Nuestras provincias transparentes


En términos médicos, podríamos decir que el mundo está siendo sometido a la electrocardiografía de esfuerzo más exigente de los últimos decenios. De sus resultados dependerá saber quiénes tienen las aptitudes físicas, intelectuales y gubernativas para sobrevivir. Son aquellos que transmitirán, en su material genético, las instrucciones que van a determinar las características y las funciones del biotipo y de las estructuras de las próximas generaciones.

Cuestiones tales como la sostenibilidad del planeta, las energías del futuro y los alimentos de la población no atañen ni dependen solamente de los países centrales. Es allí donde aquellos “en desarrollo” tienen un papel importante para jugar, tanto más si se asocian y se combinan, de modo tal de evitar que otros lo jueguen por ellos. Miradas de este modo, las extensiones, la diversidad de climas y la variedad de ecosistemas se transforman en activos a los que es indispensable poner en valor. Y ello supone advertirlo, articularlo y conducirlo. Tarea de la política, entendida tanto como una plataforma de visiones, cuanto como un andamiaje de programas, comprometida con la noción de resultado.

Suelen decir los sociólogos que la incertidumbre se tolera menos que cierto nivel de hambre. Al parecer, es preferible, incluso, sentir nostalgia por vidrieras inaccesibles, que mirar almacenes vacíos. Y es que, dentro de la incertidumbre, siempre hay miedo. En el terreno de la supervivencia, la especie supone a lo que no conoce peor de lo que es. Por eso es que teme a una intemperie más inclemente, a padecimientos más rigurosos, a condiciones más descarnadas. Cuando nunca se lo ha cruzado, el diablo tiene dos colas y cuatro cuernos, porque el miedo mayor es el que crea la imaginación.

Los liderazgos genuinos son los que contagian un sentido de intención. Los que ofrecen marcos interpretativos del mundo; qué es lo común, qué lo necesario, qué lo deseado. Así, las personas, los ciudadanos y los dirigentes organizan su vida cotidiana y su futuro. Es sobre una visión con lo que se construye el proyecto personal, se modelan las expectativas y se organizan las asociaciones. Preguntarnos dónde deben enfocarse, mancomunadamente, Chile y Argentina, es elegir las piedras sobre las que seguiremos levantando las catedrales de una fraternidad forjada una vez más, ahora en los océanos, en cuyas agujas y pináculos sumergidos se enreden los alimentos, bajo cuyas bóvedas de crucería corra el agua marina sobresaturada de oxígeno, y a través de cuyos rosetones se acumule la fertilidad para alimentar otras bocas. La Madre Naturaleza es química, biología y física. También es banda ancha masiva de alta velocidad, es aprendizaje y es innovación. A Chile le dio sus mares australes con generosidad, y a Argentina los suyos. Pablo Neruda, en Piedras Antárticas, escribió: “Allí termina todo / y no termina: / allí comienza todo”. Nosotros miramos, los poetas ven.

Sólo un gran sentido de propósito empequeñece las diferencias. En otros años, hemos escuchado los productos verbales de lo que éstas provocan: “… la espesa mediocridad”; “dejemos a la oratoria latinoamericana sus bravatas y que los pingüinos aplaudan”; el país “no se dejará burlar ni despojar de territorios”, y otras frases así de antagónicas. No se trata tanto de ser -somos como somos-, sino más bien de hacer, para poder seguir siendo. Debemos ser capaces de producir más historia que la que podamos consumir, porque nadie se indigesta de osadía. No resultaría poca cosa que Chile y Argentina conformaran una minoría intensa en expansión, dentro de un mundo con su multilateralismo institucional en fuga. Cualquier cosa puede ser criticada; incluso los clavos de la cruz de Jesucristo. Lo verdaderamente difícil es concretar una obra.

Lo que los españoles llamaban Mar de Hoces y hoy conocemos como Pasaje de Drake es una vía de comunicación estratégica entre los océanos Atlántico y Pacífico. Asimismo, es para ambos la zona de origen de sendas corrientes frías que corren paralelas a los litorales americanos: la de Malvinas y la de Humboldt. Estas son las que explican el ciclo eco-sistémico y la reproducción biológica en ambas costas americanas hasta, al menos, la latitud ecuatorial. En los mares del sur tienen lugar procesos biofísicos y bioquímicos inconcebibles, que recién comenzamos a entender. Mientras nuestra comprensión ilumina esta zona del globo, también constatamos año a año el efecto devastador del calentamiento global sobre nuestros delicados equilibrios.

En este punto, hemos dado un paso conjunto, si es que cabe adjudicarnos la capacidad de caminar sobre las aguas: desde hace casi dos años, la Comisión Binacional Argentina-Chile de Cooperación en Investigación Científica Marina Austral reúne periódicamente a personas de ciencia, bajo los auspicios de ambas cancillerías, para avanzar una agenda común que permita aunar esfuerzos y multiplicar capacidades en el conocimiento de nuestros mares del sur.

El 12 de julio de 1947, los cancilleres Raúl Juliet Gómez y Juan Bramuglia firmaron la Declaración Conjunta en la que se reconoció mutuamente que ambos países poseían “indiscutibles derechos de soberanía en la Antártida”, en la zona polar denominada “Antártida Sudamericana”. Al año siguiente, el canciller de Chile, Germán Vergara, y el embajador de Argentina, Pascual La Rosa, acordaron el 4 marzo “… que ambos gobiernos actuarán de mutuo acuerdo en la protección y la defensa jurídica de sus derechos en la Antártida Sudamericana”. A 1906 se remontaban los primeros diálogos bilaterales acerca de las políticas polares. La historia, la geografía, la naturaleza y el derecho explicaron esta posición. Ambas naciones -en 1947- emitieron sellos postales coincidentes con sus reclamos territoriales. Todas las transformaciones tienen una etapa romántica, una agobiante y una radiante. Las dos primeras han sido transitadas. De nosotros depende colectar el fruto.

No podrían ser mejores los augurios que el romance y el agobio nos han legado. Nuestros países concurrieron, con la singularidad que les otorgaban sus declaraciones conjuntas, a la Conferencia de Washington, y desde entonces han trabajado codo a codo en la construcción del Sistema del Tratado Antártico. La prueba más reciente es la propuesta de Área Marina Protegida en el marco de la Comisión para la Conservación de Recursos Marinos Vivos Antárticos (CCRVMA), fruto del trabajo de los equipos científicos de los Institutos Antárticos nacionales. Esta iniciativa viene a sumarse al trabajo común de nuestros equipos binacionales de inspectores para supervisar el cumplimiento de las regulaciones del sistema en las bases de terceros países en las regiones que nos interesan primariamente y a la labor de la Patrulla Antártica Naval Combinada (PANC) y la Patrulla de Auxilio y Rescate Antártica Combinada Argentino-Chilena (Paracach), a los que habría que sumar la miríada de acciones y gestos de apoyo y solidaridad mutuos en la logística de nuestras respectivas bases que se repiten cada año durante las campañas estivales.

No hay tiempo para perder. El estrés desatado sobre el planeta, respecto de la equidad por los efectos de la crisis, y de las libertades civiles por los dispositivos para mitigar sus daños -un autoritarismo sanitario versión siglo XXI- nunca ha sido visto antes. No avanzar es retroceder. No se puede luchar por tener un lugar bajo la luz del sol, comportándonos como si las cosas nunca fueran a cambiar sobre la tierra. Este es el momento para que Chile y Argentina alcen sus miradas, en dirección a las aguas y los hielos del sur, nuestras provincias transparentes.

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