Combatiendo monstruos

Pese al uso de mascarillas, como se aprecia en esta imagen reciente del Paseo Huérfanos, en Santiago siguen aumentando los contagios. Foto : Andrés Pérez


Si una bola de cristal pudiera decirte la verdad acerca de ti, tu vida y tu futuro, ¿qué quisieras saber? Esa es una de las preguntas que el profesor de ciencias del comportamiento Nicholas Epley recomienda hacerles a nuestros cercanos para mantener diálogos significativos en tiempos de pandemia y confinamiento. Friedrich Nietzsche dijo: “Quien combate monstruos debiera ver que, en el proceso, no se convierta él también en uno”. Y en eso estamos todos, combatiendo monstruos. Los hay varios allá afuera: virus, soledad, violencia, recesión, desempleo, quiebra… Si te llegas a cruzar con uno en particular, el Sars-CoV-2, popularmente llamado Covid-19, va a ser como si te tocara un juego de azar con 20 bolitas en un sombrero. Si sorteas la única negra, luego de un promedio de 14 días enfermo, donde los últimos 5 los pasaste en el respirador artificial, vas a conocer a San Pedro.

Hasta ahora no hay cura conocida ni tampoco vacuna, por lo que tu suerte está determinada por tu genética, edad y preexistencias. Como estos factores no pueden modificarse pronto, tu suerte está echada. Es por ello que este monstruo produce tanto temor: no lo controlas.

Esta amenaza no va a cambiar por un largo período. Los expertos piensan que el desarrollo de una vacuna va a demorar al menos dos años. Basados en observaciones de que los anticuerpos en pacientes recuperados comienzan a disminuir luego de un par de meses, incluso tienen dudas de que su inmunidad sea duradera. El virus muta poco, lo que lo transforma en un blanco estático, pero presenta una alta tasa de contagio (Ro). Ello implica que la vacuna necesita ser altamente efectiva (al menos 75%) para reducirla a menos de 1. Dados los tiempos descritos, pareciera que hay que trabajar simultáneamente y rápido en los antivirales. Si bien se han probado muchas terapias existentes, la comunidad científica sostiene que no hay nada hasta ahora que funcione de verdad.

El temor nos ha llevado a refugiarnos en la única herramienta que parece tener un efecto positivo para mejorar nuestra suerte. Evitar cruzarnos en el camino del bicho. Es lo que se ha denominado distanciamiento social. Este se logra usando mascarillas, alcohol gel, lavándonos las manos frecuentemente, evitando aglomeraciones y tomando distancia con los demás. Ello, porque las personas comienzan a contagiar 3 o 4 días antes de saber que están enfermas. Es decir, sin saber que llevan al monstruo consigo.

Como con las vacunas, el objetivo de las autoridades de salud consiste en llevar la tasa de contagio a menos de 1 a través del comportamiento. Ello debe hacerse al mínimo costo en calidad de vida para todos. Es decir, tratando de reducir los efectos negativos del distanciamiento social en actividad y el empleo. Las cuantiosas transferencias y subsidios empleados por los gobiernos para mitigar dichos costos son una ayuda, pero que habrá que pagar. No sustituyen la necesidad de reabrir las economías. La cuarentena total es un “botón de pánico” que debe ir migrando a la política de un interruptor, que apague, prenda o baje la intensidad de una zona o actividad. Gradualmente y con cautela se deben reabrir las menos riesgosas. Para ello hay que testear, testear y testear, particularmente a quienes están más expuestos a contagiarse (trabajadores de la salud, policías, etc.), aislando a portadores y grupos de riesgo. Esta es la idea detrás de la política de cuarentena dinámica y el llamado a vivir una “nueva normalidad”.

La dicotomía entre economía y vidas es falsa. Al igual que con el contagio, el confinamiento también tiene costo en vidas; no solo a través de la expansión de la pobreza y de la hambruna anticipada por organismos internacionales. La soledad tiene un impacto en mortalidad estimado equivalente a fumarse 15 cigarrillos al día, siendo más peligrosa que la obesidad. Ella puede aumentar la probabilidad de muerte prematura al doble, siendo catalogada como “otra epidemia”, pero de salud mental.

El mejor remedio para la soledad es el contacto cara a cara con otros: familia, amigos, grupos, labores sociales, clubes, viajes, deportes, clases y trabajo. Ello es justamente lo que una cuarentena total nos priva. La clave está en no permitir que la distancia física nos impida relacionarnos, que no nos paralice. Tomar contacto con los demás, interactuando prudentemente, nos hará sentirnos mejor, más felices y sanos. Volviendo al profesor Epley, debiéramos privilegiar una “presencia física segura”. Volver pronto a una vida equilibrada y evolucionada.

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