Almendra: la lágrima de mil años

almendra 1969
Almendra.

El 29 de noviembre de 1969, RCA Viktor comenzaba a distribuir el disco debut de la banda de Luis Alberto Spinetta, Edelmiro Molinari, Emilio Del Guercio y Rodolfo García. Una historia de los sesenta que, medio siglo después, todavía sigue formulando preguntas.


Qué atrevidos. El 28 de marzo de 1968, dos jóvenes aprovecharon un festival en el Teatro Payró para abordar a uno de los productores más importantes de la Argentina. Ninguno había cumplido veinte años, su banda nunca había tocado en vivo y jamás siquiera habían pisado el umbral de un estudio de grabación, pero tenían otra cosa. ¿Cómo se llama la mezcla de convicción con talento y sintonía planetaria? Ah, no tiene nombre. Los jóvenes sí que tenían nombre (Luis Alberto Spinetta, Emilio Del Guercio) y la banda, por cierto, también: se llamaba Almendra. Es posible que la hayan escuchado nombrar.

Dos días después, Ricardo Kleiman se bajó de un Chevrolet Camaro y tocó el timbre en Arribeños 2853. Era una situación extraordinaria. Ese hombre no solo era el heredero de una de las sastrerías más importantes de Buenos Aires y el responsable del exitoso ciclo radial Modart En La Noche, sino que tenía un altísimo predicamento sobre las autoridades de una discográfica multinacional como RCA Viktor. Lo guiaron hacia la habitación más grande y allí, rodeado por el rudimentario equipamiento de su tiempo, la banda tocó una versión en inglés chapuceado de "¿Adónde vas, Marie Sue?". Kleiman no perdió el tiempo. Apenas terminó de sonar el último compás, planteó un dilema (¿castellano o inglés?) y un contrato. "Era el sueño del pibe —recuerda Rodolfo García, en el libro Crónica e Iluminaciones de Eduardo Berti—. No lo podíamos creer. Nos propuso trabajar con Horacio Malvicino o con Rodolfo Alchourrón. Elegimos a Alchourrón y a los pocos días apareció con un cuadernito y un lápiz para tomar nota y trabajar con nosotros".

El camino hacia el long play fue luminoso. Kleiman compró los equipos usados de The Tremeloes y, mientras el cuarteto grababa sus primeros simples, le propuso a Spinetta componer una tanda de canciones para el dúo de Bárbara & Dick. Después del fogueo veraniego entre Mar del Plata y el festival peruano de Ancón, debutaron oficialmente el 24 de marzo de 1969 con un concierto en el Instituto Di Tella. No era un sitio cualquiera. El Di Tella, en ese preciso momento, era uno de los epicentros del gran sismo cultural de los sesenta: ahí mismo, mientras la dictadura de Juan Carlos Onganía apretaba su tenaza moral, Marta Minujin capturaba la sonda generacional con sus happenings y Spinetta cantaba para perforar el hielo de la gran ciudad.

Con los tres primeros simples y "Muchacha (ojos de papel)" en el bolsillo, el 11 de abril entraron a los estudios TNT para grabar las primeras dos canciones destinadas específicamente a su disco debut: "Ana no duerme" y "Plegaria para un niño dormido". Ahí, en el primer piso de Moreno 970, había alguna novedad: una flamante consola de cuatro canales que expandía las posibilidades de los técnicos. Aunque estaban ensayados hasta la exasperación, los Almendra aprovecharon el envión tecnológico para liberar (hasta ahí nomás: los Beatles ya estaban grabando en ocho canales) sus ideas más espontáneas. "Recuerdo la forma perfecta en que funcionaba el grupo —dice el técnico Tim Croatto, en el libro Tu tiempo es hoy—. Desde el punto de vista personal, tenían un aplomo muy notable. Como instrumentistas eran muy seguros. El que se destacaba bastante y me parecía que era un poco más quisquilloso que los demás del grupo era Edelmiro Molinari. Rodolfo tocaba sin ser espectacular, sin gran sonido, sin hacer ninguna locura, pero era funcional, un metrónomo, un tipo muy eficaz. La parte creativa estaba en manos de Spinetta. Yo tenía un bloc de dibujos: venía y se quedaba horas en el estudio, solamente para estar en el ambiente. Y dibujaba —era un buen dibujante—, cosas extrañísimas, surreales. Entonces Spinetta era como el ángel de la cosa".

Distribuidas un poco al tun tun, las sesiones se espaciaron hasta el comienzo mismo de la primavera. Almendra comenzó a ganar millas y roce con sus colegas (compartió festivales como el Beat Baires y Pinap junto a Los Abuelos de la Nada, Moris, Manal, Litto Nebbia, Vox Dei) pero nunca perdió de vista su material. Atesoradas en el estudio, las cintas quedaban a buen resguardo y solo eran escuchadas cuando alguno de los ejecutivos de RCA Viktor quería ponerse al tanto de los avances. "Muchacha" era su as de espadas, aunque para entonces también corría el rumor como un reguero de pólvora. "Almendra fue un impacto —recuerda Croatto—. Nosotros hablábamos sobre ese grupo, entre los técnicos".

El 2 de octubre, después de la célebre sesión dedicada a "Laura va", el grupo comenzó a bocetar el acabado final del long play. Distribuyó las canciones según una curiosa taxonomía (tres grupos de canciones marcados por un símbolo: ojo, lágrima o una suerte de flecha o sopapa) y Spinetta entregó el dibujo para la portada. "Yo había hecho un original súper laburado —decía Luis, en el libro de Berti—. Los tipos de la grabadora nos empezaron a bicicletear, diciendo que no sabían dónde estaba. Nosotros no íbamos a permitir que el disco saliera sin eso. Yo tenía el dibujo bien claro en mi cabeza, y me fui a casa y lo hice de nuevo. No queríamos dejar las cosas en manos de tipos mediocres de la empresa, que hacen tapas de discos como si fueran chorizos".

¿Qué batalla estaba librando Almendra? Ahí donde cualquier otro artista hubiera cedido (una tapa, el orden de las canciones, la soberanía sobre los arreglos), Spinetta se afanaba como un perro de presa. Desde afuera, podía verse como una lucha desigual: un histórico sello multinacional versus un conjunto local y debutante de música joven. Almendra, sin embargo, ganó la pulseada por su integridad artística. Por su libertad. La mañana del 29 de noviembre de 1969, RCA Viktor comenzó a distribuir un álbum que era exactamente como lo habían concebido esos cuatro muchachos de Bajo Belgrano. No es un detalle menor: Almendra no se parecía a absolutamente nada.

Irradiados por la enseñanza de Revolver, Almendra ya no copiaba la estética de los Beatles sino su ética: aceptaba, como diría el crítico Simon Frith, "la tensión entre lo que somos y lo que queremos ser". Desarticulada frente al microscopio, su cadena de ADN admitía una continuidad con la música porteña (el lirismo barrial del tango-canción, el folklore de proyección de Waldo de los Ríos, las exploraciones de Piazzolla), pero el disco aterrizó en las bateas de Buenos Aires como si fuera un auténtico OVNI.

Sin una vara para medirlos, la crítica penduló entre la indiferencia, el elogio o la mera estupefacción. "Almendra es un conjunto argentino que comienza a destacarse del resto de sus colegas por su originalidad tímbrica y su mesura expresiva —decía la reseña de Clarín—. Revela ingenio, buen gusto y talento para la música popular. Los temas son buenos en general y algunos excelentes, mientras que la letra de cada uno no presenta igual nivel, con el agravante de estar deficientemente fusionada con la métrica musical".

Después de todo, ¿quién se creía ese tipo para cambiar los acentos de las palabras? A la distancia, la respuesta más prosaica es la más perfecta: ese tipo se creía Luis Alberto Spinetta.

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