Alejandro Zambra: “Quedé hecho pedazos después de escribir Facsímil”

Este martes se lanzó la reedición de Facsímil, el inclasificable libro del autor de Bonsai, vía Anagrama. En conversación con la crítica literaria Lorena Amaro y la directora editorial de la casa catalana, Silvia Sesé, el maipucino dejó algunas frases que alumbran la lectura de un libro particular.


Fue un ejercicio fragmentario a través de la pantalla, porque en cada pedazo del live que se desarrolló habían tres mundos, tres oficios: el de la crítica literaria, con Lorena Amaro, desde Santiago; el de la edición, con Silvia Sesé, desde Barcelona; y el de la creación, con Alejandro Zambra, desde Ciudad de México.

Facsímil, original de 2014, se acaba de reeditar vía Anagrama, y el lanzamiento fue transmitido de manera virtual por las cuentas de Facebook de Anagrama, Culto y La Tercera. En la conversación, el autor de Bonsai dejó algunas frases que comentan el libro.

“En un momento se trataba de jugar el juego, y algo que me parecía alucinante, de la posibilidad de escribir un libro así, era justamente visitar un espacio no literario. Porque todos esos antecedentes podríamos incluirlos en una lectura ‘culta’ del libro. Se podría insertar en la poesía chilena, y ahí está Parra, Millán, Elvira Hernández, Juan Luis Martínez, ¡Rodrigo Lira! Uno podría situar el libro en esa tradición, y en alguna medida, que el libro me resultara algo plausible tiene que ver con mis lecturas de esos y otros autores, y de la poesía concreta brasileña, todo eso cabe. Pero lo que me alucinaba es que nada de eso era necesario para que un lector chileno llegara al libro desde un lugar no literario”.

“A mí me interesa mucho cómo este libro ha sido leído, y esa es una de las preguntas que esta nueva edición actualiza, me parece muy bacán imaginar lo imposible de imaginar, esa es la gracia de echar algo a rodar, porque el libro lo publicas porque sientes que ya no te pertenece, que vaya solo”.

“Hubo críticas súper malas al libro, también me interesó eso. No son cosas que yo conteste en ningún caso. Sí me gusta entender qué está haciendo el libro en su circulación, en particular un libro como Facsímil que no ponía de buen humor a los editores que lo recibían”.

“El libro tiene que entrar a ser resistido y querido, eso es lo que a mí me interesa, entonces tampoco lo pongo en un lugar muy fijo. También esta cosa divertida de no recordarlo bien, algo que costó tantas horas, trabajé tanto en el libro, lo mostré mucho. Si siguiera la moda de poner agradecimientos al final, tendría como 50 páginas más, porque fueron muchos los que incluso resolvieron la prueba, jugando”.

“El término excluido era una cuestión super sofisticada, si te pones a pensar en cuál es el campo semántico, eran muchísimas habilidades de todo tipo, entonces ¿cuál era el mensaje para la gente? Chucha, ¡tengo que aprenderme todo el diccionario! Era una crueldad, porque aparecían un montón de palabras que no aparecían en el discurso público, y además el discurso público era súper pobre”.

“En la prueba aparecen las figuras literarias, por ejemplo. Entonces, para la PSU había que aprenderse las figuras literarias. Era era una diferencia con la PAA. Aprender a reconocer una metonimia, una sinécdoque, una hipérbole, una hipérbaton. Yo no estoy en contra de eso, pero creo que es una forma indirecta de matar la lectura, si tu entiendes que leer un texto es reconocer sucesivamente una serie de figuras literarias, no estás entendiendo nada. Puede que las identifiques, pero ahí es donde empieza la lectura”.

Facsímil es el libro de un profe, me interesa relevarlo, porque es parte del juego, y en otro sentido, hay un montón de desaprendizaje que el libro comunica y tiene que ver con la contraposición entre el que quiere tener todas las respuestas buenas, y el que quiere decir algo que no tiene que ver cómo decir, y empieza a escarbar en esas reglas para generar una posibilidad expresiva. Es un libro bien nihilista y requiere desinmovilizarse. Es un libro amargo, de pronto medio sarcástico, ocasionalmente más dulce, pero creo que nada está incontaminado, todo está revuelto”.

“El equívoco que hay con Facsímil en relación a los profesores, es que se lo dedico a cuatro profesores a los que quiero mucho [Juan Luis Morales Rojas, Elizabeth Azócar, Ricardo Ferrada y Soledad Bianchi] y que me cambiaron la vida, pero no digo eso en la dedicatoria y hay gente que ha leído el libro y ha dicho ‘bueno le dedicaste a tus profesores como vengándote de ellos’ ¡Y al contrario! (ríe), los quiero mucho. Creo que más allá de los casos particulares, es muy importante reflexionar sobre el lugar social de los profesores, que en Chile son ninguneados, costaría mucho explicarle eso a los extraterrestres”.

“El libro nació en un contexto muy chileno, en parte había que estar dispuesto al título. El título tiene sentido solo en Chile. Ese doble sentido, primero existió la palabra facsímil como material de estudio, luego apareció con su significado habitual en la lengua española. Hasta hoy se usa bastante la palabra y en un sentido que no necesariamente es recibido con precisión. Una persona en Chile recibe esa orden, como ‘ándate a hacer un facsímil, que estai de ocioso’, es como ‘estudien, prepárense para el futuro’. Por ahí va, desde el título está muy vinculado a esa prueba, su modelo no es falso. La decisión de parodiar el modelo de principio a fin, es una decisión literaria desaconsejable, pero me funcionó muy bien”.

“De país en país, el libro se lee de formas muy distintas, sobre todo en Argentina o en Francia que tienen sistemas de ingreso que me parecen muchísimo mejores, más ligados al desarrollo de una idea, al ensayo. Les parece un libro súper experimental”.

“Quedé hecho pedazos después de terminar Facsímil, porque -no quiero cargarle adjetivos a los libros- es un libro de un nihilismo feroz, se hace unas preguntas por un lado muy sarcástico, y de pronto es un libro que se boicotea a sí mismo, boicotea a la lectura un poquito también. Ahí surgen chispas de algo que podría vivificar, alentar algo. Pero también es un libro corrosivo y duro”.

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