El universo Pezo + Von Ellrichshausen

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Ella es de Bariloche. Él nació en Angol. Y eligieron Concepción para vivir y crear. La pareja de arquitectos Mauricio Pezo (42) y Sofía von Ellrichshausen (39), autores de la premiada Casa Poli, hoy destacan en la primera línea de la arquitetura mundial. Pero pasan desapercibidos en la VIII Región, donde pocos penquistas saben que estos vecinos ilustres dan charlas en el MIT o en la Tate de Londres. Lejos de cualquier derroche, la suya es una arquitectura parca y austera. "Tiene la sencillez que podría encontrarse en una iglesia vieja", dicen ellos.




Paula 1191. Sábado 16 de enero de 2016.

Sobre una mesa cuadrada, el arquitecto Mauricio Pezo (42) abre una gruesa revista de arquitectura y se detiene justo en la página donde aparece la foto de una maqueta. Es el prototipo hecho en cartón corrugado de una casa proyectada en la ladera del cerro Lo Pequén, un sector sencillo construido en los años 70 a un costado del Barrio Universitario de Concepción. En la maqueta no se nota tanto, pero la casa es un poco rara. De partida, tiene siete pisos. Los dos primeros están enterrados en el subsuelo. Los otros cinco son cubos de hormigón apilados hacia el cielo, como un moderno torreón feudal que se conecta al mundo a través de pequeñas y grandes ventanas. Los tres superiores están destinados a la oficina del matrimonio que allí vive.

La casa de la maqueta es la misma donde este viernes, Mauricio Pezo observa la revista. A su lado está su mujer, partner y socia, la arquitecta argentina Sofía von Ellrichshausen (39), con quien la proyectó hace seis años. La llamaron Casa Cien porque la plataforma de la entrada está justo 100 metros sobre el nivel del mar. Es una de las trece que llevan construidas desde que formaron su oficina en 2002. La diferencia es que en esta, la dupla elegida en 2006 mejores arquitectos menores de 30 años a nivel mundial por la prestigiosa revista inglesa The Architectural Review, vive y trabaja.

Desde una ventana del último piso del torreón se divisa un ciprés tan alto como el edificio. No era de ellos, pero ahora sí: como el árbol era tan grande como el terreno donde había crecido y Sofía temía que un futuro dueño lo derribara para levantar una casa, Pezo le regaló el sitio para su último cumpleaños. Por la otra ventana, se divisa una camioneta subiendo por la ladera del cerro Lo Pequén. El conductor se detiene frente a la Casa Cien y con su celular le saca una foto. Seguramente él –y tantos otros que suelen sacarse selfies frente a ella para luego subirla a Instagram– no sabe que la maqueta de esta casa, dos pinturas y tres fotos de ella forman parte del Museo de Arte Moderno de Nueva York: el museo los compró para su colección permanente y desde entonces Sofía y Mauricio son parte de su catálogo de artistas.

Ese vertiginoso ascenso de su carrera, en la casa de los Pezo von Ellrichshausen apenas se siente. Es que ambos saben que pocos en Chile son conscientes del alcance que está teniendo su trabajo. Sin tener muy claro si eso es bueno o malo, Pezo afirmará más tarde: "Nosotros, desde Concepción, estamos tratando de hacer arquitectura de primera línea a nivel mundial. Revistas de otros lados publican nuestras obras y nos invitan de lugares súper prestigiosos a dar charlas o a exponer. Pero acá en el diario El Sur, en la prensa local, no tienen idea de lo que estamos haciendo. Acá en Concepción todo eso no significa nada".

"Nosotros hemos asumido desde un principio que tenemos una vida súper exótica. Somos excéntricos dentro de la normalidad. Porque vivir en esta casa, claro, igual es raro. Es raro todo lo que nos ha pasado. No tener familia también es exótico. Todo es raro".

LA ARQUITECTURA COMO UN ESPEJO

Mauricio Pezo nació en Angol, en el seno de una familia de clase media. Como su padre trabajaba en CMPC y la papelera tenía una sede en Laja, pasó toda su infancia en el pequeño pueblo sureño. Allí su pasatiempo favorito era pintar. Soñaba con ser artista. Terminó el colegio a los 16 y aunque el puntaje le alcanzaba para entrar a Arquitectura en Santiago, optó por estudiar en el sur, en la Universidad del Bío Bío. "Era muy pendejo. Me dio miedo alejarme de mi familia, entonces me vine a Concepción, que era lo más lejos que conocía".

Por no irse a estudiar a la capital, en tercer año de universidad conoció a Eduardo Meissner, artista de gran renombre en la región (postulado varias veces al Premio Nacional de Arte), quien se transformó en su profesor de Composición Arquitectónica. "Fue con él con quien se me empezó a abrir el mundo. En sus clases explicaba todo en relación a viajes, a teorías y usando muchas imágenes", recuerda.

Por esa misma época, al otro lado de la cordillera, Sofía von Ellrichshausen, siguiendo la tradición heredada de su madre, una sueca-alemana radicada en Argentina, se puso la mochila al hombro y partió a viajar por Europa dejando atrás su infancia y adolescencia en Bariloche. Volvió un año después convencida de que quería estudiar Arquitectura. Entonces, se inscribió en la Universidad de Buenos Aires.

En 2001 Pezo había terminado la carrera como el mejor de su generación y estaba haciendo un magíster en la Universidad Católica de Santiago sobre la evolución de los hospitales. Ya había decidido empezar a hacer su vida en el sur, como profesor en la Universidad del Bío Bío. En eso estaba cuando una invitación lo llevó a Buenos Aires a un evento sobre arquitectura hospitalaria. "Era una lata. Todo viejo, fome", recuerda. Pero fue ahí donde una señora le presentó a su hijo arquitecto, quien esa noche lo invitó a la despedida de un colega alemán. Y fue entonces que Pezo y Von Ellrichshausen se conocieron. "Fue un flechazo", recuerda ella. "Pasamos tres días juntos en Buenos Aires y después seguimos en contacto por correo. Yo le contaba a mi papá que había conocido a este chileno que me gustaba mucho. Pocas semanas después llegó mi cumpleaños y me dijo 'te voy a regalar un pasaje a Chile, porque no hay nada peor que vivir de ilusiones. Anda a ver si realmente es lo que tú crees que es'. Vine y constaté que Pezo era lo que creía".

Se casaron seis meses después en Bariloche, la única tarde soleada de un febrero en el que llovió a cántaros. Tras el matrimonio, empezaron su vida en Concepción. "Mirando hacia atrás, creo que coincidíamos en ciertos valores: no queríamos tener ciertas cosas. Nos resistíamos a tener auto, por ejemplo. Los dos teníamos la misma posición frente a la religión, a la política, al consumo, al esfuerzo, temas básicos en los que finalmente si no te pones de acuerdo como pareja, no funcionas nomás. Y coincidíamos en el modo de trabajar: queríamos tener un trabajo donde lo pasáramos bien haciendo lo que hacemos, con gente que queremos", dice Pezo.

La primera decisión como dupla fue no involucrarse en más de dos obras por año. No era una opción fácil, tomando en cuenta que a su alrededor, para crecer, otros estudios de arquitectura aceptaban 10 proyectos de manera simultánea. "Es muy común que los arquitectos no duerman y trabajen los fines de semana, pero nosotros no queríamos eso", explica Sofía. Y agrega: "Queríamos tener una buena calidad de vida y lo hemos logrado. Hay un error en creer que eso no puede ser así. Es algo que está distorsionado, porque las escuelas de arquitectura enseñan a los alumnos que la única manera de llegar al resultado es no dormir una semana entera. Nosotros acá trabajamos de 9 de la mañana a 6 de la tarde, no trabajamos los fines de semana y funcionamos de lo más bien".

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Son parte de una generación donde empezó la moda de la arquitectura de autor en Chile. ¿Obedeció a eso la decisión de ser una oficina pequeña?

Mauricio: Nunca planeamos seguir una corriente del tipo "vamos a ser exclusivos", o "nos vamos a oponer al corporativo porque hacen negocios". Pero hay proyectos que no nos acomoda hacer, porque hemos ido asumiendo que es muy personal lo que hacemos.

¿Hacen una arquitectura de autor?

Mauricio: No puede ser más de autor. Nuestro trabajo es íntimo, más que personal. Hacer cada proyecto es casi como mirarnos al espejo. Estamos enfrentados a tratar de descubrir cuál es el potencial que tiene la arquitectura en su lado más existencial. Y eso lo hacemos para que nos sirva de instrumento para nosotros mismos, para crecer. Para nosotros la arquitectura no es un servicio que se le presta a otro, sino algo que hacemos para nosotros. Por eso filtramos tanto a los clientes.

Su arquitectura, ¿es una proyección de ustedes mismos?

Mauricio: Claro. Es como pintar un cuadro. Lo hacemos porque estamos buscando algo que queremos resolver de nuestros propios rollos internos. Cada edificio es eso para nosotros. Y si no tenemos ese margen de acción, si alguien nos dice: "yo quiero la ventana así o el baño para allá", es una lata. La arquitectura para muchos es un servicio y está bien que se haga, pero también está esta otra posibilidad de asumirla como una fuente de búsqueda personal.

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Casa Poli, Coliumo, Chile, 2005. Foto: Pezo von Ellrichshausen. / "Nuestro trabajo es íntimo (...). Hacer cada proyecto es casi como mirarnos al espejo. Tratamos de descubrir cuál es el potencial que tiene la arquitectura en su lado más existencial. Para nosotros la arquitectura no es un servicio que se le presta a otro, sino algo que hacemos para nosotros". Arriba, la Casa Poli que internacionalizó la carrera de esta dupla. 

LA CASA POLI

El primer cliente de los Pezo von Ellrichshausen fue una compañera de colegio de Mauricio quien les encargó una casa que, por cosas del destino, nunca se construyó. Sin embargo, fue esa misma compañera quien luego los contactó con su cuñada, quien les encargó una casa en medio de la selva valdiviana. La llamaron Casa Rivo. Para no sentirse presionados a conseguir encargos, vivían de manera sencilla en un departamento que arrendaban en el centro de Concepción. Ambos se ganaban la vida haciendo clases en la universidad y, en paralelo, siempre con el interés de desarrollar una veta en el mundo del arte, postulaban a Fondart para hacer instalaciones artísticas.

Una noche invitaron a comer al arquitecto Eduardo Meissner y a su esposa alemana Rosmarie Prim. Sentados en su mesa, el matrimonio de artistas comenzó a contar que por la tarde los había llamado una amiga francesa para ofrecerles un terreno en la desolada península de Coliumo, a 40 km de Concepción.

"Nos dijeron '¿qué vamos a hacer nosotros, que ya tenemos 70 años, con un terreno tan grande?'. Y nosotros, patudos que no teníamos dónde caernos muertos, les dijimos 'si ustedes no lo compran, lo compramos nosotros'", recuerda Mauricio.

Esa noche entre los cuatro zanjaron comprar el terreno a medias, sin saber con qué fin. Al poco tiempo saltó otra idea: construir en él un espacio que veces fuera casa de fin de semana y, en otras, residencia de artistas. Por eso Pezo y Von Ellrichshausen la llamaron Casa Poli, de polifuncional. La ubicaron justo en la punta de un risco que antecedía una quebrada, frente al mar. El cubo de hormigón parece una pieza abandonada en el paisaje. Cuando ya estaban por terminarla, le enviaron un par de fotos a un amigo. Fue él quien las hizo llegar a una revista italiana. Un día Sofía encontró un mail del editor quien le pedía fotos profesionales para publicar la casa. "Y ahí sí que empezó todo", recuerda la arquitecta: aparecieron publicados en revistas de más de 40 países, entre ellas la inglesa The Architectural Review, que en 2006 les otorgó el premio de arquitectos emergentes menores de 30 años. "Lo que cambió tras el premio es que nuestra vida se hizo mucho más horizontal: comenzaron a llegar invitaciones de lugares y de gente que respetábamos mucho, arquitectos de renombre de quienes leíamos libros y cuyo trabajo nos interesaba", dice Sofía. "Tener esa relación horizontal con personas como Álvaro Sisa, Kenneth Frampton o Alberto Campo Baeza, que son tremendos personajes de la arquitectura en el mundo, ha sido súper potente", explica Pezo.

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Casa Cien, Concepción, Chile, 2011. Foto: Pezo von Ellrichshausen.

¿Comenzaron a lloverles proyectos?

Mauricio: No. Y esa ha sido nuestra gran maldición. O no maldición, pero... Es que en el fondo, estamos en un contexto que no tiene acceso a eso. Nosotros, desde Concepción, estamos tratando de hacer arquitectura de primera línea a nivel mundial y por eso chicos de todo el mundo vienen para acá a hacer pasantías por seis meses, nos invitan de lugares súper prestigiosos a dar charlas o a exponer. Este año hicimos una conferencia en el MIT, en el Metropolitan en Nueva York, en la Tate en Londres, pero acá en el diario El Sur, en la prensa local, no tienen idea de lo que estamos haciendo. Entonces estamos en otra estratósfera. Acá eso no significa nada.

¿Eso les molesta?

Sofía: No. No es que nos interese que nos pongan una alfombra roja ni nada de eso.

Mauricio: Es lo mismo que pasa incluso con mi familia. Ellos saben que hemos estado viajando y nos dicen: "oye, les ha ido bien". Pero no preguntan más, porque no tienen referencias para entenderlo. No es parte de su mundo. Pero si le contamos a otro arquitecto nuestra vida en Chicago, lo que estamos haciendo en el siguiente proyecto, es impactante para alguien que lo sabe contextualizar. El encargo después de la Poli fue de una persona que nos invitó a hacer una casa en España (la Casa Solo). Él está haciendo una colección de casas de autor con las diez oficinas más prestigiosas de la generación que viene y nosotros estamos metidos en eso. Pero acá en Concepción eso no tiene ninguna importancia. No significa nada.

Entonces, ¿por qué no se van de Concepción?

Mauricio: Porque vemos la vida que tienen nuestros propios amigos en Santiago y son vidas súper estresadas, con unas oficinas en unos lugares súper congestionados. Eso no nos llama. Para nosotros es mucho más lindo vivir acá e irnos un mes a Chicago y pasar unos días por Santiago.

¿Qué tiene vivir en una región?

Sofía: Me encantan las ciudades más neutras como esta. Acá sales a la calle y eres como cualquiera. Creo que en las ciudades grandes tienen una presión muy grande donde el individuo se pierde y se está siempre comparando y sintiendo lo que no es.

Mauricio: En Concepción hay cierta autenticidad y eso es rico. En ciudades como Milán, cuando hemos ido a dar una charla, me ha pasado quedarme mirando a la gente que nos va a escuchar. Es raro darte cuenta de que todos los que están sentados mirándote están vestidos súper fashion, que la barba, el pelito, todo de última moda. Quizás no tienen idea dónde están parados, pero tienen una actitud winner. Acá es al revés.

"Hoy en día hay un problema que no tiene que ver con la arquitectura y es que estamos insertos en una cultura que busca generar impacto, show, novedad visual. Eso se gasta muy rápido. (...) ya no se tiene cómo ser más espectacular".

¿Hay lugares en el mundo donde no entiendan la arquitectura que hacen?

Mauricio: En Estados Unidos llevamos un tiempo haciendo clases. Y para los estudiantes norteamericanos, que se criaron con la cultura supuestamente democrática de tener acceso a todo, donde las opciones para comer, para comprar algo se multiplicaron, les es muy difícil entender cómo podemos hacer un edificio con un solo material, si puedes hacerlo con veinte. Para que entiendan lo que tratamos de hacer, les explicamos que la reducción es una virtud: la síntesis de poder articular con cuidado y pocos elementos algo que tenga un efecto mayor.

Pocos días después de esta entrevista los Pezo von Ellrichshausen partirán a Chicago, donde viven la mitad del año. Su salto de vida en el extranjero ocurrió luego de que en octubre de 2014 ganaran, por Casa Poli, el premio Mies Crown Hall Americas a la mejor obra emergente de la década, que otorga la Facultad de Arquitectura del Instituto de Tecnología de Illinois. En principio el premio, además de 25 mil dólares, contemplaba dar clases por un semestre. Cuando terminaron, la universidad les ofreció un contrato por cinco años. Para no dejar su casa, los proyectos y los vínculos en Chile, negociaron vivir cuatro meses allá, viajando una vez al mes a ver sus proyectos. El otro semestre viven en Concepción y viajan una vez al mes a Chicago. Para no llevar la vida en una maleta, arrendaron de forma permanente un departamento en el piso 23 de una de las dos torres que el arquitecto alemán Mies van der Rohe proyectó en el borde del lago Michigan. "Entonces es mucho más fácil, porque llegamos a nuestra casa y no a un lugar ajeno. Está tu ropa en el ropero, los muebles que te gustan", dice Sofía. "Pero sí es cierto que a veces da un poco de vértigo", sigue Pezo. "A veces me quedo mirando por la ventana en el piso 23 y digo 'qué hacemos en este lugar que es tan increíble'".

¿Sienten que su entorno mira su vida como si se hubiese disparado de la normalidad?

Mauricio: Lo que pasa es que nosotros hemos asumido desde un principio que tenemos una vida súper exótica. Somos excéntricos dentro de la normalidad. Porque vivir en esta casa, claro, igual es raro. Es raro todo lo que nos ha pasado. El hecho de no tener familia también es exótico. Todo es raro.

¿Los agota a ratos viajar tanto?

Sofía: Para mí viajar no es lo agotador. Lo que extraño es la casa, porque me gusta trabajar el jardín, pasear con los perros. Ahora, por supuesto, muchas veces hemos dicho qué rara la vida que tenemos, porque efectivamente pasamos moviéndonos un fin de semana en Corea, otro en Estocolmo, al siguiente en Chicago y después acá, que está buenísimo.

¿Creen que sería viable esta vida con un hijo en la maleta?

Sofía: Yo sería como mi madre: súper aperrada. Cargaría al niño adonde fuera. No sería una madre aprensiva.

Mauricio: Pero no fuimos padres.

Sofía: Claro. No fuimos. No resultó, entonces nunca lo sabremos. Por ahí, si hubiese sido posible, sí, pero no a este nivel.

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En 2011 el matrimonio construyó Casa Cien, su propia casa-oficina-taller. La obra, de siete pisos, es tan alta como el ciprés del sitio con el que colindan. Para evitar que alguien lo comprara y cortara el árbol, Mauricio le regaló el sitio a Sofía para su último cumpleaños. En la foto, el ciprés se ve por la ventana.

LA NOBLEZA DE LA AUSTERIDAD

Casi todas las publicaciones de las obras realizadas por esta dupla van acompañadas de reseñas donde ellos mismos describen el carácter de su arquitectura. En ellas suelen repitir palabras como: funcional, escueta, mono material, parca, económica, precisa. Cuando tuvieron que describir la Casa Poli, por ejemplo, lo hicieron así: "La obra recupera una manera muy básica, casi arcaica de entender la arquitectura, algo muy opuesto a lo que ocurre hoy en día, donde las casas que se venden destacan por lo moderno, lo tecnológico".

¿Qué del temperamento de su arquitectura es reflejo de ustedes?

Sofía: Todo.

Mauricio: Yo creo que hay una relación directa entre una suerte de carácter, personalidad del edificio, que finalmente uno lo podría describir también en un carácter humano. Seguramente si ves a alguien en una camioneta con las tremendas ruedas, seguro que esa persona debe encontrar horrible todo lo que hacemos, porque necesita otro tipo de edificios que muestren, que ostenten.

¿Para ustedes, la precariedad tiene valor?

Mauricio: Precariedad no es la palabra, porque habla de una carencia. Nuestro trabajo más bien tiene una cierta austeridad. La nobleza de la austeridad en los materiales que ocupamos, en las proporciones, en los tipos de espacios. Nuestros proyectos tienen una sencillez que podría encontrarse en una iglesia vieja, en un monasterio. No tienen ninguna pretensión de decir "soy moderno" o "hago cosas raras".

Sofía: Creo que hoy en día hay un problema que no tiene que ver con la arquitectura y es que estamos insertos en una cultura que busca generar impacto, show, novedad visual y eso se gasta muy rápido. Todo es exceso y derroche y, al final, se está llegando a un punto donde ya no se tiene cómo ser más espectacular.

Mauricio: Y es curioso, porque ese exceso que se expresa en el acceso a la tecnología y el consumo desatado de todo, ha ido generando una necesidad universal de estar en silencio y de construir con materiales como un ladrillo o con poco hacer algo significativo. La semana pasada en Londres dictamos una conferencia en la Tate Galery con un historiador increíble, Joseph Rykwert, quien apuntaba a ese retorno de los principios básicos de la arquitectura. Que en el epicentro cultural del mundo, en uno de los museos más increíbles, se esté tocando ese tema, creo que es una señal potente.

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