A la Luz de la Luna

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El segundo largo de Barry Jenkins es más que La La Land, que deslumbrante y todo es una película sobre cierto tipo de películas que ya no se hacen.


A uno que creyó por un segundo que el incidente de la estatuilla a Mejor película era otra chunga de la jornada del último Oscar, y que luego no podía creer lo que estaba pasando, se le imponía rever Luz de Luna (vista antes entrecortadamente y sin mucho entusiasmo).

En lo anecdótico, para refrendar que el segundo largo de Barry Jenkins es más que La La Land, que deslumbrante y todo es una película sobre cierto tipo de películas que ya no se hacen. En lo que importa, para reponderar sus méritos a la luz del inesperado y accidentado fenómeno en el que ha venido a convertirse.

Los hitos que marca Luz de Luna son varios y son significativos: una cinta de US$ 1.500.000, la primera de director y reparto afroamericano completo en ganar el Oscar de los Oscares; también, la primera en conseguírselo a un actor musulmán, Mahershala Ali.

Y si alguien quisiera venderle su argumento a un eventual productor, debería mencionar varios ítemes en la línea de lo que hoy llaman la sensibilidad cultural: la historia de Chiron (Alex R. Hibbert, Ashton Sanders, Trevante Rhodes), un chico negro de un barrio negro y pobre de Miami; retraído y tímido, expuesto al mundo de la droga, partiendo por su propia madre. Un doceañero que ya al final de la secundaria, dada su orientación sexual, enfrenta la violencia de otros compañeros, afroamericanos como todos en su entorno,

La película, como dijo un crítico local, tiene todos los hits de la diversidad, la aceptación y la buena conciencia. Vale. Pero hay que ir a sus méritos y deméritos. Y constatar que no es ni de lejos la porno-miseria de Precious; tampoco, una película LGBT en el sentido que la acelerada y fascinante Tangerine lo es. Es una película dolorida sobre el autoconocimiento, sobre la paternidad y su ausencia, sobre la experiencia del rechazo y sobre el remanso que significa el perdón.

Acaso por sus subrayados líricos, o por depender más del texto que de la situación concreta cuando el drama arrecia (el filme deriva de una obra teatral), Luz de Luna no es la película irreprochable y fenomenal que pudo llegar a ser. Pero es una película de fuste y es bien loco, no política sino artísticamente, que haya llegado donde llegó, incluyendo las salas locales (donde pocos la verán, aunque al menos se verá). He acá una obra atmosférica y nocturna, eficazmente articulada. Una película que destila sinceridad, frontalidad y convicción. Recuerde el lector que el Oscar lo han ganado celofanes como El artista o Birdman. Recuérdelo y luego vea si le da una oportunidad.

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