Columna de Javier Sajuria: La estatura moral y la caída

21 de Noviembre del 2017/SANTIAGO Los miembros de la Directiva Nacional de Revolución Democrática comparten un desayuno con los candidatos electos del partido. Estarán presentes: Rodrigo Echecopar, presidente de RD; los diputados Giorgio Jackson, Maite Orsini, Natalia Castillo, Catalina Pérez, Jorge Brito; Miguel Crispi, Pablo Vidal y el senador Juan Ignacio Latorre. FOTO: RODRIGO SAENZ/AGENCIAUNO

Este afán de crítica a sus antecesores es, precisamente, lo que explica la virulencia de las críticas que ha recibido la coalición oficialista en los últimos días. Su triunfo ha sido a costa de desbancar a toda una generación política bajo acusaciones de baja calidad moral.



La situación de Revolución Democrática y el caso de los convenios directos entre el Minvu y diversas fundaciones han abierto la puerta a una serie de preguntas sobre el rol de la ética y sus consecuencias en política. Así, una parte importante del atractivo político del Frente Amplio ha sido, hasta ahora, que su renovación no es únicamente generacional, sino que ética. Y es por eso que la caída de estos últimos días es más dura.

Hay varios ejemplos de este interés por aparecer con mayor estatura altura moral, que no tienen que ver con las desafortunadas declaraciones de Giorgio Jackson hace unos meses. Por ejemplo, al asumir en la Cámara, una de las primeras propuestas de los ex líderes estudiantiles fue la de reducir la dieta parlamentaria al 50%, usando la noción de una dieta “ética”. Asimismo, en medio de la inscripción de RD como partido, el entonces diputado Jackson declaraba que “si otros no han podido encargarse de arreglar las situaciones de corrupción (…) que existen en nuestro país, tenemos que tomarnos la política con nuestras propias manos”.

La convicción de que son portadores de valores y principios distintos a los políticos de generaciones anteriores no es simplemente un desliz discursivo, sino que la convicción de un sector del conglomerado. Cuando Comunes debió lidiar con polémicas por financiamiento de la campaña de Karina Oliva, la reacción de los otros líderes del FA -Gabriel Boric incluido- fue muy rápida en separar y aislar a los involucrados. La teoría de la manzana podrida se usó para explicar la situación y algo similar se trató de hacer en el caso de Democracia Viva. Pero lo que podría haber servido en el contexto de una campaña política, no tiene el mismo efecto cuando se es gobierno.

Una de las características de los movimientos y partidos nacidos en la izquierda post crisis económica del 2008 tiene que ver con una denuncia constante a la corrupción entre dinero y política. Estos grupos, en distintos países, han tratado de representar a aquellos que quedan excluidos de los beneficios del capitalismo y critican la connivencia entre empresas y gobierno. Este afán de crítica a sus antecesores es, precisamente, lo que explica la virulencia de las críticas que ha recibido la coalición oficialista en los últimos días. Su triunfo ha sido a costa de desbancar a toda una generación política bajo acusaciones de baja calidad moral. Era esperable que, al destaparse un potencial caso de corrupción, ese mismo sector salga sin pudor a romper vestiduras, incluso de forma más bulliciosa que los acusados.

El problema principal es que ninguna de estas reacciones es capaz de hacerse cargo del problema principal. En medio de este proceso se evidencia que la corrupción sigue al poder como la sombra, y que simplemente rasgar vestiduras en la expectativa que el contrincante pierda votos no sirve de mucho. Las víctimas de la corrupción no son los políticos que la denuncian ni quienes pierden sus puestos por ello, sino que las personas que no reciben del Estado lo que les corresponde. Y en este caso, también quienes se dedican honradamente a lograr que eso ocurra. Que el resto se caiga de todos los altares morales que sean necesarios.

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