Crisis de las instituciones públicas

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Chile vive un momento preocupante, pues se ha hecho recurrente que los medios de comunicación nos informen de críticas profundas de un Poder del Estado respecto del otro. Así ha ocurrido con la exhortación de una ministra de Estado respecto de los jueces, acostumbrados a hablar por sus fallos y no por los medios. Por otra parte, las últimas designaciones de ministras de la Corte Suprema dejaron un sabor amargo por los cuestionamientos que rodearon cada designación por el Senado.

Por otra parte, órganos muy importantes para la vigencia de la democracia y el estado de derecho han mostrado luchas intestinas que en nada contribuyen a reforzar esos valores. El Congreso Nacional y el Tribunal Constitucional se han constituido en tristes ejemplos de aquello poniendo en tela de juicio la confianza que la ciudadanía ha depositado en ellos. Ante este escenario, cabe preguntarse: ¿Por qué hemos llegado a este punto? ¿Qué males están afectando a la institucionalidad chilena?

Hauroiu decía que una institución es "una idea de obra o de empresa que se proyecta en el tiempo". Ello supone que la institución pervive a pesar de los cambios de sus integrantes o de su estructura, pues está al servicio de un ideal de bien común. En consecuencia, la institucionalidad se opone a la personalización del poder, a todo intento de destacar por sí mismo, al margen del ideal que persigue la propia institución. Pero también se opone a la instrumentalización de ese ideal, esto es, a tratar de identificarlo con los propios objetivos de alcanzar el poder o de retenerlo. Y ahí es cuando se nos viene a la mente la Constitución Política de 1823, llamada "Moralista" que, entre otras disposiciones, contemplaba la exigencia de una lista de beneméritos u hombres totalmente probos para servir en las instituciones públicas.

De lo anterior se deduce que esas instituciones requieren no solo hombres y mujeres que hayan hecho del respeto a la ética una forma de vida, sino que tengan apertura al diálogo y a la tolerancia, valores que hoy día vemos muy difuminados frente a una lógica que tiende a transformar en enemigo a todo aquel que piensa o representa un sentir distinto.

De allí que, del cúmulo de reformas que, según se dice, impulsa el gobierno, las más importantes no serán las estructurales, sino aquellas que permitan arribar a nuestras instituciones públicas a quienes tengan verdadera vocación de servicio o que sean un ejemplo de cordura y prudencia que jamás deben ser confundidas con debilidad o flaqueza. Y lo harán en tiempos en que el escrutinio público es inevitable además de necesario, porque, afortunadamente, el valor de la transparencia llegó a nuestra democracia para quedarse.

Hoy queremos instituciones que estén a la altura de los desafíos del mundo globalizado, de los cambios en nuestra cultura y del impacto de los avances tecnológicos, pero, especialmente, que retomen la importancia de la res pública, de esa que nos compete a todos, sin olvidar que las personas somos siempre fines y no medios de la sana acción política.

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