Cabe preguntarse, ¿qué tendrá que pasar en Chile para que como sociedad nos hagamos cargo de esta inconciencia que atenta contra la vida y contra uno de los más elementales derechos humanos, a saber: el derecho a la ciudad y el derecho a la vivienda? Valparaíso y Viña son ciudades de cerros, de plan y mar que pueden y deben volver a ser fácilmente de las ciudades más hermosas y seguras, con gestiones que apunten a realizar lo más simple, cual es entender que la naturaleza es algo con lo que debemos vivir, respetar y saber convivir armónicamente.

Hay que saber tratar con mucha precisión y respeto a la naturaleza y adorarla como a una buena madre. Lo fundamental es encontrar rápidamente, pero con la mayor urgencia y conciencia, la coincidencia de lo esencial de cada uno de esos cerros y lugares a intervenir. Se nos presenta nuevamente como país una gran oportunidad de realizar las cosas bien y, por esto, tan importante es priorizar el bien común, cuestión fundamental, pero que al parecer hemos olvidado como sociedad aturdida por tanta irracionalidad y tontería.

Los espacios entre las casas y entre los edificios pertenecen a lo común, al necesario bien común, por tanto, el pensar y diseñar esos espacios en los lugares vulnerables es tan importante como las propias construcciones de las viviendas quemadas. En nuestro país, que debe derrotar la pobreza y alcanzar el desarrollo, la defensa de lo común debe ser realizado con la mayor urgencia, implicando a las comunidades, entendiendo lo propio de cada lugar, aunando a muchos que entienden que no se trata de cuestiones difíciles si no de una simple respuesta a lo más esencial del quehacer humano, el habitar y en forma digna.

Como sociedad estamos paralizados frente a esta urgente realidad y solo sabemos reaccionar, afortunadamente con buen espíritu y solidaridad, frente a los desastres reales de las catástrofes, en los cuales siempre están afectadas las familias de menos recursos económicos y, por tanto, de más vulnerabilidad. Sin embargo, la historia nos demuestra que la eficacia no tiene que ver principalmente con lo inmediato ni con los recursos, tiene mucho que ver con una dimensión ética pero también estética sobre todo en momentos de crisis como él actual. La búsqueda de una mejor calidad de vida en los llamados “cerros de Valparaíso y Viña del Mar” y de otras ciudades propias de la abrupta geografía de nuestro país, requiere de simples y eficientes decisiones que hoy se convierten en exigencias imprescindibles. Llegó la hora de frenar estos desequilibrios de nuestras ciudades si pretendemos llegar al desarrollo al que aspiramos como país.

El incendio de Valparaíso del 2014 fue considerado por los historiadores y expertos como el incendio urbano más grande de nuestra historia como país. El Estado chileno se ha convertido en el mayor degradador creando y permitiendo periferias de marginalidad urbana con resultados nefastos por todos conocidos. La desvinculación de la preocupación del bien común, del espacio común y de la buena arquitectura en las viviendas sociales es un hecho real y la responsabilidad es, qué duda cabe, de todos como sociedad, pero principalmente de las políticas de los organismos públicos que han dejado fuera de acción el campo de lo especifico de las ingenierías y de la arquitectura, delegando este tema fundamental a un accionar del sector público muchas veces sin conocimientos técnicos o a las resoluciones políticas de corto plazo que nos transforman en una sociedad desconcertada y vacilante solo propia de la barbarie. Esta voluntad y urgencia de imaginar una arquitectura y por tanto una ordenación que sea consecuente con cada lugar de por sí es a saber una proeza valiosa y debe tener cabida en cualquier sociedad culta. Proyectar para dar cabida al bien común puede entenderse como la capacidad de conjugar las leyes del espacio con las leyes propias de la naturaleza y este hacer compositivo del espacio público surge de la observación o bien del hallazgo; condición básica del hacer bien del ser humano.

Por último, no se trata de simplemente eliminar las plantaciones de casas en las quebradas, al contrario, se trata de, junto a expertos, resolver el tema con precisión y justeza que es la principal tarea de la arquitectura y de las ingenierías. Ni el propio Estado, ni los arquitectos, ni los ingenieros, son héroes ni salvadores sociales, pero sí a los tres les cabe revindicar el poder transformador que la buena arquitectura tiene junto a la necesidad de renatularizar esos paisajes desolados hibridando naturaleza y construcción. Al parecer llegó el momento de que, con voluntad política desde arriba, mandatado desde quienes nos gobiernan se vuelva a trabajar con la especialidad de nuestros profesionales como sucedió ejemplarmente en mandatos de varios presidentes, especialmente en el reciente Chile de los siglos XIX y hasta parte del siglo XX y no dejar cuestiones de urgencia de la mano de la baja política propia de grandes anuncios sin fundamento alguno.

Por Gonzalo Mardones, arquitecto

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