Columna de Paula Escobar: La deuda histórica (con los niños y niñas)



Lo del ministro de Educación, el RD Marco Antonio Ávila, era crónica de una salida anunciada: quedó lista su silla la vez pasada. Era una de las gestiones más deficitarias y más urgentes de mejorar. Porque el hoy exministro parece que nunca terminó de comprender cuál era el eje fundamental de su responsabilidad: dedicarse con toda la energía y decisión a la recuperación de la catástrofe educativa pandémica. No pareció entender que no era “un” objetivo más, sino EL objetivo que tenía que enfrentar y por el que sería medido.

Un desafío de proporciones históricas. Y el fracaso también tendría proporciones históricas.

Las cifras son conocidas. Producto del más prolongado cierre de escuelas de los países OCDE (triste récord: 259 días), los niños y niñas de Chile tienen graves rezagos educacionales, inasistencia y deserción escolar, además de padecer problemas de salud mental y violencia. Los resultados del Simce 2022 registran una caída de 10 puntos de los estudiantes de educación básica, el desempeño más bajo de la última década. En lectura, sólo dos de cada cinco niños de cuarto básico logran las habilidades y conocimientos básicos para su nivel. Y 46% no alcanzó el resultado mínimo en matemáticas.

El 40% de los alumnos presentó asistencia insuficiente en el primer semestre. Existe la violencia de los overoles blancos en los liceos emblemáticos y, en otro liceo, una alumna fue apuñalada en el baño. Además, han crecido las denuncias por maltrato a estudiantes, con un aumento de 25% respecto del año pasado. Se calcula que 250 mil niños han desertado de la educación, y la Casen nos muestra que la pobreza tiene rostro infantil: afecta a un 10,52% de los menores de edad. Costos emocionales, costos de salud y también económicos. El exministro de Hacienda Ignacio Briones afirma que el cálculo económico del daño pandémico educacional, tanto por la caída permanente de ingresos de las cohortes afectadas como por el menor crecimiento potencial del país, supera los US$ 300.000 millones.

El nuevo ministro debe abocarse a esto. Más gestión, más foco, más recursos, pero también más métricas, plazos, evaluación de resultados, con sentido de urgencia, con transparencia y rendición de cuentas. Este debiera ser un plan concebido y ejecutado como un desafío del país y monitoreado de cerca por la sociedad civil.

Para conseguir aquello, además, el ministro Cataldo debe lograr que no se pierda un solo día más de clases. Así como erróneamente el ministro anterior consideró una “buena decisión” cerrar colegios por narcofunerales, Cataldo debe asumir lo contrario: nada lo justifica. Se debe aprender la lección: el cierre de colegios y salas cuna prolongadísimo en Chile fue una pésima decisión, y un error mayúsculo -del hoy oficialismo- el oponerse a la reapertura, así como fue una injusticia la acusación constitucional contra el ministro Figueroa por querer reabrirlos. Asimismo, el ministro Cataldo debe ser firme frente al Colegio de Profesores en lo inaceptable que es que niños y niñas paguen por sus paros y movilizaciones. Que se pierdan más clases no puede estar en la mesa de negociación por su deuda histórica.

Muy relacionado con lo anterior, el ministro Cataldo debe darle prioridad a la educación inicial o temprana, dejada de lado, abandonada en la práctica, como prioridad nacional. En niños de entre cero y seis años hay una tasa de inasistencia de un 49 por ciento para la educación parvularia. Esto impide que reciban estimulación temprana y, además, impide que las madres puedan trabajar, en un país con bajísima corresponsabilidad y donde el costo de la maternidad lo pagan las mujeres. Lo dicen todos los expertos: la mejor receta contra la pobreza y la desigualdad es la educación inicial gratuita, universal y de calidad. Solo así se nivela la cancha, las mujeres pueden trabajar y se aumenta el capital humano y la productividad de nuestro país. Es la piedra angular de un Estado de bienestar, el mínimo civilizatorio que un gobierno progresista no puede no tener entre sus prioridades.

Lograr avanzar, acordar y transversalizar estos objetivos como los más relevantes para el futuro de Chile es una misión difícil para el gobierno y el ministro, pero no inalcanzable, pues hay coincidencias en el arco político en su urgencia y relevancia.

Después de los resultados del Simce, el hoy exministro Ávila dijo que prefería no hablar de “terremoto educativo” y que “esperaba una urgencia mayor”.

Lo cierto es que sí es un terremoto lo que pasa en educación. Y que si no se enfrentan los daños pandémicos y no se prioriza la educación inicial, el terremoto puede transformarse en ruina.

O en una deuda histórica, de todo el país, con los niños y niñas.

Lo que pase -o no pase- en este ministerio se reflejará e impactará en todos los indicadores de desarrollo de Chile.

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