Morrissey está resfriado




I. Hagamos memoria. En el álbum anterior World peace is none of your business (2014), las noticias se concentraron en el estado de salud de Steven Patrick Morrissey (58). En su peculiar mundo con maneras de culebrón una gripe adquiere ribetes de enfermedad terminal. Los reportes hablaban de un cuerpo frágil. El retiro rondaba. "La única solución a la vista parece ser el arte de no hacer nada". El barullo mediático apenas pudo maquillar lo central: el primer título en cinco años era apenas discreto.

II. A comienzos de mes empezó a precalentar el ambiente con la suspensión de un concierto en California, la cuarta fecha de la gira promocional de este  disco. Se quejó del frío. Morrissey tiene un largo historial de shows cancelados. La causal salud figura en giras de 1991, 1997, 2009 y 2013. La mamá enferma, un clásico universal, fue motivo en 2012. Hace cuatro años en Perú casi lo mataron con su exquisita comida. Le hizo pésimo y no  hubo gira por Chile.

III. En paralelo agita aguas en otro terreno mediático siempre fértil: las declaraciones políticas. "Berlín se ha vuelto una capital de la violación", dijo, en un retorcido link a la política alemana de puertas abiertas a refugiados e inmigrantes. La multiculturalidad del Viejo Continente es un error para el cantante que reside en Los Angeles, un crisol de razas.

IV. Estos giros argumentales del personaje los conocemos desde hace mucho, son parte de su encanto de villano romántico de teleserie. Pero en esta era de extrema corrección política vociferante en redes sociales, estiró la cuerda al manifestar dudas sobre las acusaciones de abusos sobre Harvey Weinstein y Kevin Spacey. "Cancelado" es el término ad hoc para tacharlo públicamente, como esas pegatinas de los servicios de salubridad en sitios tóxicos. 

V. Justo aparece este nuevo álbum que tal, como el anterior, es producido por Joe Chiccarelli (The Strokes, Café Tacuva), y Morrissey efectivamente tiene algo así como un fuerte resfrío artístico. Nada terminal pero algunas de sus capacidades parecen afectadas. En Low in high school escasean los buenos coros, las melodías para aferrarse, y la intensidad dramática conjugada en una banda aceitada y poderosa. 

VI. Las canciones tantean terrenos sin destino, decorados de mal gusto -los desagradables gritos que rematan My love, I'd do anything for you, el preludio de 56 segundos de ruido de grillos en I bury the living-, y unos acercamientos desabridos a la world music -The girl from Tel-Aviv who wouldn't kneel-. Las letras combinan mensajería política con intimidad, como si hubiera lanzado versos al aire a la manera de esos viejos concursos de cartas en televisión, para luego coger líneas al azar. "Deja de ver las noticias / porque las noticias intentan asustarte / para hacerte sentir pequeño y solo / para hacerte sentir que tu mente no es tuya", aconseja en Spent the day in bed, donde alaba las bondades de flojear. Se muestra más preocupado del relato que de las formas -Israel, una perorata con piano, violín y redobles marciales-, y así los temas redundan en bocetos. Para Morrissey el amor por las palabras ha superado el amor por la música, y en ese desequilibrio nos quedamos con un paso en falso y una obra acalambrada. 

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