Mariana Enríquez: contarlo todo

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Llega a librerías Nuestra parte de noche, la ambiciosa novela con la que Mariana Enriquez acaba de ganar el Premio Herralde. Una historia de casi 700 páginas, en que la narradora argentina despliega todos los atributos que la han convertido en una de las escritoras latinoamericanas más leídas y elogiadas de los últimos años: un relato lleno de familias perversas y rituales satánicos.


En el centro de esta historia hay una familia oligárquica argentina y una sociedad secreta. También hay dos casas espeluznantes y una fuerza sobrenatural, arbitraria, que inevitablemente desembocará en el mal. En el centro de todo, Argentina y su historia: la violencia, los desaparecidos, la política y el dinero, los cuerpos y los fantasmas, la impunidad. Y en el borde -en el comienzo-, un padre y un hijo que avanzan por una carretera, hacia el norte del país, en plena dictadura. Así empieza Nuestra parte de noche (Anagrama), la nueva y premiada novela de Mariana Enriquez (1973): un padre y un hijo viajan por la carretera, rumbo a la casa de los abuelos maternos del niño -la familia Bradford-, cerca de la frontera con Brasil. Van a vivir un ritual espeluznante. Los Bradford buscan la vida eterna y los necesitan a ellos, a ese padre y a ese hijo, quienes tienen el poder de ser médiums de una sociedad secreta, la Orden, que los contacta con esa fuerza sobrenatural que es la Oscuridad: la única forma de conseguir la vida eterna.

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Lo que sigue es un viaje alucinante y perturbador, un viaje al fin de la noche, en el que los lectores -a lo largo de casi 700 páginas- se encontrarán con un escenario terrorífico: casas embrujadas, niños perdidos, fosas clandestinas, zoológicos humanos, imbunches, fantasmas, la Oscuridad, el Londres de los 60, algún cameo de David Bowie, cuerpos mutilados, cuerpos raptados, familias decadentes, niños deformes, huesos desperdigados por el mundo, sacrificios, rituales, San La Muerte y San Huesito, Argentina bajo dictadura, Argentina en los 90, el sida, la política, la oligarquía transandina y el mal.

Después de haber publicado dos libros de cuentos deslumbrantes, como son Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego, Mariana Enriquez cierra con esta nueva novela un universo que abrió con esos relatos: el terror que se filtraba en esas historias -y que las volvía inolvidables-, ahora se desborda y da paso a un libro que inventa sus propios códigos, su propia realidad.

"Es su novela más ambiciosa y brillante", dijeron en Babelia, de El País. Y en El Cultural, de El Mundo, fue elegido el libro de la semana: "Enriquez ha escrito un novelón inabandonable, de los de pasar un par de noches insomne hasta llegar al final. Luego, acabarlo sigue sin ser abandonarlo, porque entonces se despliegan ante el superviviente todas las posibilidades interpretativas de esta historia de familias perversas, sectas malignas y rituales sangrientos".

Cuando se hizo público el fallo del Premio Herralde en noviembre pasado -por el cual la escritora argentina recibió 18 mil euros-, uno de los jurados tuiteó: "Seiscientas 80 páginas de Mariana Enriquez ganan el Herralde de Novela. No saben lo que les espera, amigos".

Y sí, tenía toda la razón.

*

Mariana Enriquez no tiene lectores: tiene fans.

En 2018 vino a Chile, tuvo tres actividades y las tres actividades estuvieron repletas de seguidores que se habían leído todos sus libros, que le pedían firmas y fotos, y que comparten con ella una estética, un mundo. No hay ningún otro escritor latinoamericano de su generación que produzca eso en los lectores. Y esa relación empezó con su primera novela, Bajar es lo peor (1995), que publicó cuando tenía 22 años y que le cambió la vida: pasó de ser una muchacha medio perdida a aparecer en programas de televisión. Fue un golpe. Por eso, luego guardó silencio, desapareció del mundo y nueve años después publicó su segunda novela, Cómo desaparecer completamente (2004), aunque fue con Los peligros de fumar en la cama (2009) que su nombre irrumpió en la escena literaria argentina: esos cuentos le dieron un lugar y un prestigio. Después la ficharía Anagrama, publicaría Las cosas que perdimos en el fuego y sus cuentos se traducirían a más de 15 idiomas.

Sin embargo, todo este éxito, todo este ruido, a ella no la perturba, no la cambia. Mariana Enriquez vive en Buenos Aires, imparte clases de periodismo, es subeditora de Radar, en Página/12, y escribe en sus ratos libres, en el tiempo que le roba al trabajo y al sueño. Y fue así como escribió Nuestra parte de noche: abrió un archivo Word y empezó a llenar páginas y a llenar páginas hasta que en un momento se dio cuenta de que llevaba muchísimos caracteres y que esta vez, a diferencia de sus cuentos y sus otras novelas, lo que quería hacer era contarlo todo: "Al principio no me senté pensando que iba a ser muy larga -cuenta Enriquez desde Buenos Aires-. Después tuve que cortar casi 200 páginas. Porque en un momento entrás en una especie de locura. Esta novela es una novela donde tirás de todo y el asunto es hasta dónde tirás, hasta dónde vamos con la historia de ese personaje secundario… Fue muy importante, en ese sentido, que la leyeron varios amigos y me ayudaron a editar".

Empezó a escribirla en 2016 -de hecho, en Las cosas que perdimos en el fuego hay un cuento que hace referencia al mundo de la novela: "La casa de Adela"-, pero fue sobre todo en 2018 cuando le dio forma al libro.

"Al principio tenía tres elementos más o menos claros. Estaba la casa de los Bradford, que en realidad es una casa que queda en Puerto Bemberg, cerca de las Cataratas de Iguazú, y siempre me llamó la atención. ¿Por qué tenés tanto dinero y te hacés una casa ahí? La casa es hermosa, pero si vos sos millonario no te hacés una casa ahí, en ese lugar inhóspito, salvo que quieras esconder algo".

Y también está la casa de Villarreal, donde se pierde un personaje importante de la novela…

Claro, esa casa es la que está conectada con el cuento de Adela. Lo que hago en la novela es armarle una historia de origen a esa nena, qué pasó con ella, y todo eso resultó que era enorme. Y después, el tercer elemento es esta idea de contar una historia donde hubiera un padre y un hijo, y que se me apareció cuando leí La carretera, de Cormac McCarthy. Ahí el escenario es posapocalíptico, pero me interesaba esa idea de estar criando un hijo para la muerte o para un destino espantoso. La idea de la responsabilidad y de la herencia. De ahí vienen estos dos personajes que son Juan y Gaspar, los protagonistas de la novela.

Y a esto también habría que sumar el tema de la oligarquía, que es algo que no habías desarrollado de forma tan intensa en tus cuentos. Eso es nuevo: mostrar una familia argentina de clase alta y la relación entre la oligarquía, la política y el mal.

Creo que todo eso me terminó de cerrar con la investigación que hice sobre Silvina Ocampo para escribir su perfil (La hermana menor). Creo que antes de hacer el libro de Silvina, nunca había hablado con gente rica -dice Mariana Enriquez y se ríe-. Hablo de gente rica rica real o de personas que los habían conocido y que me contaron cosas… Creo que nunca había leído acerca de esas vidas tampoco y de la relación que tienen con la propiedad y con la propiedad de los cuerpos.

En la novela, de hecho, los Bradford tienen una obsesión con los cuerpos: se quieren adueñar del cuerpo de Juan y también del de Gaspar…

Sí, todo eso se me apareció: el poder de esas familias sobre los cuerpos, sobre el territorio, sobre las propiedades y la impunidad que eso genera; los silencios y el secreto que eso genera, incluso cómo viven es medio secreto. Yo me acuerdo de haber entrevistado a alguna gente para el libro de Silvina que vivía en Recoleta, que son departamentos que por fuera parecen normales, edificios lindos, pero que vos salís del ascensor directamente al departamento y estás como en una mansión, con jardines interiores y miles de cuadros, y vos decís: ¿Qué es esto?

Es como otro mundo…

Ahí está la idea del secreto, de una vida secreta que no es para los demás y por donde ellos circulan…, y lo que yo sentía es que, al pensarlo en relación a una clase, justamente la vida eterna es lo único que no tienen y por eso la desean. Y sí, ese es un tipo de vida que yo también querría conservar realmente -explica entre risas-. O sea, si vos podés vivir así y pasar de la política y de todo porque nada te afecta… digo, el dinero les da esa eternidad, pero no la pueden disfrutar para siempre, entonces, ¿por qué no querrían eso, la vida eterna? Y, claro, ahí entendí también por qué siempre las sociedades secretas son de ricos. ¡Porque quieren preservar esto! ¡Es lógico!

Mariana Enriquez se ríe. Aunque más que risas, todo ese universo desplegado en la novela da miedo. Hay algo siniestro que recorre todo el libro, algo inasible también: el secreto del mal se esconde en estas páginas, en estos personajes llenos de privilegios que hacen lo que quieren sin que nadie les diga nada. Son argentinos, pero podrían ser chilenos, peruanos o colombianos. Quizá eso es lo más terrorífico de Nuestra parte de noche: más allá de la trama fantástica, lo que se esconde es un pedazo de realidad: la política, el dinero y la impunidad. Ya lo había abordado, en parte, en sus cuentos, pero esta vez fue más allá:

"Ahora, de hecho, no sabría cómo volver a escribir, al menos desde el género, sobre todo este tema: la dictadura, la política".

¿Tiene que ver, quizás, con la opción que tomaste en esta novela de "contarlo todo"? Dentro del panorama de tu generación, una novela de casi 700 páginas no deja de ser una rareza…

Lo digo un poco como en chiste, pero yo llamo a nuestra generación "la generación iceberg": contar esto, pero dejar escondido esto otro, y evitar la retórica. Esa idea de "mostrar y no contar" que se repite mucho…, ¿pero por qué no podés contar? A mí esa restricción me parece que funciona genial en algunos textos, pero no me parece que sea una ley. ¿Por qué voy a tener que abusar de la elipsis todo el tiempo? No tengo por qué. Entonces, en esta novela traté de ir en el sentido completamente contrario.

En el fallo del jurado del Premio Herralde se vinculó a la novela con otras obras monumentales, como Paradiso, Cien años de soledad y 2666. ¿Te hace sentido ese vínculo?

De todo ese grupo, la que realmente me influyó fue Sobre héroes y tumbas, de Sabato, y también el Donoso de El obsceno pájaro de la noche. Pero de la misma manera me influyeron otros libros, literatura más popular o de género, donde a nadie le impresiona que un libro tenga tantas páginas. Pensá en Stephen King, que hace novelas larguísimas, o en Juego de tronos. Yo me leí Juego de tronos entero… ¡y son seis mil páginas! -dice, y se ríe fuerte-. Hay chicos que se fumaron los siete Harry Potter o las novelas de Philip Pullman… La literatura popular tiene esa cosa extensa, donde puedes estar meses leyendo y pasándola bomba, y a mí me daba lástima que esa experiencia no se pudiera tener con una literatura dirigida a otro público. Yo quería en esta novela retomar eso de la literatura popular. Y no sé si lo habré logrado.

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