"Better Call Saul": el abismo de cada semana

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Si en "Breaking Bad" todo explotaba una y otra vez (las identidades, los aviones, las casas, los cuerpos) en "Better Call Saul" los cambios son microscópicos y su exposición abarca temporadas completas. El espectador debe estar atento a cada pequeña señal: el modo en que Jimmy alimenta a sus peces; la posición en que su novia Kim se sienta en un juzgado; la mirada de Mike, que nunca descansa de la pena; el cuidado con que el villano Gus Fring pronuncia cada palabra.


A veces, no puedes despegarte de ciertas imágenes: en "Habla", el cuarto capítulo de "Better Call Saul" (cuarta temporada, los martes por Netflix) Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks) explota. Su nuera Stacey lo ha llevado ahí para lidiar con el trauma de la ausencia de su esposo, hijo de Mike. Mike se sienta y escucha a los otros, se comporta educadamente, trata de aguantar. No dice nada a pesar de que le piden que se abra, que cuente qué le pasa. No lo quiere hacer. Alguna vez fue un policía corrupto y ahora vive en una especie de purgatorio privado, acosado por una culpa que lo paraliza y donde sus únicos momentos de paz provienen de los ratos que pasa con su nieta. En un momento, Mike descubre que uno de los miembros del grupo miente, que no es deudo de nadie pero va a las sesiones y cuenta una y otra vez su drama para que todos lloren con él.

La escena es feroz pues comienza con Stacey, que narra cómo se ha dado cuenta de que quizás ha empezado a olvidar a su esposo mientras se pregunta si debe sentir culpa por eso. Mike la escucha. No la mira. No puede. Tanto el olvido como el perdón le están vedados. En la pantalla vemos como la cara llena de marcas de Banks es una máscara que se resquebraja mientras trata de mantenerse rígido, mientras inhala y exhala, mientras escucha lo que no quiere escuchar: que ese hijo al que se aferra alguna vez desaparecerá de la memoria, será olvidado tal y como se olvidan todas las cosas del mundo. Entonces, el impostor le dice a Stacey que la comprende, que siente por Judy, su mujer muerta, lo mismo que ella ha sentido. Entonces Mike revienta. Lo desenmascara: la tal Judy no existe, todo es inventado. Mike marca las inconsistencias de su historia, le señala que su pena es falsa. El hombre huye de la sala, que es el living de una casa a media luz. "Vino al lugar indicado. Sabía que ustedes no se darían cuenta. Y no se dieron cuenta. Metidos en sus tristes historias, alimentándose de la miseria de todos. Querían que hablara. Hablé", dice Mike.

Quizás por momentos así, vemos "Better Call Saul". En ella, a diferencia de "Breaking Bad", de la cual es un spin off, lo más importante es casi invisible al ojo. Centrada en Saul Goodman  (Bob Odenkirk), el delirante abogado narco que se robaba la pantalla cada vez que aparecía, acá se nos cuenta su pasado, cuando se llamaba Jimmy McGill era el hermano fracasado de un jurista estrella que lo tenía repartiendo el correo en su estudio mientras estudiaba abogacía en secreto. Ahí, no había humor y Jimmy padecía las penurias de un hombre que vivía al día, tratando de sobrevivir como pudiese en un lugar que había decretado de antemano que era una basura.

De este modo, si en "Breaking Bad" todo explotaba una y otra vez (las identidades, los aviones, las casas, los cuerpos) en "Better Call Saul" los cambios son microscópicos y su exposición abarca temporadas completas. El espectador debe estar atento a cada pequeña señal: el modo en que Jimmy alimenta a sus peces; la posición en que su novia Kim se sienta en un juzgado; la mirada de Mike, que nunca descansa de la pena; el cuidado con que el villano Gus Fring pronuncia cada palabra. Esas pequeñas pistas construyen la tensión del relato, que se acumula en los gestos y los silencios de  hombres y mujeres que nunca tienen claro hacia dónde se dirigen. De hecho, la trama narco parece una parodia que funciona como un alivio  de la tormenta interior de los personajes: en el mismo episodio donde Mike explota, minutos antes los primos Salamanca (asesinos clásicos de "Breaking Bad") masacran a decenas de personas; pero eso nos parece menor, quizás una concesión, el alivio de un lenguaje reconocible dentro de este drama hecho de silencio y palabras vacías.

Pero eso no pasa siempre. De hecho no sucede casi nunca. "Better Call Saul" es una obra donde lo que importa es la lenta contemplación de las heridas  de sus criaturas quebradas, aquel reverso de la picaresca que deviene en la banalidad cotidiana. Por eso no tiene sentido verla en maratones: no queremos saber qué va a pasar con los personajes, nos interesa más bien percibir la tensión entre el tiempo y la experiencia que electrifica esas viñetas semanales de las que no tenemos claro hacia dónde se dirigen. La trama da lo mismo. Lo que importa son esos momentos desolados donde la muerte y otras amenazas acechan a los personajes desde su interior, algo que incluso los espacios abiertos del desierto y la frontera amplifican hasta lo intolerable.

"Pieles andantes, vacías. Sin rellenar. Se ha acabado la paja" anotaba Elias Canetti en un aforismo de 1993 que quizás citaba un viejo poema de Eliot. Lo mismo puede decirse de los personajes de "Better Call Saul", esa pequeña cita que tenemos con el abismo de lo humano cada semana, todas congeladas, todas figuras sin destino dentro de imágenes que son jaulas, todas atrapadas en un tiempo horroroso que transcurre como si todo lo que viésemos fuese una crisálida.

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