Columna de Matías Rivas: Wisława Szymborska, ironía y piedad

Wisława Szymborska.


Al leer a Wisława Szymborska da la sensación de estar en contacto con una amiga. Una cómplice que no teme exponer sus inquietudes y emociones con franqueza. Sus poemas están escritos en un tono suave, sin énfasis; son directos y, a la vez, ambiguos. Las verdades terminantes están fuera de sus categorías. Prefiriere elaborar conjeturas, deslizar inferencias. Es una escéptica que goza de humor y ternura. Una contemporánea con una solidez clásica que la distingue.

Cuando obtuvo el Premio Nobel, en 1999, no era una autora demasiado conocida fuera de Polonia. Nació hace 100 años, el 2 de julio de 1923, cerca de Poznan y a los 6 años se trasladará a Cracovia, donde viviría el resto de su vida. En las pocas entrevistas que dio se mostraba como una mujer encantadora, de opiniones independientes y con una relación con la literatura singular. En un momento de su vida, en que no tenía energía para viajar ni para hacerse de nuevos amigos, se reía de su fama. De joven estudió literatura y tuvo un vínculo con el comunismo. Fue breve y traumático. Se alejó de la política y concentró sus energías en la investigación de la perplejidad. Destaca su insistencia en lo impredecible. En Amor a primera vista señala: “Ambos están convencidos / de que los ha unido un sentimiento repentino. / Es hermosa esa seguridad, / pero la inseguridad es más hermosa”. El ser humano –para ella– está rodeado de enigmas inaccesibles a la razón. Elena Poniatowska dice que “más que cantar grandes elegías, exalta, juguetona, traviesa, las pequeñas y curiosas diferencias que nos determinan”.

Szymborska tendrá como regla moral no atribuirse conocimientos. Se ubica en el lugar del amateur, trabaja con lo negativo, lo que no llega a ocurrir, lo fugaz y azaroso. Esta filosofía está expuesta en versos elocuentes: “Nada sucede dos veces / ni va a suceder, por eso / sin experiencia nacemos, / sin rutina moriremos. / En esta escuela del mundo / ni siendo malos alumnos / repetiremos un año, / un invierno, un verano”. En ellos se puede observar el alegre pesimismo que caracteriza su postura ante el tiempo. Esta actitud explica su vocación por exprimir el presente y sus placeres. Era una individualista sin complejos.

La velocidad con que Szymborska se hizo popular, luego de ser traducida, fue un fenómeno. En su caso, la cercanía de su voz es lo que seduce, pues une la sencillez y belleza con la ironía. Por casi treinta años trabajó en la redacción del semanario Vida literaria. Se encargaba de las reseñas de los libros desechados por la crítica y respondía las consultas de los escritores novatos. A través de estas notas redactadas para ganar dinero logró producir una obra en prosa de características insólitas.

Reunidos bajo el título de Lecturas no obligatorias, mostrará su ingenio al comentar biografías de estrellas del cine, manuales de buenas costumbres, volúmenes de autoayuda, catálogos de aves, entre otros. Enfrenta con absoluta libertad cada tema, sin pretender tomarse en serio los saberes. Analiza de tal manera que sostiene tentativas parciales.

En Correo literario recopila sus respuestas a los que envían manuscritos. Muchas veces son insolentes, en otras desopilantes y, en la mayoría de los textos, exhibe inteligencia y sutileza. Era ajena a movimientos literarios y tendencias, no obstante, estaba al tanto de lo que hacían otros escritores. Los Ensayos de Montaigne eran su debilidad, al igual que los poetas romanos y griegos. Nunca pretendió teorizar, le bastaba con la experiencia y la intuición. Fue amiga de Czesław Miłosz, autor serio y metafísico, tan distinto a ella que causa curiosidad saber de ese vínculo.

Amaba fumar. Cuentan que en la comida de gala que le ofreció la Academia Sueca se paró de la mesa antes de acabar. Iba acompañada por el rey de ese país. A ella la fotografiaron haciendo volutas de humo, a él lo borraron de esa imagen por cuestiones de protocolo.

Relatan quienes la visitaron que residía en un edificio de hormigón de clase media. No era fácil llegar a su austero departamento. Dio escasas entrevistas. Acogía por la mañana a las visitas en el comedor, con un café y una copa de cognac. La acompañaba su secretario y posterior albacea. Tenía reglas claras: “Primero, no me gusta hablar de poesía. Segundo, no me gusta hablar de Wisława Szymborska, es decir, de mí. Tercero, no me gusta hablar de política. ¿Qué nos queda? Puedo hablar con ustedes de animales, de plantas, un poco del amor y un poco de la amistad”.

El título de su obra reunida sintetiza su actitud ante las certezas: Poesía no completa. Es una pariente cercana de Bartleby, el escribiente, el protagonista del cuento de Herman Melville, cuya frase distintiva era: “Preferiría no hacerlo”. Detrás de esos “no” se esconde la más feroz resistencia frente a las veleidades de quienes desean someternos. Szymborska jamás expresó su rebeldía con rabia. El humor y la piedad eran sus armas letales, con ellas defendía su radical integridad.

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