Luis Rojo, el preso que no quiere dejar la cárcel

Lleva 29 años tras las rejas, producto de un robo con homicidio. Podría optar a beneficios, pero asegura que se siente más seguro en la calle 3B de la ex Penitenciaría, desde donde espera no salir pronto.




DOS frazadas. Un par de zapatos. Algo de ropa. Un póster de la "U" campeona de la Copa Sudamericana y una taza para el café. Eso y poco más son los efectos personales de Luis Rojo Cruces, de 49 años, en su celda de la calle 3B del Centro de Prisión Preventiva Santiago Sur, más conocido como ex Penitenciaría.

El le dice "mi casa" al sistema carcelario donde habita desde hace 29 años y cuatro meses, luego de que el desaparecido 20 Juzgado del Crimen de Santiago lo condenara a presidio perpetuo simple, por el delito de robo con homicidio, el 7 de mayo de 1984.

Y aunque desde principios de 2004 Rojo podría haber optado a beneficios como la salida dominical, este hombre bajo y macizo asegura preferir seguir compartiendo junto a los otros 32 reclusos de su sección, con quienes a diario, entre las 9.00 y 21.00, se encuentra en un pequeño patio, sin techo, que reclama para que los encargados de Gendarmería "pinten y limpien".

"Me siento más seguro acá adentro, aquí vivo tranquilo. A veces vemos noticias y las embarradas andan a la orden del día, está muy peligroso", cuenta, sentado en el patio Las Palmeras, donde fue autorizada su entrevista.

El coronel de Gendarmería Ricardo Quintana, alcaide de la unidad, asegura que "este señor es un caso muy especial, porque, efectivamente, no se quiere ir. Más que interno, parece alguien institucionalizado. Podría postular a beneficios, pero, una vez que lo buscamos para explicarle cómo hacerlo, él mismo se consiguió un cuchillo, lo puso sobre su cama y declaró que lo usaba para defenderse, lo que era falso, a fin de ensuciar su conducta, que siempre ha sido buena, y que bajaran sus calificaciones para no poder optar a nada".

El tema de los beneficios intrapenitenciarios ha sido motivo de debate en las últimas semanas, luego de que el 1 de agosto José Muñoz (45), quien cumplía condena en Colina 2, quebrantara su salida y participara en un asalto a una caja de compensación de Macul, donde fue abatido un carabinero. Marcial Berríos, declarado prófugo en esta causa, también había recibido beneficios carcelarios.

Según afirman fuentes de Gendarmería, si bien Rojo ha tenido problemas y sufrido amenazas puntuales de otros internos, lleva una vida tranquila en la ex Penitenciaría. "Cultiva una buena relación con los gendarmes y es el monitor de su calle, quien nos comunica las inquietudes y hace las compras en el economato", detalla el alcaide.

En el penal lo apodan "El Guatón Rojo". Su primer ingreso al sistema judicial, por hurto, quedó registrado a sus 13 años. Como adulto ha conocido varios penales, entre estos la ex Cárcel Pública de Santiago, en el barrio Mapocho; Colina I y San Miguel -donde en 2010 presenció el incendio de la Torre 5 desde las celdas de enfrente- y, durante los últimos 14 meses, la ex Penitenciaría. Aunque tiene otras condenas, por robo con violencia, microtráfico y riña, aquel robo con homicidio, cometido en abril de 1984, fue lo que le significó la condena a cadena perpetua: "Pasaba drogado y tomaba mucho (alcohol). Necesitaba plata, así que entré a la casa de un amigo de mi familia, en (la población) La Bandera y lo ataqué con un arma (blanca). Era un buen tipo. Me equivoqué y pucha que me arrepiento".

Los últimos recuerdos mundanos del interno corresponden a la década de los 80. "Soy como el 'Lagarto Juancho'", bromea, comparándose con un dibujo animado que, por aquella época, se emitía en televisión. El personaje vivía en un zoológico de Florida y, pese a sus intentos de arrancarse, al final siempre se quedaba, porque sentía que allí estaba mejor: "Recuerdo que en Santiago había muchas micros, que los fines de semana nos entreteníamos con Sábados Gigantes y que estaban empezando a hacer rotondas por todos lados".

Cuenta que gran parte de la información que posee sobre el Chile actual la ha obtenido viendo televisión o la ha escuchado de los gendarmes: "Sé que ahora hay carreteras por debajo del río Mapocho, edificios gigantes y máquinas en las calles para sacar plata. Y que para andar en micro hay que tener una tarjeta (bip!). Yo no sabría qué hacer ni cómo moverme. Por eso, aquí queremos conseguir otra tele (sic) y aprender más cosas de mundo", lanza, y añade que fue en la cárcel donde aprendió a leer y a escribir.

El presidente de la Asociación Nacional de Oficiales Penitenciarios, José Maldonado, sostiene que Rojo ha vivido lo que denominan "prisionización": "Construyó su vida y sus afectos a partir de una celda; lo conozco desde la ex Cárcel Pública, cuando yo era teniente, y siempre ha tenido una buena conducta, asumiendo trabajos y roles, como mozo o ayudante de cocina. Ese es el mundo donde sabe cómo moverse".

Luis Rojo nació en Santiago. Su familia, o lo que queda de ella, aún vive en Renca, en la avenida Dorsal. Dice que tiene una hija, a la que, cuenta, vio sólo hace 30 años, durante sus primeros meses de vida, y dos hermanos y tres primos, quienes lo visitan unas tres o cuatro veces al año. "Ellos me quieren mucho, podría irme a su casa, tengo donde llegar, pero ellos también tienen su vida hecha y yo ya no soy de ahí", recalca.

René Morales, sicólogo especialista en trastornos carcelarios, plantea que "en períodos de reclusión prolongados, la familia se tiende a alejar y los lazos primarios y algunas veces afectivos emergen y se cultivan dentro del penal. Por eso les cuesta tanto irse. Además, saben que los códigos y lealtades con que crecieron, e incluso con los cuales cometieron sus delitos, ya no son los mismos. Y les da miedo salir a esa nueva calle".

Sobre su futuro, Rojo es tajante: "Si algún día me echan de aquí, habrá que aperrar nomás. Tengo claro que hay cosas que no son para siempre. Pero ojalá que eso no pase muy luego".

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