Columna de Max Colodro: Vencidos



Hay tiempos que son como “el odio de Dios” del que hablaba César Vallejo. Momentos en que pareciera que todo se detiene y quedamos petrificados frente al horror del que solo los seres humanos somos capaces; cuando es posible que cientos de jóvenes sean masacrados a sangre fría en un recital y mujeres sean violadas frente a los cuerpos de sus amigos recién asesinados; cuando el fanatismo pasa a ser el único lenguaje, se bombardea a civiles y niños terminan en bolsas de cadáveres.

El infierno de Dante palidece frente a las imágenes de lo ocurrido en estos días en Medio Oriente. Obra maestra del terror y de la estupefacción, convertidos en tributo sagrado por aquellos que no trepidan en hacer del martirio su forma de vida. Odio y desvarío, que nos vuelven a recordar cuán cerca estamos siempre de la monstruosidad; cuán íntima es la locura no solo de los que disparan y ejecutan a mansalva, sino también de los que creen que es posible contextualizar y relativizar la muerte de inocentes, aniquilar civiles y exhibirlos como trofeos, decapitar bebés y dejar sus cuerpos como testimonio de algo que está más allá de lo imaginable.

Es cierto: todo país tiene derecho a defenderse y a perseguir a los responsables de la masacre brutal de su población. Sin miramientos y sin contemplaciones. Pero el imperativo de castigar de forma implacable a los criminales no exime de tener que cumplir con los principios del derecho internacional humanitario, ni de cuidar a los civiles, ni de facilitar la ayuda de los organismos encargados de su protección. Nunca puede perderse de vista que en un conflicto armado la población civil es siempre la víctima principal, y que los actores intervinientes tienen la obligación ética y jurídica de hacer todos los esfuerzos por resguardarla.

Esta semana, Hamas le hizo un daño incalculable a la causa palestina. En rigor, la mimetizó todavía más con el fundamentalismo islámico, distanciándola a su vez de las democracias occidentales. Sin embargo, es imprescindible no olvidar que detrás del horror vivido en estos días por civiles inocentes no solo hay una organización terrorista dispuesta a todo, sino también un largo conflicto histórico no resuelto, una tragedia que ha sometido a Israel y a Palestina a una interminable espiral de violencia, odio y resentimiento, que clama al cielo una solución política. Algo que en este momento se ve más lejos que nunca y, por eso mismo, exige de todos mayores esfuerzos para que la guerra no siga siendo el único lenguaje posible.

Porque el día en que no haya más alternativa que el terror y la sed de venganza; cuando no quede más que el deseo de ver a los enemigos aniquilados y el goce de su sufrimiento; cuando la humanidad de los otros simplemente haya dejado de existir, y el dolor y la muerte de hombres, mujeres y niños solo sean ya un imperativo político; ese día, que hoy parece no tan lejano, el horror y la degradación observados en estas horas nos habrán finalmente vencido.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

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