Columna de Jorge Atria: Los apellidos del crecimiento

Actividad en el centro de Santiago.
Actividad en el centro de Santiago. Foto: Agencia Uno.


Los frutos del crecimiento en Chile y en la mayor parte del mundo desarrollado no llegan a todos por igual. En la reciente experiencia internacional, cuando los países crecen, la mayor parte de los beneficios llega a los grupos superiores. La respuesta para alterar este resultado es el Estado, sin importar si quien lo gobierna es de izquierdas o derechas. El Estado, a través de la combinación de impuestos, gasto social y regulaciones, es el que reduce la mala distribución del crecimiento, logrando que toda la población y no sólo la parte privilegiada aumente su calidad de vida.

En Chile, el crecimiento se distribuye especialmente mal. En el periodo 1990-2003, cuando el desempeño económico nacional fue descollante, el crecimiento (medido como crecimiento del ingreso per cápita del hogar) fue bastante parejo en toda la población (diferenciada por deciles), como muestra un trabajo de Osvaldo Larrañaga y Juan Pablo Valenzuela (2011). Es decir, en dicho periodo el alto crecimiento económico no significó una reducción de la desigualdad.

Luego, entre 2003 y 2013 ocurrió el denominado “boom de los commodities”, en que aumentaron los precios de las materias primas. Este periodo fue clave para el país por el alto valor internacional del cobre. El reciente trabajo de Mauricio de Rosa, Ignacio Flores y Marc Morgan (2022) muestra nuevamente el caso problemático de Chile para este periodo. El crecimiento benefició a la mayoría de la población en casi toda Latinoamérica…. excepto en Chile, Colombia, Costa Rica y México. Más aún, lo que obtuvo el 1% superior superó al promedio de la población sólo en Chile, México y El Salvador. Por ende, fue un crecimiento “para los de arriba”.

Finalmente, como muestra un estudio de Andrea Repetto (2016), cuando se observa el umbral económico que Chile ya alcanzó (medido mediante el PIB per cápita) y su nivel de desigualdad (medida mediante el coeficiente de Gini) se revela que no existe otro país que haya logrado tal nivel de desarrollo con una desigualdad tan alta. Esta anomalía habla de la dificultad de la fórmula chilena para lograr que el crecimiento sirva los objetivos de la población en general. Es esto lo que tiene al Banco Mundial y a la OECD hablando hace años de un crecimiento con apellidos específicos –”crecimiento inclusivo”, “prosperidad compartida”-, y a los mejores diseñadores de políticas públicas pensando iniciativas que hagan a los países crecer y distribuir mejor simultáneamente.

Los países desarrollados han logrado esto con Estados con más recursos, efectividad y eficiencia, que funcionan bien para objetivos de gobiernos de izquierdas y derechas. En este debate, Chile vuelve a ser anómalo: hay quienes creen que sólo aumentando la eficiencia o la efectividad va a bastar. Sin embargo, tales caminos no sirven. Con todo el dinero del mundo un estado ineficiente va a lograr resultados mediocres. Inversamente, con toda la eficiencia del mundo, un estado con pocos recursos no va a lograr un crecimiento incluyente ni una prosperidad bien distribuida.

Esto nos lleva a la última anomalía. En Chile algunas voces refieren al estado como si fuera el más ineficiente el mundo. Pero esto no es así: si se compara con países latinoamericanos y europeos resulta que no es el más ineficiente, y que sus indicadores de eficiencia y control de corrupción y malgasto lo sitúan como el mejor o entre los mejores de América Latina, y en posiciones medias o positivas comparando con países desarrollados (ver indicadores del Banco Mundial, el Foro Económico Mundial o la CEPAL). La lectura correcta de esto es que Chile tiene grandes desafíos de eficiencia, control y transparencia (el tema convenios lo deja claro)… pero en un contexto internacional en que su Estado presenta niveles razonables -y a ratos adecuados- de desempeño.

Quienes plantean que Chile sólo necesita crecimiento para progresar, deberían entonces explicar con qué apellidos. Es decir, qué crecimiento concretamente servirá para revertir la mala distribución de los beneficios que ha caracterizado a Chile en las últimas décadas, incluso en momentos de bonanza. De lo contrario, todo parece indicar que la alternativa es la que ha seguido todo el mundo desarrollado: mayores impuestos y capacidades fiscales para que los beneficios no sean sólo para unos pocos.

Jorge Atria, investigador del COES/UDP.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.