Estirando la cuerda



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

¿Qué hace pensar que el propósito de la Convención es que la nueva Constitución funcione? ¿Por qué creer que el objetivo es elaborar una Constitución como siempre se la ha entendido?

Estas dos dudas debieron plantearse hace rato; de haberlo sido, el apoyo del Apruebo y la composición de los miembros de la CC hubiese sido distinto. Se confiaron en los dos tercios, en la separación de poderes, en que un Senado y Poder Judicial seguirían impidiendo vientos refundacionales, que Chile se mantendría una unidad, que alguna izquierda aparecería para “moderar”, en fin, que una nueva Constitución permitiría canalizar la calle y evitar otro desborde tipo 18-O. Siguen apostando a esa línea quienes dicen estar pensando en la posibilidad de votar Rechazo si las mayorías de la Convención persisten en lo que están.

Dado que esta lógica no conduce a nada que ya no sepamos, por qué no volvemos a las inquietudes antes desechadas, reparamos en cómo el derecho funciona en la práctica y, de ese modo, admitimos la posibilidad de que no todo esté zanjado.

Un escenario es el que describen Murillo, Levitsky y Brinks en La Ley y la Trampa en América Latina (2021), muy en la misma línea de que “la ley se acata pero no se cumple”, recurso que viene esgrimiéndose desde la colonia y que la extensa casuística que el libro recoge, confirma. En nuestros países, después de todo, cunden los estados débiles, algunos fallidos, las leyes son a menudo puramente decorativas, se sabe o espera incluso que no se cumplan. Por cierto, los autores no son tan burdos en suponer que arbitrios y trampas sirvan solo a unos y no a otros. Valen en potencia tanto para potentados y sus empresas, para burocracias públicas ineptas y corruptas, para activistas progresistas, o simples reaccionarios. Si algo se conoce de abogados es que abarcan todo el abanico, defienden litigios como sea, y están más que dispuestos a validar que “el debilitamiento institucional puede ser una estrategia política” (subtítulo del libro). El derecho falla, es eficaz hasta por ahí no más, y los historiadores debemos recordarlo.

Otro escenario, compatible con lo anterior, es que los convencionales estén empeñados en un fin maximalista ideológico: terminar de una vez con constituciones como siempre las hemos tenido. De ahí que no importen los equilibrios de poder, que lo que vale es empoderar, aun a riesgo de convertir a mayorías en tiranas, aplastando al resto. ¿Aun cuando eso signifique que la Constitución no llegue a funcionar en la práctica? Justamente lo que permitirá que presionen a un Ejecutivo dispuesto a pasar a llevar con todo y hacer sus causas efectivas, dictadura mediante. Ese llega a ser nuestro caso, y la Constitución es solo una excusa. De paso olvidémonos que el plebiscito de salida vaya a ser el fin de nuestros conflictos.

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