Capitalismo y Frente Amplio. De la Acrópolis al tecno-progresismo




En 1937 César Vallejo vaticinó que iba a morir en París. Estableció tal sentencia  durante un otoño lluvioso y así ocurrió. En algún poema cuyo título no recuerdo ahora escribió: ¡haber nacido para vivir de nuestra muerte! Vallejo sostuvo su aventura con el socialismo -el Congreso en Valencia (1937) y la causa española-, pero no trepido jamás en rechazar la gloria de París, el goce estético, y abrazó la raza y el «extrañamiento» frente a su época: Santiago de Chuco estuvo más presente que nunca en París.

Lejos de toda arquitectura del «boom», insumiso a las tecnologías del poder, el poeta mantuvo una relación friccionada con las vanguardias mientras clamaba por un nuevo «lenguaje». Es posible releer en este «rictus» de transgresión una  forma de «contemporaneidad», de distancia y desconexión con la actualidad y sus modismos, que lo llevó a ver la intimidad oscura de su tiempo. Ello ilumina nuestro presente cuando miramos a las actuales izquierdas académicas de «circuito cerrado». Aludo a una izquierda barroca y esotérica, que nos sugiere que la realidad es ilegible-difusa y que nos asedia por la vía de la actualización y la traductibilidad de la Acrópolis parisina: ¡un día Badiou, otro día Espósito! ¡Ranciere y la policía! ¿Y la tanatopolítica? ¡Ay!, vanidad de vanidades. También es posible leer aquello cuando una nueva generación política, una nueva elite que está a la espera de una épica confunde su presente y se lanza de bruces contra la época –proclama la interdicción de nuestro tiempo y a la sazón reivindica el capitalismo eurocéntrico- y susurra un lenguaje de «patrimonialidad democrática». Lejos de cualquier nostalgia, quiénes comulgan demasiado con la época y desconocen la in-actualidad frente al presente no son «contemporáneos», no pueden cultivar una relación de singularidad y distancia crítica con el tiempo. De allí que esos emplazamientos esnobistas que, de cuando en vez, hacen los líderes del Frente Amplio por las capitales europeas –y sus sistema de cobertura y favoritismo fiscal- dejan al descubierto la ausencia de desconexión y lejanía con la época del capital financiero. Sin decirlo tal cual, «la fuerza expansiva de los mercados» está en sus cabezas, eso sí, atribulada bajo una incurable nostalgia keynesiana.   

A sabiendas del siglo bestial que lo agobiaba Vallejo se preguntaba con entero anonimato: ¿cómo estar fuera de las semánticas de época, en desconexión y desfase? Hoy como un déjà vu la producción de un nuevo vocabulario para la izquierda, en particular la chilena, parece una cuestión insalvable. Ahí debemos situar la intuición  vallejiana más fundamental para la nueva generación del Frente Amplio. La tarea sería recrear un nuevo vocabulario político, y no la cita hábil de experiencias nórdicas u anglosajonas, o bien, políticas públicas oportunas, porque ello fatídicamente agudiza el vacío ideológico.

En nuestra efervescencia política irrumpen «cruzadas épicas» que pese a sus frescos racimos, «nacen para vivir de su propia muerte» se sirven del consabido desgaste representacional de la política institucional que los tiempos han establecido, pero sin escapar a los discursos modernizantes en el caso del Frente Amplio (expropiación, nuevo tren, subsidio, 20% de participación estatal en empresas estratégica, sistema de cobertura, en suma «capitalismo de Estado»). Fuerzas nuevas que fungen como insurgencia enraizada en una «emocionalidad evaluativa», pero que con el paso de los años se empozarán en nuevos nichos de dominación y control ¿Nuevamente Sísifo? En suma, hay una doble «consciencia trágica»: la primera referida a una época en disolución que funge como el tiempo homogéneo del desierto, ya lo decía Borges y, otra, referida a la inefable trayectoria de institucionalización donde decae el «carisma profético» y se convierte en lo que precisamente pretendía desterrar: la elite.

Y no perdamos de vista que fue el propio Lenin quien creo el partido bolchevique porque entendía que «no hay política sin elite», ni vanguardia sin revolucionarios. Gracias a la «ley de hierro» –rutinización- el diagnóstico es globalmente predecible: hemos pasado de una política bucólica de la Concertación a un ciclo de movilización. Ahora el denominado Frente Amplio (FA de aquí en más) avanza por la vía del «carisma», luego vendrá la inefable rutinización –al medio de ello las certificaciones técnicas- y al final la disputa de proyecto quedará limitada a un arsenal de indicadores mezclados con un ímpetu técno-progresista. En efecto, está a la orden del día la divulgada brecha entre «política» y «sociedad». Al decir de opinólogos la política no integra a las demandas y los ciudadanos se auto-organizan –reza el slogan en boga- por fuera de los estrechos moldes de la modernización pinochetista. Todo esto subrayando que el 2011 en Chile se abrió una penetrante teoría del «reclamo social» donde «movilización» no puede ser asociada a «movimiento social». Esto es algo distinto a esa sociedad insurgente que retratan performativamente algunos ideólogos del frenteampliamo. Salvo un reconocimiento fenomenológico en el caso del propio Carlos Ruiz Encina, a saber: lo sucesos de aquel año no eran contra el mercado sino un intento por reconstituir un mercado con mayores garantías que pusiera la lápida a los secuestros corporativos demasiado agraviantes. Durante el 2011, entonces, el reclamo era por un mercado que estuviera a la altura de un capitalismo más regulado lejos de nuestro Laisser faire oligarquizante. El Frente Amplio empuja por un «capitalismo de la regulación». Ni más, ni menos.

Nos preguntamos: ¿acaso hay cambios totales y no parciales, o bien, estructurales y no parciales a la vuelta de la esquina? ¿No son, acaso, las nuevas elites surgidas de las viejas insurgencias un eslabón hacia nuevas insurgencias? Y así viceversa en un espiral recursivo. Pese a ello aún estaríamos tentados a sugerir que tanta «tragicidad» sería constitutiva de una secreta esperanza por algún porvenir (x). En efecto cada época sueña a la siguiente y reclama su propio Napoleón. Las elites se renuevan o estancan. Cada época obra a nombre de un ideal mayor y adelanta un sino necesariamente fértil y trágico.

Si el presente está degradado, sin horizonte político, secuestrado por distintos grupos de presión, ¿por qué no habríamos de disfrazarnos de futuro hegemónico pese a los riesgos de esta travesía? Y así, estaríamos a la espera de una cita secreta con los postergados tiempos: ¿vendrán otros hombres con promesas menos peregrinas y en algún momento podrán liberar a la multitud vital de la multitud factico-pecuniaria? Eso se lee entre líneas, en nuestra coyuntura: un potencial «sujeto político» que obraría como partera de la verdad a nombre de todo el dolor padecido por nuestros antepasados. Ya lo dijo el autor de la «ley de bronce»: «los espíritus del pasado tomarán prestados sus nombres….la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Es la resurrección de los muertos». En suma, la tumba de la rutinización nos aguarda con sus funebres racimos.

Pues bien, en nuestro parroquial foro político la movilización es una respuesta reactiva, mística, ansiosa, prometedora, tremendista y tecno-reformista, tan hiperrealista como necesaria, tan generacional como extraviada, obra de buena fe pero con difusa orientación ideológica. Entremezcla conversos, insurgentes, huérfanos de la Concertación y la Nueva Mayoría, esnobistas, militantes convencidos del diagnóstico frenteamplista y viejos cuadros políticos que sin embargo juegan al desgaste desde una testimonialidad más retorizada. Cómo lidiar con su necesidad democrática e incierta proyectualidad. Nuestro «boom» por ahora se llama «Frente Amplio» y se organiza en torno a un espiral de liderazgos mediáticos y demandas virales y goza de no pocos actores -cuya lucidez no está en discusión, tampoco su formación técnica para desglosar indicadores- que se lanzaron a esta «épica restauradora» contra los diseños corporativos, algo kafkiana cuando los mercados (guste o no) dan señales hacia el piñerismo.  Y el FA se precipitó a sabiendas de los vacíos identitarios e ideológicos donde la estrechez demográfica de la «tercera vía» contribuyó a agudizar el proceso. ¿Algo más? el FA interpreta, lo repetimos por las dudas, una acumulación importante de demandas ciudadanas legítimas e igualmente razonables que provienen del malestar post-PNUD.

En los últimos meses sus representantes han forcejeado incesantemente, una y otra vez, por re-domiciliar en los imaginarios de una nueva izquierda, capitalizando el post-mortem del laguismo, y refrendando el lugar de una promesa marchitada por la propia «izquierda neoliberal». Ahora el conglomerado ha erguido sus fuerzas contra el agotado concubinato transicional que hoy  se mudó a la Nueva Mayoría. En medio de un mundo de pactos elitarios, omisiones, realismos y secretos de «gobernabilidad» promovidos por la izquierda institucional -por las dinastías de la DC que han designado vocera de facto a Alejandra Goic- se abrió un intenso suspiro épico que, en su formato original, prometía lapidar a nuestra elites, a sus barones y sirvientes, ¡nosotros no robamos, ay!, y de paso rescatar a la ciudadanía de su brumosa relación con la modernización pinochetista. ¡Vaya empresa! que supone que es posible la «política sin elites», política ensimisma (sí, es cierto) que terminó celebrando encerrada en palacio el plebiscito del 05 de octubre. Sin embargo, también es necesario pensar sus procesos de renovación ¿Y la elite revolucionaria de Lenin? Este parecía ser la receta mediática del primer momento que se asemeja a un anarco-anacronismo. ¿Política sin elites partidarias o elites homogéneas? Para agudizar las distancias con las interdicciones institucionales lo mediato, mesiánico, y lo político-comercial se dieron cita en torno al fenómeno de los «malestares difusos» y así, por la vía del topo y del collage, se abrió una  retorización política que dice estar lejos e inmune a las desgastadas componendas de los Girardi, PENTA y nuestra Javiera Blanco. Perdón por lo prosaico, ¡ay Javiera! tan deslucida y renombrada por la afasia política de Michelle Bachelet.

He aquí los aparatos emotivos del (post) testimonio que junto a un tumulto de enunciados incapaces de subvertir los contratos simbólicos de la post-transición ficcionan un futuro posible. De un lado, reverbera una gramática que pone en circulación la promesa, el porvenir, la emancipación y la dura hegemonía contra la facticidad de la época, ¡ay época! En suma, una política de la performatividad.  Y sí, «el poder político en Chile se dedica a destruir la utopía para evitar ser desalojado por el futuro. Ahora, jóvenes y viejos, quieren vestirse de fututo pero por ninguno motivo nuestra clase política quiere destruir el cáncer que el poder crea y reproduce».

Noviembre será un tiempo de diezmos, de renuncias y omisiones, de pactos sibilinos, fracturas y convergencias, de secreciones ideológicas, dónde los jóvenes y no tan jóvenes, que hasta hoy caminan juntos ofertando un estado democrático  contra los tiempos difíciles, tendrán que dialogar con la inexpugnable «real politik». ¡Ay, vaya audacia! ofrecer a la ciudadanía un «cambio de época», cuando no existe época siquiera que soporte el mismo cambio, cuando ni siquiera es posible desplazar la gramática PIB de nuestra inexpugnable modernización. Todo discurre en la lexicalidad del commodity. Es más inminente terminar en un tecno-progresismo que interpele internamente el estado de cosas, con reformas alternativas y una socialdemocracia maximalista, aunque éste rótulo nunca sea el auto-retrato del FA.

Y a decir verdad: el Frente Amplio es un conglomerado necesario y catártico  de actores y discursos con distintos intereses pero incapaz de ofrecer una narrativa –más allá de la denuncia fundada- en la cual pueda proyectarse una nueva izquierda. Eso sí, la geografía política-cultural no juega de su lado por esta vez. Ahí está la aporía: el FA es un  movimiento tan inevitable como ilusorio que viene a estetizar un nuevo campo de reivindicaciones hueras, pero en los desechos y «antagonismos» de la modernización era casi inimaginable no esperar un movimiento con estas características, con sus claro-oscuros. El FA responde a este doble movimiento. Cada cual podrá hacer su lectura. Aún no son elite pero toda su cúpula está haciendo carrera política; el porvenir es el poder. De otro modo, una vez que la izquierda de «tercera vía», se encuentra moribunda es viable un discurso generacional que le habla al sujeto pueblo. Y si existe ¿dónde está tal sujeto? Hay que resguardar a nuestro juicio un cauteloso celo en consignas de un «gobierno ciudadano» o de una política del «ciudadano a pie» (¿hegemonía sensorial, on line?)

Es de esperar que el Frente Amplio logre sortear el conjunto de obstáculos que lo asedian y superemos la incomodidad política que nos aporta la frase de Vallejo: ¡haber nacido a la vida [política] para vivir de nuestra muerte¡ implica evitar el exceso de nostalgia, memoria, anarco-anacronismo que atormentan a los «partidos vivos» que viven de su propia muerte. Un cese de adicción por la incurable melancolía y, en cambio, avanzar en la producción de un nuevo lenguaje. Ese fue el polémico legado del siglo XX. Para ello es fundamental recuperar la extraviada imaginación crítica –un nuevo aparato lexical ajeno a la matematización del discurso político- que debería concebir el capitalismo como una «autodestrucción creativa». Con todo, ese es el espíritu que predomina en el «Manifiesto Comunista», el capitalismo es lo mejor y lo peor que le ha ocurrido a los humanidad.  Por fin si bien para el «poeta de raza» el presente era una orfandad, doliente y degradada, el futuro estaba abierto e iluminado por una teoría de la esperanza.

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