La ironía de la inclusión étnica en un estado plurinacional



Por María José del Solar, profesora investigadora de Faro UDD

Durante el siglo XX, la historia mundial fue testigo de sistemas estructurales de diferenciación étnica acarreados por dinámicas sociales de siglos anteriores, jerarquizando las sociedades según clases de ciudadanos en base a su etnia o color de piel. La esencia de ello radicaba en definir a las personas según su pertenencia a determinado grupo étnico, y no a su condición de ser humano.

El Estado plurinacional, propuesto en la nueva Constitución chilena, sugiere que los pueblos originarios han de tener derecho al autogobierno, generando así, de manera inevitable, clases de ciudadanos definidos por su etnicidad.

Esto es precisamente lo que fundamentaba la ideología racista del Apartheid de Sudáfrica en el siglo XX, donde las personas categorizadas como “negros” no eran consideradas sudafricanas, sino que su nacionalidad correspondía a las distintas reservas territoriales en que se encontraban sus orígenes étnicos.

Por ello, el gobierno sudafricano proclamaba invertir en dichos territorios para promover el desarrollo de instituciones democráticas, buscando asegurar en ellas la independencia política de estos pueblos originarios.

El objetivo declarado en el discurso del Apartheid consistía en favorecer la unidad nacional de los pueblos originarios, proteger sus intereses étnicos y políticos y mejorar sus condiciones de vida, al mismo tiempo que deportaban a millones de sudafricanos de sus hogares.

Con la propuesta de un Estado plurinacional nos aproximamos a esta misma lógica que dio pie a las atrocidades cometidas en el siglo XX: vulnerar el principio ético de igualdad de trato al categorizar a los ciudadanos según su pertenencia étnica.

La ironía que se produce en los principios de la inclusión étnica, que busca fomentar el Estado plurinacional, radica en que se debe diferenciar para igualar. Es en aquella diferenciación donde aparece la fragilidad que puede dar pie a ideologías racistas, en cuanto nuestra condición humana pasa a segundo plano.

Si bien la mayoría de las naciones del mundo están compuestas por una diversidad de culturas étnicas, tal como lo reconocen países como Suiza, Bélgica, Nueva Zelanda y Australia, la diferencia con un Estado plurinacional es que las personas se mantienen en la misma condición de ciudadanos ante una ley común. En Bolivia y Ecuador, en cambio, el Estado plurinacional explicitado en sus constituciones se materializa en sistemas Jurídicos diferenciados para las denominadas naciones indígenas.

Uno de los casos más exitosos de inclusión étnica es el de Nueva Zelanda que, por medio de tratados y políticas públicas, ha solucionado conflictos étnicos arrastrados desde hace siglos, fortaleciendo la cultura, cosmovisión y economía de su población indígena. En particular, los maoríes cuentan con derechos a la representatividad en el sistema político, a ser consultados por el Ministerio de Conservación, a un Tribunal de Justicia dedicado a enmendar las vulneraciones al tratado original entre los euro-descendientes y maoríes, a elementos geográficos declarados como valores culturales, y a programas de apoyo para la creación y el desarrollo de iniciativas productivas sugeridas por los mismos maoríes.

Este caso ejemplar nos permite visualizar la diferencia entre el desarrollo de mecanismos institucionales con la separación de naciones como respuesta a la inclusión étnica y reparación histórica. El primero reconoce ante todo la igualdad de nuestra condición humana, respetando e integrando la diversidad y diferencias culturales. El segundo ubica a la etnicidad por sobre la condición de ser humano, fundamento común con las ideologías racistas. Esto último corre el riesgo de corromper el propio espíritu que hay detrás de la inclusión étnica; generar condiciones igualitarias de vida y de derechos para todas las personas, independiente de su etnicidad.

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