Mitos y verdades en la vida de Italo Nolli

<P>Hijo de un padre castigador, frío y déspota, el asesino de los dos policías replicó esa personalidad y repitió la conducta con su propia familia. A principios de los 60 comenzó su afición por el fisicoculturismo, las armas, se acercó a las drogas y comenzó a construir un guión de su historia que convenció hasta a sus más cercanos. </P>




Italo Nolli nació muerto. La madre había sufrido de fuertes contracciones previas y su cuerpo estaba listo para el nacimiento, pero el parto del primer hijo de Hilda Olivan Catalán e Italo Nolli Melloni se extendió de forma alarmante. Entre los dolores extenuantes de la mujer y la desesperación de los doctores, Italo Jorge, como se llamaría el niño, al nacer, no respiraba.

Según su familia, estaba azul, asfixiado, no tenía oxígeno en los pulmones, su cerebro no daba impulsos al cuerpo, que estaba apagado y en cortocircuito, hasta que las maniobras de resucitación lo hicieron vivir.

Santiago, 27 de mayo de 1942.

Luego del éxito de la maniobra, los médicos determinaron daño neuronal. Pero se produjo otro daño tan irreparable como el fisiológico en el niño superviviente: la reacción de los padres, que fue por completo diferente. Mientras la madre se sintió obligada a protegerlo siempre y para el resto de su vida, el padre, italiano de nacimiento, empresario alimenticio exigente, duro y frío, renegó de él desde ese momento y hasta su muerte.

San Bernardo, 23 de marzo de 2011:

Italo Nolli, hijo, ejecutó a dos policías de la la PDI, por la espalda, luego de un procedimiento de fiscalización por el robo y reducción de cobre. Nolli tenía una orden de aprehensión por hurto de material de guerra en 2010.

Minutos después, caería acribillado en el centro de Santiago

Al nacer su hermana, dos años después, el descrédito al hijo Nolli, se acentuó. El niño fue despojado de los pocos privilegios que tenía como primogénito; su hermana, Mariana, se convirtió en el centro de atención del padre. Éste había llegado desde Piamonte, zona ubicada en el rico e industrial norte italiano, luego de que su padre, dueño de la fábrica de cecinas más importante de la región, no soportara que su segundo hijo varón pudiera ingresar al Ejército de Mussolini.

Era el año 1933. Nolli Melloni arribó a Chile y fue recibido en la casa de un tío abuelo que tenía un negocio de cecinas en el centro de Santiago. Rápidamente se convirtió en la mano derecha del anciano. El padre de Italo Nolli Olivan se hizo de un nombre, era respetado, atractivo, trabajador, mujeriego. Se casó con Hilda Olivan y apenas tuvo familia, se convirtió en un déspota con cada uno de sus miembros. Cuando llegaba a su casa después de su trabajo, en las tardes, los hijos se escondían en el clóset, debajo de las camas, o se encerraban con llaves en las piezas de la casona de Seminario, entre Dublé Almeyda y José Domingo Cañas. Y la señora Olivan era la encargada de enfrentar al dueño de esa familia, quien la trataba con insensibilidad. Italo hijo le temía y poco a poco empezó a detestar al padre.

"Cuando comían, nadie podía hablar, estaba prohibido. Ni su esposa ni menos sus hijos, que años más tarde sumó una niña más. El hijo varón estaba en una situación más complicada que las demás porque la indiferencia y los castigos lo maltrataban a diario", dice un familiar.

En uno de los almuerzos, con lasagna y pastas -cocinadas por la madre-, la familia estaba reunida en la mesa del living-comedor, como siempre, en silencio. Comían. Por alguna razón Ítalo hijo decidió hablar por primera vez en su vida en medio del tabú de la cena.

Pero el padre lo interrumpió en seco con una acción que dejó aterrorizados a todos. Se puso de pie, tomó la fuente con lasagna y la tiró al piso, quebrándola y esparciendo el alimento por la sala; luego fue hacia la fuente de la salsa e hizo lo mismo. Italo, su madre y hermanas, callaron, mientras el padre caminó hacia la puerta y se fue a apostar al Club Hípico.

El padre castigaba físicamente al niño, como si se tratara de la parte esencial de su enseñanza como hombre; lo humillaba con comentarios despectivos y lo comparaba con su hermana. Con los años, el muchacho creció y comenzó a rebelarse. Al mismo tiempo en que se encantaba con las lecturas de La iliada y Adiós al séptimo de línea se enamoraba de las armas.

Estudió en el Instituto Hispanoamericano, con buenas notas, pero en los últimos años dejó de creer en los curas y en Dios, y se declaró públicamente ateo. Cultivó su cuerpo, hacía pesas en la casa familiar y llegó a ser admirado por las mujeres. Ítalo Nolli le confesó a su familia su principal deseo: quería ingresar en la Escuela Militar, para ser un soldado profesional. Nolli padre lo habría escuchado y se lo prohibió, sin darle explicaciones. Comenzaban los años 60.

Había llegado el momento de exteriorizar el odio a su padre.

En el negocio de las cecinas, el viejo Nolli tuvo una dura discusión con su hija predilecta, que provocó que una mujer ajena a la familia la golpeara. El padre no la defendió, y la joven llamó a su casa para acusar la agresión. La atendió su hermano y le contó a éste lo que había pasado. Minutos después, Italo hijo apareció en el local y subió a donde estaba su padre. Se abalanzó sobre él, fuera de sí. Lo golpeó con puños y pies, varias veces, hasta dejarlo seminconsciente. Cuando su padre pudo hacer foco en su agresor, el hijo, convertido en un hombre, lo tomó de las solapas.

-Viejo cobarde -le dijo, según un testigo-, la próxima vez que te metas con mi madre o con mis hermanas, yo mismo, escucha, te mataré.

Año 1962. Italo Nolli había delineado su cuerpo a punta de repeticiones con las pesas. Su pelo aun estaba sobre la cabeza, aunque ya sabía que, por genética familiar, quedaría parcialmente calvo a mediana edad, y totalmente, cuando fuera viejo.

Comenzó a trabajar en la confección de artefactos de cuero, y los vendía a las boutiques de Providencia, ganando dinero. De todas formas siguió viviendo en la casa de calle Seminario. La familia tenía un buen pasar económico y eso les permitía vacacionar en los balnearios de Viña del Mar y Quintero. En ambos lugares era el hombre que congregaba la atracción de las mujeres: cuando llegaba a la playa de Las Salinas, sus amigos lo rodeaban y Nolli comenzaba a hacer sesiones de fisicoculturismo. Hacían campeonatos playeros y lo coronaban año a año como "Míster músculo".

En Quintero las cosas no eran diferentes. Su atractivo y encanto no pasaron inadvertidos para Katrina Jadué Chahuán.

"Era la mujer más linda de la zona. Qué mujer era ella, si todos los hombres la admiraban por su belleza y su físico. Pero llegó Italo, que tenía una pintaza. Katrina lo vio y la atracción fue inmediata", dice un amigo de la familia Jadué, que conoció a la pareja.

El romance fue intenso y el casamiento, rápido. Año 1963. Más de 100 personas invitadas a la boda. Nolli, encantador, era el hombre ideal a la vista de los comensales.

En esta parte de la historia no hay coincidencias. Mientras la familia de Katrina Jadué, que murió hace unos años de cáncer, cuentan que Nolli se convirtió en un monstruo con su mujer. ("No la dejaba salir de su casa, la golpeaba, llegó a perder un hijo; ella le tenía terror y su vida con él fue un infierno", según dice su hermana, Magaly Jadué), familiares del asesino de dos los funcionarios de la PDI, afirman que no hubo golpes, pero sí una vida atormentada de pareja, producto de las sucesivas infidelidades de la mujer.

La pareja no duró mucho más de dos años juntos. Ambos dejaron de hablarse y verse. En ese tiempo Italo Nolli comenzó a frecuentar plaza Egaña y es allí donde habría terminado de cuajar su personalidad criminal. Amigos conocidos en ese lugar facilitaron el gusto por la bebida, las drogas y las mujeres. Las armas empezaron a fascinarle de manera obsesiva.

Después del fallido matrimonio, decidió partir a Estados Unidos. Quería hacer dinero y esos eran los años del boom del sueño americano. Italo Nolli fue recibido en Filadelfia por una familia de conocidos.

Después de unos meses de comunicaciones, su madre recibió una carta. Según cuenta un familiar, los amigos de Filadelfia habrían escrito una carta diciendo que Nolli se había ido de Estados Unidos y que tenía la intención de pelear en Vietnam. Interpol se encargaría, hace menos de una semana, de negar la presencia legal de Nolli en ese país durante esa época.

Según quienes lo vieron regresar a Chile, era un hombre por completo transformado. La simpatía se había esfumado y se convirtió en un ser paranoico, hosco, frío. Seguía el encanto, pero iba a optar por la criminalidad.

Después de casarse con María Gloria Farías y de tener sus tres primeros hijos, ideó el fraude de cobrar dos seguros de vida a nombre de su esposa, declarándola muerta sin estarlo; ese delito lo llevó por primera vez a la cárcel. La policía descubrió su impresionante arsenal de armas comunes y de guerra y su particular forma de ser. Era el año 1987.

"Mi padre golpeaba a mi madre", dice un hijo. "Un día, sentados a la mesa, nadie podía hablar, estaba prohibido, él vio una cosa que no estaba bien en la comida, y destruyó todo lo que estaba en esa mesa".

El patrón se repetía de manera calcada.

Su madre lo iba a ver a la cárcel. Nolli siempre estuvo en pensionado y, allí , según un familiar, fue compañero de Mario Santander Infante, uno de los inculpados del asesinato de Alice Meyer, que más tarde quedó libre. Italo Nolli regresó a la vida civil y desarrolló su negocio de la chatarra que lo llevaría con el tiempo, y según se investiga ahora, al negocio de la comercialización de cables de cobre robados. Tuvo diversos protestos de cheques. Y hacia 1996 fue detenido nuevamente por una estafa.

En 2004 su padre falleció de un problema pulmonar, a los 92 años. Antes de morir Nolli lo fue a ver. Le dio la mano fuertemente, durante largo rato.

-Eres un fuerte, vas a vivir -dijo, en presencia de un grupo de cercanos.

Días después, murió.

Hace un año su madre estaba agónica. Falleció en los brazos de Nolli, quien nunca dejó de ayudarla. Antes de morir, le dijo:

-Estoy vieja y quiero morir. Estoy cansada de estar preocupada de ti toda la vida. Quiero morir luego y así te voy a venir a buscar -contó Nolli, luego de que ella falleciera.

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