Columna de Rafael Sousa: Batalla cultural en Vitacura

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La muestra del artista Arturo Duclos en Vitacura, que con fondos de la corporación cultural de esa comuna exhibe elementos del estallido social, nos ha devuelto a la discusión sobre qué limites debe respetar el arte y cuánta tolerancia es exigible a la audiencia. Además, los argumentos de los detractores de esta exhibición han agregado otra controversia: si es que los gobiernos -locales o de cualquier tipo- deben fijar una línea editorial respecto del arte.

En lo esencial, una democracia liberal debiera permitir la expresión artística en un sentido amplísimo. También promoverla. Esto, por supuesto, no significa ausencia de límites, pero implica que la línea de lo inaceptable debiera estar lejos y muy justificada. Por eso, una muestra puede provocar discordia, incomodidad, polémica, disgusto o rechazo, sin cruzar ese límite. De hecho, tanto el arte como la democracia suelen fortalecerse cuando esto sucede, siempre que la provocación se inscriba en lo que nos hace diferentes como individuos o como grupo de pertenencia, y no en las bases que habilitan la existencia de una comunidad política.

Así, debiéramos aceptar que una expresión artística choque con nuestra opinión política particular, pero no con los principios que hacen posible la convivencia democrática. En este punto, parte de quienes rechazan la muestra acusan una apología a la violencia de la que fuimos testigos en 2019. Si eso fuera cierto, esta se debiera clausurar ya que, en nombre de la democracia, no estamos obligados a tolerar expresiones que violan su esencia. Este no es el caso. De la exhibición artística de elementos y mensajes que efectivamente se usaron con fines violentos, no se puede deducir un elogio a la violencia.

Pero ¿es aceptable que parte de los recursos destinados a cultura en una municipalidad, sean gastados en una muestra contraria a la sensibilidad política de la mayoría de sus vecinos? Justamente, en esto radica buena parte de su valor democrático. Esta misma exhibición promovida por una municipalidad cuyo alcalde reivindique todas las dimensiones del estallido social, merecería las críticas propias del uso propagandístico o de la imprudencia (no la censura).

Quienes han manifestado su rechazo al contenido político de la muestra de Duclos, actúan en pleno derecho. Quienes encuentran en esto un motivo suficiente para exigir su censura, debieran pensarlo dos veces. Quizás no distinguen la tolerancia de la cobardía, y ven este episodio como parte de la “batalla cultural”, esa que beneficia sólo a quienes la promueven y donde abunda la batalla tanto como escasea la cultura y las ideas. Al contrario, libertad sí merece defensa. Siglos atrás, Maquiavelo ya destacaba la mejor época de Roma como aquella en que cada uno podía expresarse libremente. Esto no sólo nos habla de su valor -y del arte como una de sus mayores expresiones- sino de lo frágil y excepcional que ha sido en la historia.