Columna de Óscar Contardo: Superados por una sequía anunciada

Foto referencial: Sequía

Hoy por hoy la opinión pública está en permanente estado de desconfianza con las instituciones y que en cuanto le exijan someterse a una restricción tan cotidiana como el racionamiento de agua, la reacción puede ser difícil de manejar. La filosofía de los sorprendidos por las circunstancias, del "no lo vimos venir", ha probado que no sirve para detener ni aplacar ninguna crisis.



El superintendente de las empresas sanitarias anunció que la sequía es gravísima y que de seguir así, el próximo año probablemente tendrían que racionar el agua en Santiago. Dijo, además, que ningún experto anticipó "la severidad" del fenómeno. ¿Realmente nadie lo hizo? ¿O es que a nadie le interesaba hablar de ese tema hasta hace unos meses?

La falta de lluvia viene afectando desde hace una década el área comprendida entre La Ligua y Temuco, la porción del territorio en donde habita la mayor parte de la población chilena. Los científicos expertos han dado entrevistas sobre el asunto, con cifras y proyecciones. Las zonas rurales del valle central han estado sufriendo las consecuencias durante varios años a la fecha. En algunas provincias sobreviven con camiones aljibes que les surten de agua comprada a privados por el Estado, porque en Chile el agua tiene dueños, como lo detalla El negocio del agua, el libro de Tania Tamayo y Alejandra Carmona. Tal vez nadie hablaba mucho de lo severo del asunto, como sostuvo el superintendente, porque afectaba áreas rurales o porque repartir agua a los hogares campesinos estaba resultando un gran negocio para alguien, como lo registró Ciper en un reportaje de 2017 titulado "El puñado de empresas de camiones aljibe que se reparte 92 mil millones". Sin duda, desde hace mucho tiempo que algo crujía, que había unos eslabones en la cadena entre la falta de lluvia y el agua disponible para el consumo de las comunidades, que se estaban oxidando. Porque esto es una cadena, que empieza con el clima, pero sigue con la política, la economía, los negocios y las necesidades básicas de la población. El primero de los eslabones ya sabemos que escapa del control de las autoridades, pero los que siguen están relacionados con determinadas decisiones que se tomaron en un momento y que beneficiaron determinados intereses, aparentemente sin evaluar las consecuencias que tendría a largo plazo. Esas decisiones han provocado un daño que debería ser enfrentado con política, o con algo más elaborado y contundente que recomendar duchas cortas o embarcarse en la organización de un acuerdo multilateral para el que no existía capacidad de negociación.

Las acciones comunicacionales ya no bastan.

Si esta crisis -otra más- no se asume como un tema de largo plazo que debe ponerse sobre la mesa con sinceridad, la tensión entre las comunidades de un lado y las autoridades y empresas del otro se agudizará. Ya existen dos ejemplos muy claros: el conflicto entre los campesinos y los productores de paltas de la Región de Valparaíso y los accidentes como el ocurrido en Osorno durante el invierno pasado, cuando un derrame de combustible dejó sin agua potable a una ciudad durante más de una semana, provocando una emergencia sanitaria. Tal como el superintendente que ahora anuncia que la severidad de la sequía para Santiago es peor de lo que imaginaban, el gerente de la empresa sanitaria encargada del agua potable de Osorno dijo en su momento que "la situación superaba todas las expectativas". Esa fue la primera explicación. Con el correr de los días nos fuimos enterando de que el suministro de una ciudad completa dependía de que un solitario operario no se equivocara en una maniobra.

Es evidente que hoy por hoy la opinión pública está en permanente estado de desconfianza con las instituciones y que en cuanto le exijan someterse a una restricción tan cotidiana como el racionamiento de agua, la reacción puede ser difícil de manejar. La filosofía de los sorprendidos por las circunstancias, del "no lo vimos venir", ha probado que no sirve para detener ni aplacar ninguna crisis. Tampoco la que sobrevendrá cuando les anuncien a los millones de santiaguinos que en adelante el grifo tendrá horarios de uso y que no existe una solución a la vista, a menos que vuelva a llover como solía hacerlo (y nada indica que eso vaya a suceder). Alguien debería tener un plan de largo plazo para enfrentar la falta de agua, o al menos estar pensando en uno que signifique algo más que escudriñar oportunidades de negocio en la desgracia ajena. Necesitamos imaginar el futuro que hay más allá del próximo verano.

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