La crisis de 1982: a 40 años de una crisis gemela



Por Carlos Budnevich y Ángel Soto, académicos de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de los Andes

El 14 de junio de 1982 se precipitó en Chile una debacle que se convertiría en una crisis gemela, cambiaria y bancaria. Incubada debido a la fijación del tipo de cambio en $39 durante junio de 1979, abarató artificialmente los bienes importados y el endeudamiento externo, produciendo una fiesta del consumo y una trayectoria de crecimiento de la deuda externa insostenible. Fue la antesala del terremoto económico financiero de enero de 1983, el más grande desde la gran depresión de 1929.

La fijación del tipo de cambio, de la mano de una fuerte entrada de capitales, generó un creciente e insostenible déficit de cuenta corriente, reflejo del exceso de gasto de la economía y que en 1981 alcanzó un 14,3% del PIB, convirtiéndose así en una bomba de tiempo.

La mantención del tipo de cambio nominal fijo tenía como propósito constituirse en el ancla nominal antiinflacionaria que permitiera que la inflación doméstica convergiera a niveles internacionales y también para reducir el riesgo cambiario al que previamente se exponían los distintos sectores productivos. Sin embargo, produjo una significativa pérdida de competitividad del sector transable considerando que el tipo de cambio real se apreció un 30% entre mediados de 1979 y mediados de 1982, pero también dificultó el ajuste del tipo de cambio real al alza.

La situación asfixió al sector exportador y sustitutivo de importaciones, cuyos ingresos no crecían por la fijación del tipo de cambio y sus costos aumentaban por los reajustes de salarios.

A lo anterior se sumó el incentivo al endeudamiento externo en dólares, por el menor costo inicial del financiamiento externo y por las expectativas iniciales de mantención del tipo de cambio fijo, estimulada por las autoridades económicas de la época.

El mencionado exceso de gasto requería la aplicación de un importante ajuste macroeconómico, que se tornó aún más urgente e inevitable ante el alza de las tasas de interés internacionales, el incremento de las expectativas de devaluación producto de la creciente pérdida de credibilidad en el régimen cambiario, la caída en el precio del cobre y la interrupción en la entrada de capitales.

Afrontar esta realidad requería dos cosas: una contracción en el gasto de la economía, en particular en el sector privado y un aumento en el tipo de cambio real.

Con un tipo de cambio fijo esto implicaba la aplicación del mecanismo de ajuste automático, mediante una contracción de la cantidad de dinero y un incremento en la tasa de interés para reducir el gasto de modo de producir una caída de los precios domésticos a fin de depreciar el tipo de cambio real y recuperar la competitividad. Sin embargo, con salarios nominales reajustados por inflación pasada, este mecanismo provocó una significativa caída en la actividad económica y cuantiosas pérdidas al sector productivo altamente endeudado a elevadas tasas de interés, cuyo resultado traería numerosas quiebras de empresas

El 14 de junio 1982 el gobierno abandonó el tipo de cambio fijo y el mecanismo de ajuste automático, anunciando una devaluación nominal del 18%, lo que significó que el dólar se cotizó a $46. Esto significó una reducción de la presión alcista de las tasas de interés locales, un aumento de la inflación doméstica del 9,5% en 1981 al 20,7% en 1982; además de tener que afrontar la pesada mochila de la deuda externa privada que fue asumida por el país.

A fines de ese año, el dólar prácticamente se había duplicado y rozaba los $70.

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