Juan Manuel Vial



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Cuesta hablar de los amigos en las columnas. Manuel me podría haber ayudado -sabía mucho de cómo escribir y mantener viva la amistad- salvo que esta vez toca hablar de él, y se nos ha ido cruelmente antes de tiempo. Le habría causado gracia pasar a la categoría de “biografiado”. Era asiduo lector de todo, en especial de vidas ajenas. En dos ocasiones distintas me regaló libros con que andaba en ese momento, o quizá me los trajo intencionalmente pensando que me gustarían: una biografía de Richard Francis Burton, traductor de Las mil y una noches, y las cartas del historiador Hugh Trevor-Roper de 33 años a un Bernard Berenson de 82, desde Oxford a Villa I Tatti. Lo cual, ahora que hago la asociación, me recuerda el entrañable cariño, sin edades de por medio, que tuvo Manuel hacia Germán Marín. Es que mientras hubiese libros, cigarrillos (cantidades a veces) y podía disponerse de un rato junto, la conversación no paraba.

Seguía incluso. Era cuestión de leerlo el fin de semana: la reseña que había escrito en La Tercera, las entrevistas publicadas por ahí y por allá, las traducciones para Ediciones UDP (John Byron, Lytton Strachey, Ford Madox Ford, Oscar Wilde) y, ahora último, los largos ensayos dedicados a libros novedosos sobre los más diversos temas en Revista Cruciales online. Recuerdo un lector que me preguntó qué tipo de persona era; le había impactado un reportaje que hizo desde Idaho. “Hace exactamente 50 años, Ernest Hemingway se voló la tapa de los sesos en su casa de Ketchum”, así comenzaba. Ojalá haya quedado algo del libro que planeaba escribir, si le entendí bien, sobre Ezra Pound en St. Elizabeths. Manuel era modesto, quizá por lo tímido aunque, si se enojaba, hacía valer su estatura. Me cuento entre los agradecidos a quienes defendió, y varias veces.

Conozco a Manuel desde antes que naciera, un poco como ahora que sigo conociéndolo aunque haya muerto. Lo digo por su familia e historia. Un ambiente chileno “a la antigua” (es que “Chile cambió”); anticlerical y librepensador, pero en torno a muestras de arte colonial religioso no solo profano del siglo XVIII, cazuela y hojuelas al almuerzo, y en que se hablaba de todo sin frenos, también del Código Civil (Víctor, su padre, es quien mejor lo maneja en Chile probablemente). Me quedé con la bala pasada, eso sí, porque nunca nos pusimos de acuerdo en ir a la casa de la abuela en Pirque para ver la escopeta de su antepasado José Miguel Carrera a quien debe haberse parecido. A dicho caldo de cultivo Manuel agregó de propia cosecha la fascinación por la literatura en inglés, Washington DC, travesías en velero que cruzan el Atlántico (en que él alguna vez piloteó y nos tuvo en ascuas) y naufragios en mares del sur. Consuelo de historiador, me perdonarán, esto de que los muertos no mueren, siguen vivos.

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