¿Se salvará la DC?

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De un tiempo a esta parte, no sin razón, columnistas de este diario y de otros medios han destinado sus análisis a establecer el fin de la Democracia Cristiana (DC). El tema no es menor pues se trata del partido más influyente en la historia reciente de Chile. Permítame entrar al debate, desde una mirada interesada, pero que no me inhabilita para opinar. Ingresé a la DC siendo estudiante universitario, hace más de 40 años, y no puedo ocultar mi profunda inquietud por la crisis que vive y cuya manifestación más dolorosa ha sido la renuncia de militantes con los que compartí muchas jornadas y a los cuales aprecio y respeto. Si permanezco en las filas de la DC es porque mantengo alguna esperanza que se produzca una reacción desde la base y en particular de quienes conducirán, que permita reencauzar el rumbo y renovar muy profundamente su mensaje a la sociedad.

La causa principal de la crisis del partido es el agudo debilitamiento de su identidad ideológico-política, la pérdida de una voz distintiva, el haber sacrificado su autonomía. Eso empezó hace varios años, pero se agravó en el gobierno de la NM, cuando la DC aceptó integrar una alianza cuya composición -específicamente la unión con el PC- fue incomprensible dentro y fuera de Chile. Esa alianza obedeció sobre todo a los condicionamientos electorales y dañó la fisonomía de la DC. La primera responsabilidad es nuestra por supuesto.

Quiero creer que la DC aún puede recuperar fuerzas. Pero eso la obliga a dejar de responder a las presiones oportunistas, por ejemplo, la creencia de que hoy lo más importante es preparar la elección municipal o de gobernadores regionales. O sea, supeditarlo todo los convenios electorales. Es así cómo hemos perdido credibilidad y autoridad. Lo primero es definir qué valores queremos representar en la sociedad. Y ello exige apostar por el humanismo consecuente, por la cultura de la libertad, por la denuncia de todas las dictaduras y el rechazo del populismo.

La DC debe propiciar el progreso sustentable y la solidaridad social. El crecimiento y la redistribución deben ir de la mano. Necesitamos una economía dinámica y un Estado que promueva la solidaridad. La DC debe dialogar con todos los sectores. Debe ser un partido propositivo, atento a las necesidades de una sociedad que ha cambiado en muchos sentidos y muestra rezagos sociales, culturales e institucionales.

La DC debe defender su independencia política. Eso no significa aislarse, sino sostener primero su propio perfil. Luego, llegará el momento de las eventuales alianzas con aquellas corrientes con las que haya genuinas coincidencias.

Debe asumirse una línea de oposición constructiva respecto del actual gobierno, que no dude en criticar sus insuficiencias y errores, pero al mismo tiempo muestre buena voluntad para cooperar con las políticas acertadas. La DC no debe dejarse arrastrar a la competencia por ponerle obstáculos al gobierno a cualquier precio. Necesitamos hablarle a Chile con propuestas serias, no demagógicas, fundadas en el bien común.

Solo de ese modo, el partido podrá recuperar la confianza de muchos ciudadanos y ofrecer un espacio de participación a las nuevas generaciones.

Así y solo así la respuesta al título de esta columna será; sí.

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