Columna de Pablo Ortúzar: Respuesta a Alfredo Joignant por sus críticas contra Lucy Oporto
“Las grandes mentes discuten sobre ideas; las mentes promedio discuten sobre eventos; las mentes pequeñas discuten sobre personas”. Frase atribuida a Eleanor Roosevelt.
Leí con negativa sorpresa las descalificaciones públicas emitidas en Twitter, X, o como se llame ahora esa nefasta red social, por el profesor Alfredo Joignant en contra de la profesora Lucy Oporto reaccionando a la reciente entrevista a esta última en La Tercera. Es común que activistas con fachadas académicas que actúan “en red”, como Javiera Arce, recurran reiteradamente al asesinato de imagen, y fue también éste el caso. Pero es muy preocupante que un intelectual de izquierda que generalmente busca el diálogo razonado con el adversario haga lo mismo. Las declaraciones de Joignant son las siguientes: “Sinceramente, no entiendo este afán de la prensa en consagrar a Lucy Oporto, quien nadie conoce ni la lee en la academia, como una intelectual interesante: una extravagancia” y “(…) hay méritos para existir en el mundo intelectual: Lucy Oporto no los tiene, en la academia se sabe y se mide quien es quien (sic). La prensa consagra irreflexivamente a partir de sus intereses (cita a La Tercera y a Ex-Ante). Lamento la franqueza”.
Al respecto, quisiera señalar tres cosas:
Primero, el profesor Joignant confunde el campo de la academia con el de la opinión pública, siendo que operan con reglas distintas. En la academia se busca la validación de la producción intelectual por los pares académicos, mientras que en la opinión pública se busca la validación de una opinión por quienes participan del debate público. En un caso, entonces, hay barreras de entrada a la discusión, y en el otro no. Por lo mismo el debate académico discurre en revistas y libros especializados, mientras que el debate público lo hace en medios de comunicación y publicaciones masivas. Por supuesto, puede haber cruces entre ambos campos, como el propio Joignant que emite sus opiniones sobre contingencia en periódicos y radios o participa en libros de difusión masiva, pero eso no los mezcla: yo no debería poder validar una postura en contextos académicos por su popularidad política, ni tampoco puedo pretender que la opinión pública deba someterse a los dictámenes de la academia. Lo primero sería populismo académico y lo segundo sería autoritarismo tecnocrático. Joignant, formado en Francia, conoce la diferencia entre el rol de académico y el de intelectual público. Se equivoca, entonces, al pretender que el valor que él le asigna al trabajo de la profesora Oporto en el campo académico (el que además nunca respalda) deba traducirse directamente al campo de la opinión pública. Es probable que nadie haya mirado las publicaciones académicas de Joignant para invitarlo a los programas de radio o televisión: siempre ha operado como una voz intelectual juiciosa vinculada al Partido Socialista. Y si es por mérito en esta cancha, Oporto, de hecho, se hizo conocida en el campo de la opinión pública por la alta circulación de la publicación “Lumpenconsumismo, saqueadores y escorias varias: tener, poseer, destruir” aparecida el 17 de noviembre de 2019 en un oscuro sitio de internet, y no en un medio de alta difusión, ni siendo validada como la voz intelectual de algún partido político. La fama ganada a partir de ese ensayo es la que la llevó a figurar como una voz en los medios de comunicación masivos.
Segundo, los postulados académicos no se validan en dicho campo en base al prestigio académico de quienes los emiten, sino a las reglas del método de cada área de investigación. Una afirmación equivocada no se vuelve verdadera por los títulos o el currículo de quien la emite. Si esto no fuera así, la academia sería nada más que un club de compadrazgo (sin mencionar que ningún académico que ejerciera en Chile, donde ninguna universidad está dentro de las cien mejores del mundo, podría aspirar a producir algo de interés global). Y uno de los principales problemas que sufren las Ciencias Sociales y las Humanidades hoy en día es que, como resaca de la crisis epistemológica de los años 80 del siglo pasado, la erosión metodológica ha llevado a una creciente politización de las disciplinas, facilitando que, muchas veces, operen como clubes de compadrazgo donde grupos de académicos políticamente afines se rascan la espalda entre ellos, excluyendo a los que no participen del club (o “red”) de favores y afinidades políticas. Esto es especialmente cierto en contextos como el chileno, donde el circuito académico es particularmente pequeño: el activismo con carnet académico tiene tomados grandes espacios universitarios, lo que desvía fondos públicos a financiar actividades cuyo contenido es básicamente propaganda en favor de tal o cual causa. Esto quedó obscenamente expuesto durante el proceso constitucional, lleno de “expertos” glorificados entre ellos mismos que eran pura y exclusivamente activistas. El “todo vale” es el desenlace lógico de pensar que lo único que existe son “discursos de poder” y “luchas por la hegemonía”. Tal escenario de fondo, de hecho, hace que la prédica de Joignant en este caso venga desde un púlpito ruinoso, lo que se nota en su forma: no va a las ideas, sino a la persona. Y en esta ocasión no va a las ideas porque hace eco de un circuito académico constituido por pequeños grupos de afines acostumbrados a no a discutir ideas (¿Qué dice?), sino personas (¿Quién es?).
Tercero, justamente porque la verdad no emana de títulos ni trayectorias es que la vida académica exige disciplinarse en la humildad y adquiere una forma comunitaria. Es la corrección fraterna y respetuosa la que hace buenos académicos, y exponerse a ella exige ser capaz de bajar las defensas frente a otros. A nadie le gusta que le critiquen su trabajo, ya que hiere el ego, pero sólo se crece académicamente a través de la exposición a esta crítica, que es facilitada por la pertenencia a comunidades de conocimiento que se leen y critican respetuosamente entre sí, así como a las formas jerárquicas del entrenamiento académico, que permiten a quienes ocupan puestos de autoridad utilizar esa posición para preparar a sus estudiantes. Una academia basada en la adulación de los afines, la clientelización de los discípulos y la descalificación ignorante de los adversarios no va para ningún lado: crea comunidades que corrompen en vez de hacer crecer. ¿Adónde pretende el profesor Joignant que conduzca un debate supuestamente académico basado en el ninguneo y el chaqueteo? Su postura en este caso valida y aumenta la degradación tanto de la academia como de la opinión pública.
En suma, la descalificación del profesor Joignant a la profesora Oporto no tiene cabida ni en la academia ni en el debate público. Carece de razones y refleja la preocupante y delicada situación de ambos campos en nuestro país. Lo aquí expuesto no busca descalificarlo a él, sino corregirlo e intentar convocar a un diálogo urgente apelando a razones que creo que él mismo considerará válidas. Tampoco hablo desde un púlpito: trabajar en campos con reglas diferentes pero contenidos parecidos, como la academia y el espacio público, sin duda facilita confusiones, en particular cuando el campo académico en el que se trabaja está ruinosamente politizado. Desempeñándome en el mismo cruce de caminos que Joignant, considero que es tiempo de ordenar las cosas y tratar de hacer un esfuerzo por mejorar el nivel tanto de la academia como del debate público. De lo contrario, nuestro querido eriazo, en palabras de Enrique Lihn, se volverá cada día más remoto y más presuntuoso.
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