La educación interminable

Estudiante colegial
Foto referencial


La resolución de las diferencias entre el gobierno y la oposición en torno al proyecto Aula Segura, vista como un triunfo, dado el acuerdo alcanzado, está lejos del tenor de los debates que, en torno a la educación, debieran estarse dando. Puesto que Chile está inmerso en las reformas estructurales impulsadas por el gobierno anterior, es probable que el abordaje de asuntos como la violencia escolar generen la impresión de estar en la cresta de una ola. Sin embargo, para tomar perspectiva, basta leer a Anant Agarwal, máximo responsable de edX, la plataforma de cursos Mooc del MIT y Harvard, que afirma que, "en la enseñanza, no ha habido mejoras significativas en varios siglos".

No es algo exclusivo de Chile. Se percibe un desasosiego generalizado con la educación que se expresa, por ejemplo, en la presión sobre el currículum. Por las redes transitan las exigencias interminables que se le hacen a la escuela: educación sanitaria, empatía, nutrición, educación financiera, alfabetización digital, educación tributaria y reanimación cardiopulmonar. En Chile, se plantea incluir los derechos humanos como asignatura y, en España, se busca darle mayor peso a la asignatura de Filosofía. Todo ello sin olvidar que el movimiento #Metoo ha reimpulsado la demanda por integrar el género como perspectiva.

Más que embutir a los niños, el asunto pasaría por alimentar disposiciones en un mundo donde se intuye como improbable la promesa de ascensor social de la educación, puesto que chocaría con el aumento de la desigualdad y la incertidumbre que genera que, en 2030, la mitad de los puestos de trabajo que hoy existen habrán desaparecido.

El Foro Económico Mundial (WEF) propone algunas habilidades cruciales: el amor por la lectura; la inclinación a diseñar el propio aprendizaje; la capacidad de pensar por uno mismo; la gestión de la atención y, por último, un escepticismo que se hace urgente frente a las fake news. Lo último cobraría más fuerza si se piensa que el ascenso creciente a la presidencia de líderes como Trump y Bolsonaro podría responder, según algunos, a fallas en los sistemas educativos.

No es aventurado pensar que las capacidades para cuestionar y disentir, mejor equipadas para lidiar con la complejidad de democracias amenazadas, lleguen a revestir connotaciones patrióticas. Pero hablamos de un bien todavía escaso. Lo corrobora la búsqueda declarada, y todavía difícil, que hacen los empleadores de personas capaces de puntos de vista alternativos. La situación cambiaría si los liderazgos optaran por algo todavía raro: incentivar la crítica argumentada, alejándose de esa tentación a escuchar lisonjas, por lo demás, muy humana.

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