Kurt Cobain y Courtney Love en el oscuro túnel del amor: historia de un romance

Kurt Cobain y Courtney Love

Fueron la pareja de moda del rock alternativo, pero el líder de Nirvana y la mujer fuerte de Hole tenían mucho más en común que la música. No solo la adicción a las drogas, que por un momento les arrebató la custodia de su hija. Ambos compartían un historial de padres divorciados, desarraigo y un fuerte deseo de superar unas vidas miserables con el éxito en la industria musical.


En un bar llamado Satyricon, en Portland, se vieron por casualidad. Kurt mataba el tiempo antes del show que daría con Nirvana en el lugar. Courtney acompañaba a una amiga que era pareja de uno de los integrantes de la banda telonera esa noche. Estaba sentada junto a un grupo de gente, cuando lo vio pasar. La rubia no se aguantó y le dijo; “Hey, te pareces a Dave Pirner”.

A Kurt le llamó la atención el comentario. Porque sí, tenía un cierto parecido con el cantante de Soul Asylum (conocidos principalmente por su hit “Runaway train”), debido a su enredada melena rubia que lavaba con jabón corriente solo una vez por semana. Pero también le intrigó la personalidad de esa atractiva chica que lo miraba con ojos de deseo. Fiel a sus reacciones poco convencionales, Cobain la empujó y forcejeó con ella en el piso, como si se tratara de un improvisado cuadrilátero de lucha libre, empapado con sudor de borrachos y rock altisonante como ruido de fondo.

“Fue justo enfrente de la máquina de discos -recordó Love años más tarde en Heavier than Heaven (Reservoir Books, 2017), la fundamental biografía de Cobain escrita por Charles Cross- en la que sonaba mi canción favorita de Living Colour. Había cerveza en el suelo”.

Pero la broma duró poco. El mismo Kurt ayudó a Courtney a ponerse de pie y le regaló un sticker del mono Chim Chim, de la serie animé Meteoro, como para apaciguar los ánimos. El gesto lo resumía todo: el chico enclenque, con ropa sucia, que aún dejaba salir a su voz infantil de cuando en cuando, se sentía atraído por esta chica más alta y experimentada que él (y no solo por los tres años más que le llevaba). Aunque en esos días, el músico aún convivía con Tracy Merender, no se olvidó del todo de ella.

“Pensé que se parecía a Nancy Spungen -recordó Cobain tiempo después, según cita Cross-. A una de esas típicas chicas punkrockeras. Me sentí como atraído por ella. Seguramente habría querido follar con ella esa misma noche, pero se largó”.

Era enero de 1990. Y aunque pasará un tiempo largo antes de volver a verse, Courtney siguió de cerca los pasos de Kurt. No le gustó del todo el álbum debut de Nirvana, Bleach (1989), pero adquirió los singles “Love Buzz” y “Sliver” (le encantó sobre todo su cara B, “Dive”). Una noche se animó a ver al trío en directo. Lo que más le llamó la atención fue la descomunal diferencia de estatura entre el bajista Krist Novoselic (mide dos metros) y Kurt (1,75 mts). “Krist era realmente enorme y empequeñecía a Kurt a tal punto que no se veía lo atractivo que era porque parecía un niño pequeño”.

Kurt Cobain durante un show de Nirvana. Lo mira Krist Novoselic.

Heart-Shaped Box

La segunda vez, fue una noche después de un concierto. Mayo de 1991. Tocaba L7 en el Palladium de Los Ángeles. Kurt estaba en el backstage bebiendo jarabe para la tos, cuando Courtney lo vio. Se dirigió hacia él y le mostró un jarabe para la tos. Rieron. Volvieron a forcejear por el suelo, aunque a diferencia del bar, en esta ocasión se permitieron más contacto físico. La tensión sexual se olía a kilómetros.

Pero luego se sentaron a charlar un rato. Se pusieron al día sobre sus bandas. Kurt le contó sobre el nuevo disco de Nirvana en el que estaba trabajando con Butch Big (Nevermind, lanzado en septiembre de ese año), mientras que Courtney le contó de la grabación del álbum debut de Hole, Pretty on the Inside, con Kim Gordon de Sonic Youth en la producción.

Intercambiaron opiniones sobre sus álbumes favoritos, y a Kurt le quedó en claro que Courtney sabía tanto o más que él sobre punk. Algo que admiraba. Tiempo atrás tuvo un affaire con Tobi Vail, la baterista de Bikini Kill, quien le enseñó sobre rock alternativo, arte, feminismo y otras experiencias que Kurt volcó en canciones de Nevermind como “Lounge Act” y “Smells like teen spirit”. Claro, Tobi no le daba la contención que buscaba, pero le entregó otras cosas. Ahora, nuevamente se veía ante una chica con carácter.

Courtney le anotó su número de teléfono en una servilleta. “Llámame”, le dijo. Él, ansioso, lo hizo esa misma noche. Hablaron largo y tendido. Por esos días, Courtney estaba en una relación con el guitarrista de su banda, Eric Erlandson, e incluso mantenía un flirteo a distancia con Billy Corgan, de los Smashing Pumpkins -aunque estaba más enganchada de sus cartas de amor que su presencia-. Pero esa noche le quedó claro que su obsesión, de allí en más, era el chico menudo de Seattle.

En la conversación, Kurt aprovechó de agradecerle a Courtney por un regalo. Un par de meses antes, ella le había hecho llegar una caja en forma de corazón que contenía una pequeña muñeca de porcelana, una taza de té en miniatura, tres rosas secas y conchas marinas pintadas con spray. Al músico le encantó, no solo porque olía al perfume de ella. Por entonces mantenía una colección de muñecas intervenidas a gusto, a las que pintaba la cara y les pegaba cabello humano.

No lo sabían, pero los dos cargaban con historias pasadas de familias divorciadas, desarraigo, itinerancia, dificultades para establecer vínculos y sobre todo, una acuciante ambición por lograr algo. Sus infancias habían sido difíciles. En el caso de Courtney incluía diferentes cambios de domicilio, paso por la correccional por robo y miserables trabajos de poca monta tras emanciparse a los 16 años.

Aunque Kurt intentó mitificar su período de vagancia con la falsa historia de que durmió bajo un puente (a la que alude en “Something in the way”), la verdad no fue muy diferente. Expulsado de la casa de su padre, antes de los 20 años, vagó por residencias de familiares, amigos, vecinos y quien se animara a recibirlo. Durmió en vestíbulos de hospitales, asientos de autos, recepciones de edificios y hasta en una caja de cartón acurrucado como un gato. Por eso, de alguna manera Kurt intuía que Courtney podía comprender mejor que nadie el basural con el que cargaba.

Al día siguiente, el líder de Nirvana le dijo a sus amigos que había conocido “a la chica más genial del mundo”. No paró de hablar de ella en un par de semanas, hasta que meses más tarde, el explosivo éxito de Nevermind, el acoso, la maquinaria corporativa y la rutina, le sumió en una profunda tristeza. No saldría vivo de ahí.

Noches de Chicago

El tiempo no cura todo. A veces, sirve para acumular tensión. Courtney y Kurt se encontraron durante la gira europea del verano boreal del 91, en la que compartieron con bandas como Sonic Youth, Mudhoney, Dinosaur Jr, Gumball, entre otras. Ella se las arregló para compartir furgón con Nirvana en un tramo, pero él la ignoró. Prefería romper extintores, emborracharse y hacer guerra de comida con los otros músicos; era como si estuviera en un paseo de universidad a Cartagena. Mientras, Courtney quiso llamar su atención flirteando con Dave Grohl. No le resultó. El juego de seducción estaba a tope.

Con las primeras ventiscas de otoño, las cosas se aclararon. Courtney había tomado un vuelo a Chicago para encontrarse con Billy Corgan. Apenas le tocó la puerta, notó algo que la descolocó. El gigantón de los Smashing Pumpkins había vuelto con una antigua novia. Pelearon ahí mismo. La rabia fue tal, que casi sin dinero, debió deambular por la ciudad.

Hasta que vio un afiche anunciando un concierto de Nirvana.

Courtney no tenía entrada, ni dinero, pero sí un salvaje deseo de poseer a Kurt de una vez por todas. Convenció a los guardias para que la dejaran pasar. Llegó justo para los minutos finales del show. Como pudo, se coló al backstage donde el grupo se relajaba bebiendo. Apenas lo vio, caminó felina hacia él. Se sentó en sus piernas y como leona con su presa, no lo soltó en toda la noche. Al rato, se fueron juntos.

“Ambos bromearían posteriormente con la idea que su unión se cimentaba en las drogas -y en parte así fue-”, escribe Charles Cross. “Pero la atracción inicial se debió a algo más profundo que a un deseo común de evadirse: se debió al hecho de que tanto Courtney Love como Kurt Cobain tenían algo de qué evadirse”.

No tardarían en compartir momentos y adicciones. Una tarde, después de consumir heroína por primera vez juntos (él la convenció), salieron a caminar. En un parque, Kurt vio un pájaro muerto. Le sacó tres plumas. Una para él, la otra para Courtney y la tercera la guardó “para el hijo que tendremos”, afirmó. Fue en ese momento, dice Cross, cuando la cantante bajó la guardia y se enamoró de él.

Love buzz

Faxes escritos con frases románticas e ingeniosas, además de subidas insinuaciones sexuales, marcaron los primeros meses del romance, iniciado en noviembre de 1991. Coincidió con las giras promocionales en que se encontraban tanto Hole como Nirvana. “Por favor, péinate esta noche y recuerda que te quiero”, se despidió ella en una ocasión. Para ocultar sus identidades al llamarse a los hoteles, se identificaban como Lenny Kravitz y Lisa Bonet.

Mientras, Kurt trataba de vaciar sus propios demonios a punta de drogas. Los opiáceos eran su elección para hacer frente a un dolor de estómago que se le había vuelto crónico y no le permitía vivir ni comer en paz. Más aún con la fama, que lo fue alejando de su vida más pausada y anónima y le obligó a ser un héroe del rock, algo que había soñado toda su adolescencia, pero que ahora, le provocaba angustia. Courtney también tenía sus fantasmas, pero “sabía perfectamente que mantener una relación íntima con él suponía vivir en un mundo de evasión cargado de opiáceos”, detalla Cross.

Hole

Por entonces, la adicción empezó a consumir lentamente a Kurt. No llegaba a tiempo para los ensayos, a menudo se encontraba mal y en más de una ocasión, Courtney lo tuvo que reanimar. El día de su presentación en Saturday Night Live, en pleno boom de Nevermind, Cobain era un remedo humano; pasó vomitando las horas previas. Encima debió hacer frente a todos los ejecutivos que le pedían autógrafos, un saludo o alguna cosa. Todos querían un pedazo del hombre del momento.

Pero todavía era feliz. Y su relación con Love era clave en ello. “A veces olvido incluso que estoy en un grupo de lo ciego de amor que estoy. Sé que dicho así da vergüenza, pero es cierto -detalló en una entrevista para la revista Sassy-. Sería capaz de renunciar a la banda ahora mismo. No me importa. Pero estoy sujeto a un contrato”.

Estrellas de las portadas

Fue en un avión rumbo a Honolulu, desde Japón, cuando la pareja decidió casarse. Lo hicieron en la playa de Waikiki, el 24 de febrero de 1992. Courtney lució un vestido de seda antiguo que había pertenecido a una actriz. Kurt usó un pijama a cuadros azules y un bolso artesanal. Se había inyectado una pequeña dosis de heroína “para estar bien”.

Lo cierto es que por entonces Courtney estaba embarazada. Al saberlo, Kurt se asustó pues pensó que el bebé podía venir enfermo debido al historial de drogas de ambos. Entonces decidieron consultar médicos y someterse a una rehabilitación. Fue duro, vivieron el síndrome de abstinencia juntos, pero lo lograron. Al menos, por un momento.

El matrimonio de Kurt y Courtney en Hawaii

Cobain debió partir a la gira que lo llevaría a Australia y Japón, y sabía que allá le sería más difícil drogarse. En la carretera, el dolor de estómago lo volvió a atacar. De urgencia consultó a un médico que ya había atendido a Keith Richards. Le recetó un remedio a base de metadona. Más material para la adicción.

De allí, comenzó la caída libre. Intentos fracasados de seguir un programa de rehabilitación, amenazas legales por conciertos cancelados, idas y venidas en la droga, y la continuidad de Nirvana pendiendo de un hilo, marcaron un sino de dificultades. El matrimonio, cada vez corría el cerco hacia el extremo.

Todo se complicó al nacer Frances Bean, la única hija. A los pocos días la pareja perdió su custodia tras darse a conocer un artículo de Vanity Fair en que algunos cercanos, en off, detallaron los problemas que ambos tenían con la droga y no descartaron que Courtney se hubiese inyectado durante el embarazo. Una asistente legal se presentó en el hospital con un ejemplar de la revista en mano, e interrogó a Love, quien aún estaba convaleciente.

Courtney, Kurt y la bebé Frances Bean Cobain. Foto: Terry McGinnis/WireImage

Tras una larga batalla judicial contra los servicios de menores para recuperar a la niña, lo lograron, pero la experiencia los dejó marcados a la luz pública. Peor aún, algunas semanas después, Kurt sufrió una sobredosis. De inmediato, Courtney le administró buprenorfina, un medicamento ilegal que se usaba para reanimar. No sería la última vez.

Pero aún tenían la música. Si Tobi Vail inspiró parte de Nevermind, fue su unión con Courtney, su hija y su padre los que motivaron parte de los temas de In Utero. Para ese disco, Kurt puso mayor esmero en pulir las letras. Los textos de temas como “Pennyroyal Tea” y “Heart-Shaped Box”, tuvieron mucho de la visión de Love. De hecho, ambos se mostraban sus letras y se criticaban mutuamente.

Por su lado, Cobain grabó algunas voces para “Softer, Softest” y “Asking for it”, incluidas en el exitoso álbum Live Through This (1994), que Hole lanzó apenas una semana después de que la vida del atormentado guitarrista, se desvaneciera por el cañón de una escopeta.

Frances Bean Cobain

*

Antes de enfrentar a los medios para leer un comunicado en que confirmaba la causa de muerte de Kurt, una herida a bala que destrozó su cabeza, Courtney ya le había salvado de la muerte al menos par de veces. En Roma, cuando ingirió 50 pastillas, zafó por poco gracias a que ella llamó rápido a la urgencia. De regreso en Seattle, las cosas ya se habían salido de control. Cobain se escapó de un centro de rehabilitación y deambuló como tantas veces ya lo había hecho. Ella contrató a un detective para encontrarlo. Pero un electricista que había ido hasta su casa para instalar un sistema de seguridad lo halló en el invernadero el 8 de abril.

La última vez que hablaron por teléfono, siete días antes del final, Courtney estaba en Beverly Hills siguiendo un programa ambulatorio de rehabilitación al que había querido incluir a su esposo. Sin embargo, a esas alturas, él ya no escuchaba a nadie. A pesar de que ella había convocado a parientes, amigos y cercanos a una reunión para obligarlo a tomarse en serio el asunto, a él no pareció interesarle en absoluto y solo se limitó a pedirle al guitarrista Pat Smear -músico de acompañamiento de Nirvana- que lo siguiera al sótano para trabajar unas canciones.

Pero esa tarde en un hotel en California, con el sol quemando pavimento y esperanzas, ella levantó el auricular y escuchó la voz trémula de su amado.

-Courtney, pase lo que pase, quiero que sepas que hiciste un álbum muy bueno.

-¿Qué quieres decir?

Pasaron un par de segundos.

-Solo recuerda que, pase lo que pase, te amo.

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