Columna de Josefina Araos: Gloria o vergüenza

REUTERS/Rodrigo Garrido


Esta semana el diputado Jaime Naranjo rindió homenaje en su cuenta de Twitter a la intervención de 15 horas que realizó en la Cámara de Diputados hace un año atrás. El objetivo de la puesta en escena fue dar tiempo para que el entonces parlamentario Giorgio Jackson alcanzara a votar el nuevo intento de acusación constitucional contra Sebastián Piñera. El diputado lo recuerda como un acto heroico, “solo posible gracias a la unidad de las fuerzas políticas de Chile”, que sirve de “ejemplo para avanzar en las reformas que Chile necesita”. Su lectura es cuando menos curiosa, considerando que su performance no tenía relación alguna con las reformas exigidas por la ciudadanía, ni mostró unidad en torno a nada relevante. Se tiene en alta estima el diputado, quien muestra como gloria lo que debiera ser motivo de vergüenza.

Pareciera innecesario detenerse en esta declaración ante los acuciantes desafíos que enfrenta nuestro país, pero la superficialidad esconde a veces señales más profundas. Finalmente, son este tipo de gestos los que refuerzan las denuncias de grupos disruptivos que acusan una política ensimismada y autorreferente. Enceguecido con la supuesta épica de su acto, Jaime Naranjo no advierte conexión alguna entre su triste performance y el arrastre ciudadano que empiezan a cobrar ciertas agendas. Casi en los mismos días de su conmemoración, el Partido de la Gente anunció la iniciativa que busca poner fin a los discursos en sala en el Congreso, expresión de formas políticas obsoletas que no conducirían más que a burocracias innecesarias. Podrá estar alicaído el PDG después de lo ocurrido esta semana en la elección de presidente de la Cámara, pero ideas como esa no dejan de tener impacto, pues apelan a un extendido malestar con las formas tradicionales de la política. Y en eso sostiene el PDG su crecimiento. ¿Qué mejor evidencia para justificar el fin de esos discursos que el despliegue de Naranjo, donde uno de los actos más elementales del trabajo legislativo queda reducido a una estrategia vacía sin ningún contenido sustantivo? En el gesto de hace un año, el diputado solo entrega material para legitimar propuestas que debilitan nuestras estructuras políticas.

Todo esto nos revela la dinámica que suele haber detrás del surgimiento de lógicas que luego se etiquetan como populistas o corrosivas del orden institucional, ante las que vemos tanta denuncia y escándalo por parte de la clase política que se ve amenazada por ellas. Se olvida que las bases para su llegada se sientan mucho antes, promovidas por los propios actores que después se quejan de sus efectos. La desconfianza ciudadana que grupos como el Partido de la Gente reivindican con éxito no es inventada por ellos, sino solo constatada y potenciada. El recelo responde a la performance de los que estaban antes, espectáculo que abre sus puertas a quienes hoy llegan a desordenar el tablero, distanciando a un electorado que ya no encuentra en sus propuestas nada relevante.

Los temas que hoy concentran nuestra atención, como las urgencias sociales, la delincuencia o la continuidad del proceso constituyente dependen del fortalecimiento de una política que, para el estallido, quedó completamente debilitada. Que los actores que buscan profundizar su crisis no tengan eficacia depende de que nuestros representantes encarnen la rehabilitación de la misma. Pero actos como los de Naranjo, los retiros previsionales, las alianzas meramente instrumentales para aislar a aquellos que asegurarían acuerdos estables nos recuerdan que, por momentos, unos y otros se han vuelto aliados en el empeño por debilitar las bases de nuestra vida común.

Por Josefina Araos, investigadora del IES

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