María José Moya, patinando en la sombra

La flamante bicampeona del mundo de patinaje en velocidad, rememora su duro camino hacia el éxito. Su hermana Valentina ya le sigue los pasos.




"Todo comenzó con un paseo familiar". Corría el año 1993 en Santiago y el parque estaba lleno de niños. "Yo tenía cuatro años. Me llamó la atención aquel deporte y mis padres me inscribieron para que practicara como hobby", rememora hoy, dos décadas más tarde, la patinadora chilena María José Moya, con la misma sonrisa de entonces dibujada en su rostro, pero con la presea de oro conquistada en el Mundial de patinaje de velocidad de Rosario (Argentina) colgándole del cuello.

Nadie, ni siquiera ella misma, podría llegar a imaginar que ese paseo por el parque O'Higgins iba a cambiar su vida para siempre. María José, Pepa, como comenzó a llamarle su tío por ser chiquita, es hoy la patinadora chilena más laureada de todos los tiempos y la segunda deportista nacional que ha sido capaz de pulverizar un récord mundial en cualquier disciplina deportiva.

"Toda mi vida gira en torno al patín. Nunca me he planteado practicar otro deporte o hacer otra cosa. Esto lo hago porque me gusta, no por recibir dinero. Patino porque realmente esa es mi pasión", sentencia.

Hacia la cima

María José Moya trató de formarse como técnico deportivo, pero se vio obligada a abandonar la carrera por la elevada exigencia que demanda la preparación física de una atleta profesional. Fue el primer obstáculo que tuvo que sortear en su  obstinación por dedicar su vida al mundo del patín carrera. "Entreno muy duro de lunes a viernes. Por la mañana en la Ciudad Deportiva Iván Zamorano. Luego, a eso de las 11.30, me voy al patinódromo (del estadio Nacional). Ahí me ejercito hasta la 1.30 y a las 5, vuelta a entrenar. Mi rutina casi no me deja tiempo para nada", explica la velocista de 25 años, medallista mundial de manera ininterrumpida desde 2010, es decir, durante cinco años consecutivos.

Tras proclamarse campeona del mundo en categoría juvenil en el año 2006, una grave lesión estuvo  punto de tirar a la basura su su carrera. "Estuve dos años retirada del deporte, durante 2007 y 2008, por una fatiga muscular en el tibial anterior. Dos años sin poder hacer ningún tipo de sobreesfuerzo físico. Fue el momento más duro de mi vida", confiesa ahora, con la satisfacción de haber podido derrotar a dicha dolencia crónica para convertirse más tarde en la reina mundial de la velocidad en su disciplina.

Una vida sobre ruedas     

Moya ha vivido siempre por y para el patín carrera. Si "la pasión es también una emoción crónica", como escribió en una ocasión el sicólogo francés Ribot, en su caso particular es también un asunto familiar de primer orden. Su hermana pequeña, Valentina, tres años menor que ella, es también patinadora profesional. "Ella empezó a patinar porque yo iba todos los días al patinódromo. La 'Vale' venía siempre conmigo, desde chiquitita, y supongo que no le quedó más remedio que seguir mis pasos. Es una excelente deportista, con un gran futuro", revela, visiblemente orgullosa, la hermana mayor.

"En realidad, uno empieza en esto por gusto. No puede ser de otra manera. Y entrena siempre duro para ganar, para colgarse la medalla de oro, aunque en mi caso mi hermana me ha dejado la vara bien alta", le responde Valentina Moya, quien pese a su corta edad ya fue capaz de conquistar el cuarto lugar en los Juegos Sudamericanos celebrados en el mes de marzo en Santiago.

En la comuna de San Miguel, donde viven, las hermanas Moya comparten impresiones e intercambian consejos a propósito del deporte que tanto aman, "pero sólo si hay una competencia internacional cerca, pues no es el tema central de nuestras conversaciones fuera del patinódromo", matizan.

"Cuando no entreno, lo que más me gusta hacer es salir a pasear con mis cuatro perros", relata María José, quien confiesa sentir una especial devoción por uno de ellos, Zeus, de raza samoyedo. "Zeus, Fiona, Luna y Chica dan bastante trabajo, pero sobre todo a mis papás, que son quiénes los cuidan la mayoría del tiempo", subraya.

Soledad

La extraordinaria trayectoria de María José Moya ha sido reconocida con numerosos premios: campeona mundial en Italia 2012 (tras la descalificación por dopaje de la argentina Victoria Rodríguez) y en 2014, tras doblegar en su prueba fetiche, los 200 metros contrarreloj, a la colombiana Yersi Puello, defensora del cetro planetario y actual poseedora del récord mundial de la disciplina. A eso se agrega la distinción a la mejor deportista ADO del año 2013 o su reciente designación por parte del Comité Olímpico de Chile, COCh, como mejor deportista nacional de 2014. Todos ellos, galardones procedentes de unas instituciones y organismos que no terminan, sin embargo, de equiparar el patinaje a otras disciplinas deportivas en términos de promoción y financiación. "Falta mucho recurso económico para el deporte en Chile. Faltan procesos de entrenamiento y eso marca mucho la competencia internacional. Tener a tus deportistas con buena implementación es determinante", denuncia la flamante campeona mundial, antes de hacer un llamado a la colaboración del sector privado en la difusión de los deportes minoritarios.

"Las empresas privadas no se interesan generalmente por los deportistas, pero tienen que empezar a apoyar al deporte de alto rendimiento, porque eso ayuda al país, no sólo a nosotros como deportistas", apostilla.

Y es que corren tiempos difíciles para aquellos que se atreven a abandonar el redil y tratan de dedicar su vida a cualquier disciplina que se desarrolle lejos de un estadio de fútbol. Una cuestión de idiosincrasia nacional, tal vez, pero ella reclama una alarmante asimetría en el reparto de los recursos y un manifiesto déficit periodístico a la hora de dar cobertura a los eventos deportivos. "Que no tenga tanta repercusión un logro en patinaje es un tema del país. Después de todo no es un deporte masivo aquí en Chile, pero lamentablemente todos los periodistas deportivos se preocupan 100% del fútbol", afirma la patinadora santiaguina, que reconoce no ser una gran aficionada al balompié "salvo cuando juega la selección", consciente de que al fútbol jamás se jugará en patines.

Al hablar de las exigencias que esta disciplina requiere, María José no duda en referirse al "enorme esfuerzo y sacrificio" que supone tratar de dedicar su vida al patín carrera. Sobrevivir patinando -es decir, vivir de aquello que te da la vida-, se antoja poco menos que una quimera para la doble campeona mundial: "Vivir, lo que se dice vivir, no se puede vivir de esto. Yo lo hago porque me gusta y porque es mi pasión. Yo tengo la suerte de estar trabajando junto a Pablo Omar, que es mi manager en estos momentos, y que me está consiguiendo algunos auspicios, pero para los deportistas en general es muy complicado", confiesa la velocista, sonriendo todavía pero con un rictus de preocupación atravesando ahora su semblante, probablemente fruto de saberse parte de un deporte injustamente forzado al ostracismo informativo y condenado, en muchos otros sentidos, a la invisibilidad.

Así es María José Moya, una patinadora en la sombra, empeñada en deslumbrar, en continuar brillando.

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