Memoria de un gallo dorado: revelan guión perdido de Gabriel García Márquez

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Un añoso archivo en México contenía un texto que vuelve a revelar los cruces de las letras latinoamericanas en la era del boom. Se trata de una primera versión escrita por el nobel colombiano para la adaptación cinematográfica de El Gallo de Oro, del mexicano Juan Rulfo, en la que también figura otro peso pesado, Carlos Fuentes.


"Créditos. Calle San Miguel del Milagro. Amanecer", es la primera frase. "Amanece. Mientras pasan los créditos se oyen las campanas de una iglesia", continúa.

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La descripción, que bien podría ser la apertura para una historia ambientada en algún rincón de la latinoamérica rural, y en creciente ebullición social, propia de mediados del siglo XX, es la entrada al guión de una película. No de cualquiera. Como un secreto que resopla desde el pasado, se trata de un trabajo hasta ahora desconocido. Es el primer escrito en la adaptación a la gran pantalla de la novela El Gallo de Oro, de Juan Rulfo.

Estrenado en 1964, el filme tuvo un guión escrito ese mismo año por dos figuras de la narrativa latinoamericana: Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Pero hasta ahora se desconocía la existencia de un texto preliminar. Fue el hijo del director del filme, Roberto Gavaldón, quien halló entre añosos archivos familiares un libro encuadernado en tapa verde, de 68 páginas, fechado en diciembre de 1963. Bajo el resguardo de la Fundación Rulfo, el documento es una de las novedades que anticipa el libro Juan Rulfo y el Cine, pronto a publicarse, según revela el Diario El País.

A diferencia del escrito conocido, en la primera versión el orden de los adaptadores está cambiado y es García Márquez quien figura antes que Fuentes. Y aunque pareciera un detalle baladí, en este caso, es posible conjeturar que el orden de los factores sí incide en el producto.

"El hecho de que aparezca primero su nombre, nos sugiere que la autoría principal es de García Márquez, mientras que el segundo sería quizás más de Fuentes. Se trata de dos textos muy diferentes entre sí. El primero es mucho más literario y el segundo no es simplemente una corrección sino una reescritura a fondo", comenta al medio español el académico Douglas J. Weatherford, profesor de la Brighan Young University of Utah, autor principal del libro sobre la relación entre el autor de Pedro Páramo y el séptimo arte.

La observación se sustenta en unos cuantos detalles. En ese primer guión, es posible dar cuenta de una fusión imperdible, fruto del imaginario del colombiano y su admiración por Rulfo, la que queda en evidencia en el acento en los aspectos sobrenaturales de los personajes y la descripción de un pueblo de aire fantasmagórico, que a ratos recuerda a Comala, el espacio recorrido en Pedro Páramo. "Asistimos a una intertextualidad maravillosa fruto de la sensibilidad de García Márquez y de su lectura de la obra de Rulfo", detalla Weatherford.

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Gabo en su laberinto

Para Gabriel García Márquez, los sesentas serían sus años de transformación. En una era en que todo pareció correr aprisa, al ritmo de la carrera espacial, los movimientos sociales en el tercer mundo y la música de los Beatles, "Gabo" comprendió que debía moverse para escapar de una carrera periodística que no le traía sino problemas. El cine, una pasión que le conmovía desde su niñez, sería la clave. Al fin y al cabo, además de reportero las había oficiado de crítico.

Tras una temporada como corresponsal en Nueva York para Prensa Latina, la agencia de noticias creada por la Revolución Cubana, se trasladó a México en 1961. Los encontrones con exiliados cubanos y las amenazas de la CIA fueron razón suficiente para hacerlo.

En el D.F, gracias a los oficios de su compatriota Álvaro Mutis, se involucró con la intelectualidad local. Las animadas tertulias en la casona de Manuel Barbachano -a la que llamaba "el castillo de Drácula"- le permitieron entrar en contacto con varios autores, entre estos, Carlos Fuentes quien ya destacaba por La región más transparente(1961). Por ello, las oportunidades de trabajo no tardaron en llegar.

Acaso por los ecos de la era dorada del cine mexicano, entre los escritores ya había cierta afinidad con el séptimo arte. Fuentes era íntimo amigo del surrealista español Luis Buñuel, quien residía por entonces en el país, y ya se había ejercitado en el oficio de guionista en algunos cortos. Además estaba casado con una actriz, Rita Macedo. Tiempo después estaría a cargo de la adaptación a la pantalla de Pedro Páramo.

Ese bagaje cinematográfico fue clave para incluir al autor de Gringo Viejo (también llevada al cine, en 1989), en la adaptación de El Gallo de Oro. La producción, liderada por Barbachano, consideró que los diálogos trabajados por García Márquez sonaban demasiado colombianos. Por ello se buscó una segunda opinión. De allí que en el texto final, Fuentes figure primero.

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Por su lado, Rulfo tenía un desarrollado sentido de la imagen. Amén de su trabajo como fotógrafo para guías de caminos, acumuló horas de rodaje en producciones con la estrella María Félix, y había pulido su el trabajo de guiones en encargos para el director Emilio "Indio" Fernández.

Su momento de pasar al frente de una producción llegó con el éxito de Pedro Páramo. Varios productores le ofrecieron llevar la novela al celuloide, pero el escritor pensó en algo mejor: una novela corta pensada especialmente para el cine. Algo menos complejo y más cinematográfico, pero no menos "Rulfo". Así nació El Gallo de Oro, que hablaba del México profundo de los campos, las peleas de gallos y la pobreza. "El lenguaje no era tan minucioso como el del resto de su obra, y había muy pocos recursos técnicos de los suyos, pero su ángel personal volaba por todo el ámbito de la escritura".

Fue una noche en su casa mexicana en que García Márquez conoció a Rulfo. Primero en sus palabras, como debía ser. Su amigo Mutis le entregó un ejemplar de Pedro Páramo. Y de allí no paró. Obsesivo, memorizó varios pasajes, tal como lo había hecho con La señora Dalloway de Virginia Woolf.

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"Desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka no sufría una conmoción semejante", escribió en artículo homenaje a Rulfo en 1980. "Podía recitar el libro completo, al derecho y al revés, sin una falla apreciable, y podía decir en qué página de mi edición se encontraba cada episodio, y no había un solo rasgo del carácter de un personaje que no conociera a fondo".

Como una picazón que no se va, la pasión del colombiano por el cine nunca cejó. Cuando le llegó la hora de convertirse en mito y acaso uno de los rostros más reconocibles del boom latinoamericano, se mostró interesado en llevar al cine su fundamental Cien Años de Soledad. Y quería que al japonés Akira Kurosawa como director. Pero diversos obstáculos, derivados de la extensión de la obra y los resquemores del nipón, lo impidieron. Su anunciada llegada a Netflix, de alguna forma cierra un círculo. Uno que comenzó con su movimiento hacia México impulsado por una pasión.

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