Columna de Marcelo Mella: El dilema identidad y estrategia en la derecha



En lo que queda del gobierno del Presidente Gabriel Boric, la oposición de derecha debiera considerar como una tarea principal resolver el conflicto entre identidad y estrategia que en la actualidad divide al sector entre “duros” y “blandos”, en base a lecturas diferentes de la crisis política de 2019, como del nivel de respaldo electoral de cada uno de estos dos espacios.

Para el espacio político de los “duros” habitado por republicanos e independientes próximos, la tesis del desplazamiento hacia el centro desde la elección donde participó Lavín el 2020 y profundizada por los dos gobiernos de Piñera, sacrificó la identidad fundamental de la derecha, por tanto, la proyección electoral futura del sector debiera a todo evento permitir la restauración de la matriz conservadora. La creencia sobre la efectividad de esta tesis se apoya en los 3.650.088 votos obtenidos por José Antonio Kast en la segunda vuelta de 2021, que, aunque no permitió ganar la Presidencia, sí mostró que, bajo ciertas condiciones, el electorado de derecha podría estar disponible para votar por una alternativa no liberal.

En cambio, para los “blandos”, donde se ubica Chile Vamos y los sectores liberales de la derecha, existe apertura para adaptar la oferta programática a las reformas institucionales que demanda una sociedad plural construida en la coexistencia de la democracia y el mercado. Para estos grupos, la proyección político electoral de la derecha presume conquistar al electorado del centro político tal como lo muestra el diseño estratégico de las dos presidencias de Sebastián Piñera. El precedente de los 3.796.579 votos obtenidos en la segunda vuelta de 2017 por Piñera muestra un camino viable para la competitividad de esta fórmula.

La consolidación de estos dos espacios en la derecha, también refleja cuales son las mayores amenazas para el sector. Si se impone el diseño político de la derecha “dura”, la mayor amenaza es la sobreinterpretación del capital electoral de Kast o de los resultados de la elección de consejeros constitucionales en el 2023, lo que podría conducir a radicalizar el discurso identitario conservador y con ello, sacrificar la competitividad electoral. Eventualmente, en caso de ganar el gobierno podría generar una Presidencia sin mayoría parlamentaria y aislada en una agenda restauradora. Por su parte, la imposición de la tesis de los “blandos”, podría aumentar el riesgo de debilitar los mínimos comunes programáticos de la derecha por una propensión desmedida a la “promiscuidad electoral” y las diásporas que se han observado en los últimos años en un sector que se ha caracterizado por su histórica inconsistencia ideológica.

En cualquier caso, los dos espacios políticos de la derecha de cara al ciclo electoral 2024 y 2025 no deberían descansar en la creencia que el fracaso del actual gobierno significa asegurar el triunfo de sus propios liderazgos. La tesis leninista de “cuanto peor, mejor”, aun cuando constituye una fantasía poderosa, no producirá un beneficio directo para las candidaturas de la derecha, salvo que el propósito sea impulsar liderazgos outsiders, con trayectorias por fuera del sistema. La derecha debiera abandonar los espejismos y los cantos de sirena, mirando con más atención el rol del electorado de centro que ha sido una piedra angular en la estabilidad institucional de la democracia chilena. Considerando los cinco años que el país ha transitado por una profunda crisis política y económica, es probable que predomine en el comportamiento electoral la aversión al riesgo. Si esto es así, la votación mayoritaria a nivel presidencial favorecerá nuevamente en 2025 a las opciones moderadas, reflejando una vez más que Chile no cambió con el estallido social.

Por Marcelo Mella P. Analista político y académico del Departamento de Estudios Políticos de la Usach

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