The Last Dance, o cómo Michael Jordan se transformó en el Luis Miguel de la pandemia

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El astro de la NBA dudó mucho de autorizar el documental, pero su exhibición lo ha devuelto al panteón de estrellas y a ser un ícono para las nuevas generaciones. Para ello, sí, la narrativa ha sido más cercana a una serie, con malos que son muy malos y una visión almidonada de una historia que probablemente tiene más grises en su carácter.


Michael Jordan no lo quería hacer. Por casi dos décadas la NBA guardó bajo siete llaves un tesoro audiovisual, sin poder hacer nada con él. El registro casi íntegro de la mítica última temporada de “Su Majestad” con los Chicago Bulls, de su sexto campeonato, del momento en que quizás el equipo de básquetbol más emblemático de todos los tiempos se desbandó y su estrella ingresó al segundo de sus tres retiros, estaba en una bóveda y circulaba como secreto a voces, como el Santo Grial de los documentales deportivos. Era imposible tocarlo por la condición que hubo para obtenerlo: en 1998, el todopoderoso Jordan aceptó el registro sólo con el compromiso de que podía ser usado si tanto él como la NBA estaban de acuerdo. Y él, ya está dicho, no lo quería hacer.

Si hubo un motor para convencerlo fue la distancia. Para muchos jóvenes estadounidenses, Michael Jordan antes que todo era un meme: uno que lloraba, que se usaba casi como mofa, que inundaba los timelines y los chats como sinónimo de tristeza o de debilidad. El momento más vulnerable, cuando derramó unas lágrimas por su inducción al Salón de la Fama del básquetbol en 2009, se convirtió también en su imagen más replicada, casi la definitiva. A Jordan, el reflejo último del competidor, eso le molestaba.

Sin embargo, el temor que hacía que él no quisiera dar el sí estaba muy presente. Lo ha reconocido: incluso a días del lanzamiento de The Last Dance, el proyecto de ESPN y Netflix que toma los inéditos registros y que se convirtió en el estreno más esperado de la pandemia, el miedo de Jordan era que esas imágenes reflejaran su lado más oscuro: el que presionaba a sus compañeros para mejorar casi hasta el nivel de ser abusivo, el que propinaba insultos a diestra y siniestra, el astro prácticamente insoportable que demandaba de los demás la misma energía, intensidad y talento que él ponía en cancha.

Y en los dos capítulos estrenados la semana pasada queda en claro cómo se resolvió ese problema. Más que un documental, The Last Dance es una serie. Una que recuerda profundamente a otro ejercicio de un astro para reescribir su leyenda en un momento de necesidad. En el caso de Luis Miguel, eso sí, la estrategia apuntaba a revitalizar una carrera que pasaba por sus horas más bajas revisitando una historia que era conocida por todos; lo de Jordan es ajustar cuentas con su lugar en esa gran historia.

Un antihéroe forzado

Pero las similitudes están. Desde la estructura -10 capítulos en ambos casos-, pasando por la sabida personalidad de ambos, el hecho de que hay un héroe y, sobre todo, que hay un malo de antología, quizás la parte más polémica de todo el trabajo. Porque si Luisito Rey hizo a Luismi más querible -y de alguna forma mitigó o explicó la compleja personalidad del cantante-, en el caso de Jordan ese rol lo cumple el gerente general del equipo, Jerry Krause, a quien desde el primer momento se le pone en un rol de ser la persona que quiere desarmar la escuadra a cualquier costo, haciéndole la vida imposible al entrenador y sugiriendo que lo suyo era una lucha para demostrar que podía ser mejor que el mejor jugador de la historia.

Incluso algunas figuras del equipo, como el croata Toni Kukoc, han sugerido que el retrato de Krause es exagerado, y que el mánager, fallecido en 2017, era básicamente una muy buena persona. Pero para la narrativa no importa. Se requería un malo, porque Michael Jordan no quiso ceder en entrar a terrenos personales -la serie apenas explora su niñez, por ejemplo, y donde Luis Miguel tenía a un Diego Boneta a su servicio para la reescritura de su personalidad, el basquetbolista se tiene sólo a sí mismo: las imágenes están, los exabruptos están filmados y el riesgo de contribuir a una imagen de ser una figura distante, implacable y poco empática era evidente y hasta ineludible. Sin un contrapeso narrativo, el último baile podía salir frustrado.

Sin embargo, Jordan corrió el riesgo. Los realizadores cuentan, casi sin querer, que el astro aceptó realizar el trabajo el mismo día en que LeBron James celebraba por las calles de Cleveland el primer título deportivo de esa ciudad en 52 años, después de una remontada inédita e histórica contra un equipo ampliamente superior en teoría -los Golden State Warriors- y con un elenco de compañeros que no se acercaba a las figuras con las que el propio “Aéreo” había contado en sus años en Chicago.

Del llanto a la risa

James es una de las contadas figuras que se ha acercado al Olimpo deportivo de Jordan, aunque con un perfil mucho más comprometido en causas sociales y políticas -la gran deuda para muchos del ídolo de Chicago-, aunque la pleitesía es evidente hasta en el hecho de su número, el 23, en honor a “Su Majestad”. El otro nombre era Kobe Bryant, quizás el único que asemejaba su estilo de juego, y cuya muerte comenzó además a cambiar la percepción global existente sobre Jordan, un astro que era más bien parco y medido en sus declaraciones.

A fines de febrero, Jordan fue uno de los oradores en el masivo homenaje a Bryant en Los Ángeles. En un discurso de menos de 10 minutos, y donde improvisó varios de sus pasajes, el astro se abrió como nunca: lo trató de su “hermanito”, contó de sus conversaciones e incluso al no poder evitar el llanto, sacó de su bolsillo una genial improvisación que sacó una carcajada general de un público conmovido: “Voy a tener que ver otro meme de Jordan llorando por los próximos tres o cuatro años”, señaló.

Lo extraño es que pasó todo lo contrario. Después de ese emocionante momento, el meme de Jordan llorando emprendió una llamativa retirada. Luego vino la pandemia y después la serie, que, en un momento en que no hay deporte ni en Estados Unidos ni en el mundo, se ha convertido en un salvavidas para los fanáticos, pese a que -al igual que en el caso de Luis Miguel- se sabe cuál será el final. Casi como una ironía, eso sí, el extracto más compartido del capítulo fue un momento en que a Jordan le preguntan por un apodo que la prensa le colocó al equipo de los Chicago Bulls antes de que se integrara en 1984: “El circo itinerante de la cocaína”. El astro, al escucharlo, lanza una risotada en su sillón. Una que se convirtió, inesperadamente, en un nuevo meme. Michael Jordan ahora no es el meme que llora. Es la estrella, es uno de los mejores deportistas de todos los tiempos, es un astro que tiene hasta una serie propia exitosa y, también, es un meme que ríe. Se sabe: el que ríe al último, ríe mejor.

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