Columna de Pablo Ortúzar: Chile y la Guerra Tibia



Fue advertido que la retirada de Estados Unidos desde Afganistán tendría consecuencias globales. A ningún imperio en la historia le ha salido gratis dar muestras de debilidad. Donald Trump firmó en 2020 un “acuerdo de paz” con los talibanes, auspiciado por China y Rusia, y Joe Biden supervisó la retirada final, a mediados de 2021. Desde entonces, ese grupo de rústicos fanáticos -que odian a las mujeres y a la música casi tanto como a Occidente- quedó a cargo. Todo, con llamativos aplausos de diversos sectores del “progresismo” del mundo civilizado. En Chile las porras talibanas las lideró el comunista Manuel Riesco, coreado por mucha juventud pañuelo verde.

Estados Unidos se mostró, entonces, débil y polarizado, y Occidente, moralmente fracturado. Se hizo nítido que la nueva izquierda identitaria estaba dispuesta a dejar de lado su cacareado compromiso con los derechos humanos y la causa feminista, así como a celebrar a grupos terroristas y potencias extranjeras, con tal de hacerle daño al orden establecido. Los regímenes ruso y chino –embarcados en su agenda “multipolar”-, olieron sangre en el agua.

Entre 2020 y 2021 hubo cinco golpes de Estado en cuatro países africanos: Malí, Sudán, Níger, Chad y Malí (de nuevo). En 2022 hubo dos más en Burkina Faso, y en 2023 le ha tocado a Níger (x2) y a Gabón. Arde el África subsahariana, y Francia ve el ocaso de su poder poscolonial en manos de líderes militares simpatizantes de Rusia o China. En julio de este año, mientras Rusia bombardeaba sin parar los puertos de cereal ucranianos de Odesa y Mikolaiv, Vladimir Putin recibió a 49 delegaciones africanas y 17 jefes de Estado en Moscú, ofreciéndoles relaciones comerciales y ayuda gratis, especialmente a Burkina Faso y Malí.

La extendida invasión de Ucrania por Rusia (con renovadas porras del PC chileno), de esta manera, ha evidenciado e intensificado una lucha de desgaste en todo el tablero entre el orden hegemónico estadounidense y sus distintos enemigos. El brutal ataque terrorista de Hamás en contra de Israel, que desestabiliza la situación en todo el Medio Oriente y ha dado otra oportunidad a la nueva izquierda para exponer su hipocresía, es sin duda parte de este escenario, así como el nuevo choque entre Azerbaiyán y Armenia por la región de Nagorno-Karabaj. Conflicto, este último, donde Rusia opera como mediador y titiritero.

Un gran mal se cierne, de esta forma, sobre el mundo. Con la economía global todavía lesionada por la pandemia, Estados Unidos indeciso, los valores democráticos en picada, China y Rusia jugando al desafío hegemónico y el cambio climático -que implica hambrunas y migraciones masivas- como telón de fondo, es evidente que vivimos tiempos peligrosos. Cualquiera que haya leído sobre otros momentos de declive o tropiezo imperial lo sabe.

En tal situación, que exige a los países cerrar filas todo lo posible para evitar volverse escenario de esta Guerra Tibia, el lujito de la izquierda chilena con el proceso constitucional es imperdonable. Luego de que las derechas cedieran posiciones en toda la mesa, lo que fue reconocido por Amarillos y Demócratas, el oficialismo decidió seguir desahuciando el proceso, con Verónica Undurraga liderando un berrinche tan falso como mezquino. Su cálculo de corto plazo es no cargar el muerto si la propuesta final es repudiada, como indican hoy las encuestas. ¿Pero cuál es el de mediano plazo, dado que tampoco quieren cerrar el asunto constitucional? ¿Una improbable votación de la propuesta de los “expertos” en el Congreso? ¿Promover otro estallido social, durante un próximo gobierno de derecha, para usar el caos como escalera de nuevo, tal como han propuesto Stingo y Jadue?

Apostar por profundizar el enfrentamiento y la división interna, en este momento de desequilibrio planetario, es apostar por un incendio incontrolable. Si ese es el camino que la izquierda le ofrece hoy a Chile, están actuando contra los intereses patrióticos más básicos. La agenda del Partido Comunista, que parece ser promover el desorden interior e importar el conflicto internacional, a ver si ganan algo, es suicida. ¿Qué confusión intelectual y moral hace que el resto de la izquierda se sienta atraída por ella?

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