Sócrates y Heidegger frente a frente

El francés André Glucksmann enfrenta a los filósofos en su libro Los dos caminos de la filosofía.




El filósofo francés André Glucksmann (1937) se ha empeñado en devolverle a la filosofía su carácter provocador, lejos de la apariencia inofensiva y fría que le ha impuesto la modernidad. Provocador político y cultural desde su primer libro, Discurso de la guerra, teoría y estrategia, ha causado polémica al apoyar la guerra de Irak y a Nicolas Sarkozy, a los chechenos y a la acción de la OTAN en Serbia. Fiel a su máxima "teorizar es aterrorizar", diserta sobre la permanencia de lo trágico en nuestra historia y la inutilidad de las recetas dogmáticas para capturar las constantes tensiones entre el individuo y la colectividad. Apelando a una filosofía que no se desvanezca en su autocomplacencia posmoderna, da la batalla subvirtiendo los formatos académicos, cada vez más rígidos y endógenos.

En su último libro, Los dos caminos de la filosofía, que sigue a los exitosos Dostoievski en Manhattan (2002) y El discurso del odio (2005), Glucksmann le otorga voz a Sócrates, cuyas diatribas se vuelven cada vez más molestas para nuestra época, o al menos debieran serlo. Usa la primera persona para que el filósofo griego interrogue al pensamiento actual, recuperando las nociones de duda, ironía y justicia, en contraposición del poder enajenador de la técnica y el nihilismo imperantes. Sólo la revisión de las convicciones profundas puede dar frutos: "Aceptadme como un lugar de enfrentamiento, pero no olvidéis que yo soy filósofo por falta de sabiduría. Si teméis decepcionaros, id a ver a Heidegger", nos reta el Sócrates de Glucksmann.

Aparece entonces el antagonista, Heidegger, que representa el camino contrario al compromiso filosófico, sin negarlo ni arrepentirse: el alemán dialoga como filósofo y nazi, dominador de la escena intelectual de los últimos 90 años: "A la fe en el hombre aparece la necesidad de considerar la maldad como inherente", dice. "De olvidarnos de la belle epoque, de la verdad blanda y consensual, que no es sino una falsa luz. Si existe es más bien parte de la oscuridad".

El diálogo entre Sócrates y Heidegger es como una lucha en un escenario teatral, donde se cruza lo biográfico y lo filosófico. Por momentos, el enfrentamiento es trágico, pero en otros surge la comedia al imaginarlos convenciendo a la actualidad de sus razones. Glucksmann los pone en una caja de resonancias entre lo que debe ser contra la presunción del desarraigo. Ambas posturas, radicales y equivalentes a la hora de exigir desprenderse de los prejuicios y encarnar la verdad, no dejan de chocar: las piedras del pensamiento frotan sus errores uno contra otro.

Si esconder los instintos destructivos por amor al hombre puede ser una manera de plantarse ante el futuro, también lo es aventar de manera vacua nuestras contradicciones. En ambos casos, el camino elegido recobra su fortaleza para dejar en claro dónde situar el debate sobre la filosofía. Sócrates y Heidegger son sujetos de una interpretación heterodoxa y riesgosa. Glucksmann ha vuelto a la filosofía sin proponer por ello un camino tradicional. El conflicto que enfrenta es entre el compromiso por encontrar aquello que está mal en la sociedad y su contrario, que prefiere regodearse en el nihilismo. Los dos caminos de la filosofía es un libro desafiante, porque enmascara una provocación en favor de la búsqueda de la verdad, para luego dar una magistral cátedra de filosofía viva.

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