Columna de Constanza Michelson: Notas sobre la revolución

"¿Cómo salir de los discursos vacíos y a la vez no ser tragada por la calle? Qué decir ante la multiplicidad de verdades que se anulan entre sí: que sin la intensidad de las manifestaciones no estaríamos hablando de una nueva Constitución, cierto; que si continúan con esta intensidad puede llevarnos a algo mucho peor, al retorno del autoritarismo, cierto".


Tengo una crisis de columnista. Qué se puede escribir cuando la potencia de la calle es un momento intensamente corporal y hace que las palabras suenen huecas. Diagnósticos, panfletos y pronósticos hasta al hartazgo, rebotan en la nueva realidad. ¿Cómo salir de los discursos vacíos y a la vez no ser tragada por la calle? Qué decir ante la multiplicidad de verdades que se anulan entre sí: que sin la intensidad de las manifestaciones no estaríamos hablando de una nueva Constitución, cierto; que si continúan con esta intensidad puede llevarnos a algo mucho peor, al retorno del autoritarismo, cierto.

Pienso que hay al menos tres registros para habitar esto. El de la militancia, que es cuerpo y certeza. Des-carado, porque es sin rostro, el uno se diluye en el todos, es uniforme. El segundo registro es el del pensamiento, espacio para las dudas y contradicciones. Y el tercero es el de la política, tiempo para la negociación del pacto social. Los tres pueden coincidir en la misma persona, pero hay que distinguir desde dónde se va a intervenir. Hacer política sin transar es seguramente tan problemático como un pensador que habla desde lo absoluto, o bien, un militante que vacila en su acción. Y a la vez la total desconexión entre ellos hace cortocircuito: que la militancia nunca constituya una política, o que lo político solo lea anomia en la manifestación.

Si la política institucional se reduce al lenguaje del management, al habla del funcionario, acudiendo a razones técnicas, índices y amenazas económicas para relacionarse con la ciudadanía, hay que ser tajante y decir que eso no es política. Es administración. Cuando, tras un estallido social, se llama a La Moneda a intelectuales, todos varones mayores, es que no se entiende en absoluto que estamos ante un cambio de época y que la legitimidad del saber está puesto en lugares divergentes. Voy con un ejemplo que a mí me voló la cabeza: a falta de nuevas categorías, o quizás por el límite del imaginario patriarcal, un sector insinuó que esto se inició por obra de grupos altamente organizados. Seguramente porque les resultaría impensable que algo así pueda comenzar con un llamado de estudiantes secundarios a evadir el pago del metro a través de una página de memes. Y menos aún, creer que una tarjeta de invitación de cumpleaños de Barbie podía ser el panfleto. Luego la tensión social hizo lo suyo.

Desde el lugar del pensamiento creo en el deber de dilucidar la complejidad antes que reducir las ideas a estar o no de acuerdo. Pensar la violencia es fundamental. Tanto la policial, la relativización de los derechos humanos, así como también la figura de los "capuchas" que pasó de estar atrás en las marchas, a la "primera línea". Pasó de ser representado como una otredad (narcos, anarcos, aliens) a ser reconocido como parte, como sujeto político con un sentido para no pocos manifestantes; ¿qué pasará cuando, como todos los enamoramientos, este también caiga? Lo heroico es una fascinación tramposa. Michel Wieviorka, sociólogo, piensa que el tabú de la violencia como vía de transformación social, que se instauró en Occidente a fines de los setenta (quedando reservado para terroristas y radicalizados), se está levantando; como crítica a la violencia estatal más personas la apoyan. ¿Estamos entrando a nueva fase histórica en relación a la violencia?

Liberarse de algo no garantiza las condiciones para la libertad, sino que el verdadero momento revolucionario, decía Hanna Arendt, es el de constituir algo. Ser parte del nacimiento del pacto al cual se va a obedecer. Por eso el momento constituyente es tan relevante como la Constitución misma. Precisamente ese es el detalle que el gobierno no termina de leer. La política es real cuando se despliega en una pluralidad de personas a las que se trata como iguales políticos. El gesto de cambiarle el nombre al deseo de una nueva constitución (de asamblea a convención) es de máxima importancia simbólica: es negar la palabra política al movimiento social, por lo tanto, volverlo otra vez cuerpo. La política misma está en disputa, asimismo la idea de democracia y paz. Para que las palabras no reboten, los gestos deben darse en clave

Constituyente (acá habla la militante). Es imperativo crear espacios de participación genuina, para no ceder a la tentación de destruir lo político, para no destruirnos a nosotros mismos. Acá hablo desde mi responsabilidad política.

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