La tragedia griega y el aplazamiento de las elecciones

Foto: Juan Farías

Democracia y salud no operan como compartimentos estancos, sino, por el contrario, la legitimidad de la primera (fundamentalmente de sus actores principales) impacta en la segunda y viceversa. ¿Por qué habría de obedecer una ciudadanía cansada y golpeada las restricciones impuestas por un sistema político deslegitimado?



El aplazamiento de las elecciones de abril ha abierto la caja de Pandora y de su interior han salido fantasmas de todo tipo. Desgraciadamente, el espectáculo no tiene nada de comedia y se parece más bien a la tragedia griega, donde hagas lo que hagas el precio debe pagarse.

Y como es propio del género trágico, podemos distinguir tres elementos:

1.- Presentación de la situación: una pandemia mundial, un estallido social, un gobierno con baja aprobación, un Presidente cuestionado, una oposición fragmentada.

2.- Nudo: la compleja decisión de postergar las elecciones que, no olvidemos, representan (entre otras muchas cosas) la salida institucional para canalizar el estallido social.

A dos semanas de las mismas, comienzan a levantarse dudas respecto de la viabilidad del proceso dadas las circunstancias sanitarias del país. El sistema político se activa. Izkia Siches enciende la mecha en un podcast. Fuad Chahin (aunque se haya retractado posteriormente) acusa al gobierno de sabotear el proceso constituyente. Marcelo Díaz retoma el arma de la acusación constitucional. Candidatos y partidos comienzan sus cálculos. El gobierno defiende su gestión y poco a poco aparece difusa y solapadamente la posibilidad de condicionar la aprobación del proyecto (más allá de las medidas razonables para garantizar la viabilidad del mismo). El ministro Bellolio se refiere a lo anterior como un “chantaje inaceptable”.

La mesa está servida: la salud de la democracia y la salud de las personas en juego.

3.- Desenlace: supone la caída en desgracia del héroe, la toma de consciencia y la catarsis (a la que el temor y la compasión son inherentes). Si bien no podemos adelantarlo, es factible predecir: la reforma se aprueba, la oposición encuentra un tablero compartido identificando de “manera colectiva y comunitaria” las medidas necesarias para la implementación de la misma. El gobierno las adopta (con un relato adecuado obviamente), apura la vacunación, cierra las fronteras, restringe los permisos y llega a mayo con números que den garantías.

¿Quién será el héroe en esta gesta? ¿Quién pierde y quién gana? ¿Se mueve el tablero político? Y nosotros, los espectadores, ¿qué aprenderemos?

Quizá sea hora de volver a recordar que la naturaleza humana es compleja y, por lo tanto, las decisiones también lo son. Democracia y salud no operan como compartimentos estancos, sino, por el contrario, la legitimidad de la primera (fundamentalmente de sus actores principales) impacta en la segunda y viceversa. ¿Por qué habría de obedecer una ciudadanía cansada y golpeada las restricciones impuestas por un sistema político deslegitimado? ¿Aumentarán la abstención y la apatía? En este sentido, ¿la “salida institucional” seguirá teniendo el mismo peso?

Los costos humanos y cívicos pueden ser enormes. Se vuelve imperioso no correr la carrera corta.

Quizá la clave pueda venir de la misma tragedia griega, de Antígona en concreto: “Es terrible ceder, pero herir mi alma con una desgracia por oponerme es terrible también”.

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