Acuerdo de Argentina con el FMI

La larga historia de renegociaciones del país trasandino con el FMI pone en duda que el acuerdo alcanzado esta vez logre enrielar la economía de ese país a largo plazo.



Argentina ha logrado un alivio transitorio luego de lograr un principio de entendimiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para refinanciar la deuda por más de US$ 40 mil millones que mantiene con la entidad, una de cuyas cuotas -por unos US$ 2.800 millones- vencía a fines de marzo, la que aparecía completamente imposible de saldar ante el precario estado de las finanzas públicas. El acuerdo aún debe ser aprobado por el directorio del FMI, y luego ratificado por el Congreso argentino, donde en todo caso se prevé que el gobierno de Alberto Fernández contará con los votos suficientes, pese a algunas tensiones en el bloque oficialista.

La economía argentina ha sido duramente golpeada por la pandemia, agravando el complejo cuadro financiero por el que ya atravesaba. La inflación en 2021 se empinó por sobre el 50%, la pobreza ha escalado hasta niveles alarmantes y las reservas internacionales del país se encuentran en niveles mínimos. El acuerdo con el FMI entrega algo de oxígeno, pero hay dudas de que el plan de reestructuración comprometido sea una solución efectiva a largo plazo. Si bien el entendimiento contempla que el ancla clave del programa será la consolidación fiscal, con el cual se prevé una mejoría gradual y sostenible de las finanzas públicas, la larga historia de renegociaciones de Argentina con el FMI demuestra que ninguno de estos acuerdos ha impedido que el gasto haya continuado expandiéndose a niveles insostenibles, y que ello haya tenido que ser financiado con emisión, ante la imposibilidad de recurrir al financiamiento en los mercados externos.

Si bien el propio Fondo ha sido objeto de cuestionamientos por la lenidad en que ha negociado con distintos gobiernos argentinos, la principal responsabilidad por haber llegado hasta este punto sigue siendo la forma irresponsable en cómo se ha manejado la economía trasandina. Argentina, en ese sentido, constituye un caso de estudio y es señero respecto de cómo un país abundante en riquezas naturales y con una población capacitada puede arruinarse producto de políticas populistas.

Los enormes subsidios que debe proveer el Estado han distorsionado por completo la política de precios, y las medidas que se han implementado para controlar la inflación han sido del todo inefectivas, especialmente la fijación de precios para una serie de productos básicos, que ha terminado en total fracaso. La fuga de divisas, en tanto, supone que ya no hay confianza en el mercado doméstico, lo que se demuestra en el inédito nivel de desacople que muestra el dólar oficial con aquel transando en el mercado informal.

Los países de la región deben aprender acerca de las lecciones que entrega la economía argentina, donde queda a la vista que allí donde no existen buenas políticas económicas -es decir, aquellas que promuevan la sana disciplina fiscal, un manejo monetario autónomo de los ciclos políticos y un ecosistema regulatorio que favorezca la inversión mediante reglas no discrecionales- el riesgo de sucumbir es inminente, cuyas consecuencias las terminan pagando sobre todo los sectores más postergados, como queda demostrado en el caso trasandino.

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