¿Cuál es el mejor disco de The Rolling Stones?

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The Rolling Stones.

Los incombustibles Stones son la materia dispuesta para una nueva batalla musical entre los críticos de Culto. ¿Cuál es el mejor disco de los Rolling Stones? Mientras uno elogia Exile on Main St., el otro aplaude Aftermath.


Exile on Main St.: final de temporada

Por Andrés Panes

Capaz que me eche encima a los apologistas del rock clásico, pero creo que Exile on Main St. es el último disco vital de los Rolling Stones y que todo lo publicado por la banda después de 1972 es menos relevante y de menor calidad. Con una mano en el corazón, por mucho que me gusten lanzamientos posteriores como Some Girls o Emotional Rescue, son obras en las que el grupo se vio forzado a seguir las tendencias imperantes para conservar su popularidad, y al final del día no pesan tanto en la construcción de su leyenda. En la etapa más tardía, lo mismo: hay canciones estupendas en Voodoo Lounge o A Bigger Bang, pero son solamente ecos al lado del estruendo que causaron en los sesenta. Exile on Main St. para mí es el final de una temporada que se inició el 64 y que tomó un vuelo imparable tres años después. Todo lo que ocurre entre Their Satanic Majesties Request y Sticky Fingers es superlativo, y esa saga de cinco títulos se ve coronada por un sexto disco que, si bien fue publicado a comienzos de los setenta, incluye material concebido desde 1969 en adelante, en paralelo a las sesiones donde se cocinaron los magistrales Let It Bleed y Sticky Fingers.

La leyenda dice que Exile on Main St. es el fruto del trabajo de los Rolling Stones en una mansión francesa que arrendó por un par de años Keith Richards, durante el exilio fiscal que tuvo a la banda arrancando de Inglaterra para evitar impuestos. Era un lugar enorme, lujoso y cercano al mar, con 16 habitaciones en las que durmieron invitados como Eric Clapton, John Lennon y Yoko Ono, Faye Dunaway, William Burroughs y un montón de otras figuras estelares de la época. Se pasaba tan bien ahí que Richards recayó en todos sus vicios y se cuenta que dividía su tiempo entre la inconciencia y la concentración absoluta. Todos los integrantes del grupo vivieron en aquella lujosa casa, excepto Mick Jagger, muy concentrado en su emergente carrera como miembro del jet set, un tanto enceguecido por los focos. La dirección artística, entonces, quedó en manos del parrandero guitarrista, un adicto funcional que lograba ser productivo a pesar de su enfermedad y que recuerda la creación de Exile on Main St. de una forma muy distinta a la de Jagger. El guitarrista defiende el mito, mientras el cantante le baja el perfil. A mí ese desencuentro siempre me ha fascinado.

Tarantino podría basar una película si quisiera en la sabrosa versión de Richards, con la mansión rodeada de traficantes acechándolo para venderle drogas y la policía coimeada para evitar su arresto. Jagger, un tipo más práctico y mucho menos melómano que su compañero, no tiene tantos recuerdos dignos de ser llevados a la pantalla grande. Yo creo que la verdad está al medio de lo que cuentan los dos porque, revisando los créditos, nos encontramos con que Exile on Main St. fue ensamblado con partes de distinta procedencia, y muchas de esas piezas no son de origen francés. Es más, varios temas ni siquiera fueron tocados por integrantes del grupo: la mitad de los bajos son de Bill Plummer y no de Bill Wyman, el productor Jimmy Miller ejecuta la batería en "Happy" y "Shine a Light". Aun así, lo primero que visualizo al escucharlo es la banda reunida en el caluroso y húmedo sótano de Richards, un lugar tan incómodo que supuestamente habría originado "Ventilator Blues" y que los Rolling Stones alimentaban de electricidad robando corriente de las vías ferroviarias. Podría jurar que están dando un show en mi pieza cuando le subo el volumen al disco, cuya mezcla, muy criticada por Jagger porque su voz está un poco más hundida de lo habitual, es una de mis características favoritas porque exalta la dimensión colectiva de la banda.

Exile on Main St. es el broche de oro de una racha imposible de emular incluso por los propios Rolling Stones, un disco que concentra todo lo que hicieron bien y que explora la música estadounidense con maestría alternando entre el blues, el country, el rocanrol y el gospel siempre desde una perspectiva que yo llamaría onírica si no supiera que se debía, en gran medida, al estado menos que lúcido de Richards, que a pesar de todo imprimió con fuerza su huella en el disco y por eso defiende tanto la historia en torno a su gestación. Para mí, esta suerte de collage es la más perfecta síntesis de lo que son los Rolling Stones: unos seres mitológicos que, como tantos artistas indispensables, difuminan las fronteras donde la realidad se convierte en ficción.

Aftermath: qué lata es hacerse viejo

Por Nuno Veloso

Estuve a punto de decidirme por Sticky Fingers, mi segundo favorito de los Rolling Stones. Pero creo que es un deber recordar que, antes de convertirse en la banda de estadios comandada por esa boca gigante –no la de Mick, sino que el logo diseñado por John Pasche que se convirtió en su estandarte desde 1971-, los Stones bebían primariamente del soul y el R&B y estaban creciendo rápidamente influidos por los Beatles para (re)volcarse en la experimentación y la psicodelia.

Si el sexópata y áspero –no falto de toques de melancolía- Sticky Fingers fue el primer disco sin participación alguna de Brian Jones tras su muerte y estaba decorado por ese retrato desfachatado hecho por Andy Warhol de la entrepierna de su muso Joe Dallesandro (nota: el mismo cuya parte superior aparece en la portada del debut de los Smiths, por lo que es posible juntar a modo de jugarreta ambas imágenes), pues Aftermath marca el estallido de la curiosidad y musicalidad de Brian, así como de la soltura de Richards y Jagger en la composición, anotándose su primer álbum sin versiones.

Hostigados por su manager, Mick y Keith probaron componiendo canciones para otros intérpretes –como "As tears go by", en voz de Marianne Faithful- hasta que soltaron la pluma e incluso anotaron un hit eterno en su simpleza y visceralidad como "(I can't get no) Satisfaction". Tras ello, y como recompensa al esfuerzo, Aftermath marcó el equivalente al Rubber Soul beatlesco en su carrera. Editado con un año de desfase respecto al disco en que Harrison introdujo el citar en la paleta de los Fab4 –en "Norwegian Wood"-, Brian Jones decidió contrarrestar ocupando también uno en el single "Paint it black" (que aparece en la versión norteamericana del álbum) y sumarle dulcimer a "Lady Jane" y "I am waiting" (utilizada con maestría décadas después por Wes Anderson para musicalizar su glorioso filme Rushmore); marimbas en "Out of time" y en ese hit incombustible llamado "Under my thumb"; y algo de koto en "Take it or leave it".

Las letras de Jagger, rebosantes de la misoginia que sería tradición en el cancionero Stones por los álbumes siguientes, tendría como fin el establecimiento de un personaje, una encarnación de clichés que se balancea entre la venganza personal contra sus amantes y la denuncia de un cierto tipo de hombre, un animal grotesco e insatisfecho. La apertura del disco en su versión original británica, con "Mother's little helper", delinea al respecto un cierto encuadre. "What a drag it is getting old" ("Qué lata hacerse viejo"), lamenta Jagger con su voz friccionada. Se trata de una canción que denuncia la adicción de las madres a los estupefacientes –como el Valium-, sobrepasadas y subyugadas por un patriarcado que no da respiro. Sonando como un sitar, las guitarras de Jones y Richards hacen un duelo conjunto de slide sobre el pulso machacante de Watts y el bajo levemente distorsionado de Wyman, despachando tensión.

"Kids are different today, I hear every mother say. Mother needs something today to calm her down…Men just aren't the same today, I hear every mother say. They just don't appreciate that you get tired. They're so hard to satisfy" (Los niños son diferentes hoy, escucho decirlo a todas las madres. Mamá necesita algo para calmarse… Los hombres no son los mismos hoy, escucho decirlo a todas las madres. Simplemente no aprecian que te canses. Son difíciles de complacer), canta Mick. Y da el contexto para todo el resto de sus líricas.

Junto con aquella gema de apertura y el soul detonante e infeccioso de "Under my thumb", otro punto alto de estas primeras catorce canciones de autoría total de los Glimmer Twins, es el blues árido de "Going home", que a medida que se va extendiendo rumbo a los diez minutos de duración se va convirtiendo en un drone hipnótico y torcido, cambiando el latido del Mississippi por un mantra amenazante, con Jagger gritando al borde de la obsesión. Esta es una banda creciendo con ímpetu.

Si "High and dry" presagia la línea más directa de las placas post-Jones como Beggars Banquet, es en la deliciosa trilogía de despecho compuesta por "Out of time", "I am waiting" y "Take it or leave it" que la dupla encuentra un nicho para la melancolía que rescatarían en clásicos como "Ruby Tuesday", "No expectations", "Wild horses" o "Angie". Si bien a los Stones les faltaba mucho para hacerse viejos, es en Aftermath, su primera obra maestra indiscutida –y el mejor ejemplo de la importancia trascendental de Brian Jones-, que los caballos salvajes ya tenían claro el camino. Y desde este preciso hito hasta el fin de los años setenta, nada los podría alejar de él.

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