Regresa la revista Primer Plano, una cumbre de la cinefilia chilena

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Miguel Littin, al centro, durante el rodaje de El chacal de Nahueltoro (1969).

Académicos de la Universidad de Chile rescatan el número de la mítica publicación de la UCV que se iba a imprenta en los días del Golpe.


Los cineclubes, cuenta Antoine de Baecque en su historia de los Cahiers du Cinéma, fueron las puntas de lanza de una cultura muy activa, cuyas redes (Cinemateca, festivales, organizaciones militantes y los propios cineclubes) evangelizaban con rapidez. La cinefilia que ahí germinó, prosigue el autor, "tomó de la universidad sus criterios de aprendizaje (la erudición) y de juicio (la escritura y el gusto clásico), así como del militantismo político su compromiso (el fervor y la dedicación), para transferirlos a otro universo de referencia (el amor por el cine)".

Más modesta que la francesa, la historia de la cinefilia local tiene sus hitos. Está la fundación, en 1952, del primer cine club, en el número 85 de la calle San Isidro, semilla del Centro de Cine Experimental de la U. de Chile. Diez años más tarde, en agosto de 1962, Aldo Francia fundó el Cine Club de Viña del Mar, que tuvo su "revista oficial" (Cine Foro, 1964-66) y que estuvo en la base del legendario festival fílmico de la ciudad jardín. Y otra década debió pasar para que llegara a librerías -en enero de 1972, a 80 escudos- el primer número de Primer Plano.

Publicación del Departamento de Cine de la Vicerrectoría de Comunicaciones de la U. Católica de Valparaíso, fue en buena medida fruto de la porfía de un trío de cinéfilos de la V Región (Héctor Soto, Hvalimir Balic y Agustín Squella), que unió fuerzas a un puñado de santiaguinos (entre ellos, Sergio Salinas, Franklin Martínez, Robinson Acuña, Juan Antonio Saíd y José Román).

Llegado el "Once", Primer Plano había publicado cinco números, con una mirada crítica e inmersiva a la producción local, y una reflexión sobre problemas, nombres y propuestas contemporáneas del cine, local y extranjero.

Con los años, el prestigio de esta publicación no ha hecho más que crecer. Lo que casi nadie tenía en sus libros era la existencia de un número 6, que semanas atrás vino a ver la luz, gracias al apoyo de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la U. de Chile, y a los académicos Hans Stange, Claudio Salinas y David Vera-Meiggs.

Más importante es Ford

Héctor Soto, quien conservó por décadas la carpeta con los artículos del número 6, tenía 22 años cuando entró a trabajar en la mencionada vicerrectoría de la UCV, a fines de 1970. Ya había sido periodista y crítico en el diario porteño La Unión, al igual que Hvalimir Balic, quien fue reclutado al mismo tiempo por la universidad y poco después nombrado jefe de Prensa en su emisora de TV, el Canal 4. En UCV-TV trabajaba ya Agustín Squella, quien fue otro puntal de la publicación. Soto, en calidad de funcionario de la vicerrectoría, ofició como director, mientras el consejo editorial quedó conformado por Balic y Squella, además de Luisa Ferrari, Aldo Francia (ambos, ex Cine Foro), Orlando Walter Muñoz y Sergio Salinas.

"Estábamos muy influidos por [el crítico francés] André Bazin, por los Cahiers du Cinéma", cuenta hoy Soto. "Reivindicábamos el cine de Hollywood, el Neorrealismo italiano, la Nueva Ola francesa. Hasta ahí llegábamos. Después, nos empezó a gustar el cine de Europa del Este, que desconocíamos (Jancso, Tarkovski, Polanski)".

Tenían un formato en la cabeza, agrega el autor de Una vida crítica: "Pensábamos que la revista debía tener un bloque importante de cine chileno, un bloque importante para 'estudios' y un bloque importante de crítica". Así, se fue afirmando un estilo que tuvo entre sus recurrencias la publicación de extensas entrevistas con realizadores locales como Aldo Francia, Patricio Guzmán, Miguel Littin, Raúl Ruiz ("Prefiero registrar antes que mistificar el proceso chileno") y Helvio Soto ("Para ser un cineasta revolucionario, primero hay que ser un buen cineasta").

Los involucrados concuerdan hoy en que, pese a la polarización política del período, la revista era un lugar de entendimiento en un abanico que se abría cuanto menos de la DC a la izquierda más radical: "Nos respetábamos en las opciones políticas porque considerábamos que era más importante John Ford", dice Soto, mientras Squella recuerda que las reuniones de pauta "eran muy gratas, muy largas, con mucho humor y mucho humo, porque algunos fumaban como endemoniados".

Pese a la vocación minoritaria de la cinefilia, los mil ejemplares del primer número se agotaron y hubo que imprimir otros tantos. Buena parte de este éxito inhabitual se debió a las Ediciones Universitarias de Valparaíso y a su fundador y director de entonces, Oscar Luis Molina. Cuenta el editor y traductor que la revista "se vendió bien en librerías de todo el país, porque éramos una pequeña empresa y teníamos un muy buen sistema de distribución".

Como les pasó a Palomita blanca y La tierra prometida (cintas de Ruiz y Littin, respectivamente), de las que se dice que tenían exhibiciones previstas para septiembre del 73, Primer Plano tenía ya el material de su sexto número. Este incluía reveladoras entrevistas con la dupla documental Yankovic-Di Lauro y con el último director de Chile Films durante la UP, Eduardo "Coco" Paredes. Hay un especial de Luis Buñuel y su filme Tristana que ocupa casi un cuarto del número, y una mirada a los estrenos de 1972. Todo, con tipografías y diagramación que rescatan el espíritu de los números anteriores. Y con textos que hibernaron por décadas para interpelar a los cinéfilos de hoy.

*Foto: Cineteca Nacional

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