Éric Rohmer: la sabiduría de la Nueva Ola

Escena de La Mujer del Aviador (1981), de Éric Rohmer, protagonizada por Philippe Marlaud y Marie Rivière.

A 100 años del nacimiento del más reflexivo de los directores de la Nouvelle Vague francesa, la plataforma Mubi ofrece sus Seis Cuentos Morales. Son historias de amor difícilmente posibles y ya están disponibles La Mujer del Aviador (1981) y La Buena Boda (1982).


De todos los cineastas de la Nueva Ola francesa, Éric Rohmer (1920-1910) es el que partió más tarde. O, mejor dicho, partió antes que todos, como crítico e incluso como novelista, pero fue a quien más le costó hacerse conocido. Incluso se puede decir que alcanzó notoriedad después que Jacques Rivette (1928-2016), el otro “gran rezagado” de la Nouvelle Vague y quien entró al comentario público recién con La religiosa (1966), protagonizada por Anna Karina: Rohmer lo haría un año después con La coleccionista (1967), por la que ganó un Oso de Plata en el Festival de Berlín. No es extraño entonces que Rohmer y Rivette, los menos ruidosos y más reflexivos miembros del grupo, fueran muy amigos.

Pero si Rivette era una especie de Marcel Proust cinematográfico, partidario de las películas de largo aliento (Out 1, Noli me tangere, de 1971, dura 12 horas), Éric Rohmer militaba en el partido del relato, de la concisión y de la cosas que se tienen que terminar, a lo Guy de Maupassant.

El orden estructura su filmografía de tal manera que, cuál novelista decimonónico, les dio nombres a sus historias: entre 1962 y 1972 seis largometrajes se llamaron Seis cuentos morales; entre 1972 y 1987 hizo adaptaciones de libros y las llamadas Comedias y proverbios, que eran otras seis películas; finalmente, dirigió sus Cuentos de las cuatro estaciones, cuatro largometrajes ambientados en diferentes períodos del año y tres cintas más donde recurrió a la recreación histórica, algo que siempre lo tentó.

La cada vez más generosa plataforma digital Mubi comenzó en el mes de octubre a ofrecer su serie de las Comedias y proverbios: ya están La mujer del aviador (1982) y La buena boda (1982) y este domingo 25 de octubre aparece Paulina en la Playa (1983). En noviembre, en orden de filmación, deberían venir Las noches de luna llena (1984), El rayo verde (1986) y El amigo de mi amiga (1987).

Los actores se repiten, los decorados a veces parecen similares y hasta la luz tiene algo de común en todas estas películas, como si se tratase de una compañía de teatro que cambia de repertorio o de un mago de las historias de amor que renueva el acto con unos truco sabios, viejos e invisibles.

Aquel ingrávido y transparente manejo de las emociones es lo que hace de Éric Rohmer uno de los grandes cineastas del siglo XX. A pesar de tener personajes caprichosos, envalentonados y no pocas veces obtusos, a menudo terminamos sintiendo cariño, pena y cercanía por ellos. Se nota la mano del órfebre. Lo que no se nota son los hilos, las costuras y los arreglos: todo es diáfano y tan natural como los árboles que recortan su paisaje o las piedras que pisan sus héroes románticos.

François (Philippe Merlaud), un romántico incurable, y Lucie (Anne-Laure Meury), en un parque de París.

La primera película del ciclo es La mujer del aviador, una fábula que transcurre en unas pocas horas y que cuenta las tribulaciones de François (Philppe Marlaud), un muchacho atrapado entre su amor por Anne (Marie Rivière) y sus horarios de trabajo y estudios (en la noche se desempeña en el correo y en el día cursa Derecho). La infatuación propia de los 20 años con una mujer relativamente mayor (ella tiene 25) y la paranoia y confusión mental de quien casi no duerme lo transforman en un héroe que se desplaza por las calles de París como si fuera un Quijote de los sentimientos.

En contraste con el buen François, Anne es indecisa y a veces intolerable en su superficialidad. Para más remate está prendada en forma poco pragmática de otro hombre: es el aviador del título, quien supuestamente retornará definitivamente con su esposa y dejará sus escarceos amorosos con Anne. En ese esquema, el muchacho sólo entra cuando puede y está a la espera de que se desocupe el corazón de Anne para pedir hora.

La gran sorpresa de esta historia es la entrañable Lucie (Anne-Laure Meury), una chica de 15 años a la que François conoce en un parque y quien le propondrá inesperadamente las herramientas mentaleso para desenredar el nudo amoroso que mantienen Anne y su aviador.

La otra cinta de esta serie en Mubi es La buena boda, protagonizada por la contumaz Sabine (Béatrice Romand), una estudiante de arte que vive entre la adoquinada ciudad de Le Mans y el gran París. La urbe del noroeste de Francia es famosa por su carrera de las 24 horas y por sus autos deportivos, pero acá lo que se ve es la Renoleta de Sabine y el trenen el que viaja de una urbe a otra. El Renault 4 le servirá para pasear a los clientes de la tienda de antigüedades donde trabaja de mala gana y el tren para leer, divagar y soñar con lo que no se puede de la misma manera que François en La mujer del aviador.

Clarisse (Arielle Dombasle) y Sabine (Béatrice Romand) en La Buena Boda (1982).

Pero de alguna manera Sabine es más fuerte que el muchacho del filme anterior. Su voluntad está acompañada de cierta obsesión que en la primera mitad de la historia está a punto de ahuyentar al espectador, pero que en la segunda lo acerca con el mismo nivel de complicidad logrado en La mujer del aviador. He ahí el nivel de autonomía y dominio de Rohmer con su historia y personajes.

Tras una relación de años con un hombre casado (tópico recurrente en Rohmer), Sabine decide dejarlo, pero antes de irse le promete que ella también se casará. El problema es que no sabe con quién. No lo conoce. Está haciendo castillos en el aire y esta película se trata de aquellos castillos.

A través de su amiga Clarisse (Arielle Dombasle), una muchacha que parece llevar una existencia perfecta y estar casada con el tipo adecuado, Sabine conoce a Edmond (André Dussollier), un abogado reservado y de modales amables, pero que parece escapar de todas las ataduras emocionales que ella propone como si jugara con fuego.

Vista en el 2020, una película sobre una mujer que sueña con casarse y ser una buena ama de casa suena a despropósito, anacronismo e insulto. Pero en realidad nada de eso importa con Rohmer. Es un argumento secundario, un juego de un artista que hace los mismos castillos en el aire que su protagonista y nunca los deja caer.

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