Alego por el voto obligatorio




Carolina Goic incluye en sus propuestas para un buen gobierno, reponer el carácter obligatorio del voto. Se da una buena oportunidad para que se dé un debate sobre este tema, pues todos los candidatos presidenciales se refieren a la necesidad de modificar el actual texto de la Constitución de la República.

Unos, erróneamente para empezar desde cero, otros para dictar un nuevo texto asumiendo aquellas normas que han funcionado de buena manera, y otros para intentar unas pocas modificaciones, sin hablar de nueva Constitución.

En cualquiera de esas formas, creo que no debe eludirse este debate, y para aportar, modestamente al mismo en este privilegiado espacio, alego sobre los fundamentos históricos del voto obligatorio, y el significado democrático del mismo.

El derecho a participar y ciertamente el derecho a sufragio ha debido conquistarse por muchos grupos excluidos con sangre, sudor y lágrimas, desde que los burgueses revolucionarios de la Europa del XVIII impusieran la idea de que todos hemos nacido libres e iguales. Solo que "todos" para ellos aludía solo a los hombres propietarios y letrados. En Chile, el voto fue también una cosa solo de hombres alfabetos y acomodados (voto censitario) hasta bien entrado el siglo XIX.

Hacia 1874 se expandió el voto a todos los hombres mayores de 21 años que supieran leer y escribir. De mujeres ni hablar hasta 1948, en que conquistaron el entonces llamado sufragio femenino luego de heroicas luchas.

Recién para la elección de Eduardo Frei Montalva votaron los analfabetos y los jóvenes consideraron una gran conquista haber reducido la edad para sufragar de 21 a 18 en 1967.

El camino de la inclusión de todos a la democracia puede relatarse como una heroica historia de éxitos democráticos a lo largo de los siglos XIX y XX. Un camino de luchas, con héroes y heroínas, con difíciles y costosas conquistas, en las cuales las mujeres, los pobres y los jóvenes de otrora pusieron energías admirables. Ese ferviente anhelo y pasión por participar, por ser parte del cuerpo electoral del que somos herederos ha construido nuestra historia.

Pocas veces he estado más convencido de un error político de proporciones. Pero también, pocas veces parece razonable levantar una vez más la voz y decir: la democracia es más fuerte y más sólida con todos.

Las opiniones reflejadas en la dimensión obligatoria del voto nos retrotraen al fundamento mismo de la democracia, de nuestra plaza pública, donde se encuentra el rico con el pobre, el ignorante y el culto, el joven y el viejo, Machuca o Infante, la etnia o el huinca y votar con el mismo valor y con la misma fuerza.

¿Hay otras maneras de construir un país que no sea eliminando la segregación, las diferencias y la inequidad?

Si hay un bello ejercicio de la libertad es para adoptar las decisiones que a todos nos vinculan.

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