De Ester Soré y Violeta Parra a Carlos Santana: nuevo libro recorre cuatro décadas de música en el cine chileno

Fotograma de Escándalo (1940), de Jorge Délano.

En su más reciente trabajo, que se puede descargar gratuitamente, el musicólogo e investigador Martín Farías pone el acento en la dimensión sonora del cine nacional entre 1939 y 1973. Un ámbito históricamente poco abordado y condicionado por los procesos de restauración de títulos pioneros, donde destaca el trabajo de compositores como Gustavo Becerra, el polaco George Andreani y figuras de la música popular como Víctor Jara y Quilapayún a fines de los 60.


El último libro del musicólogo Martín Farías Zúñiga no podría haber salido hace 15 o 20 años. O al menos, habría resultado una versión bastante más incompleta. Así lo explica el propio autor, quien durante la última década se ha dedicado a analizar y estudiar en profundidad la relación entre la música y el teatro chileno (Encantadores de serpientes, 2012; Reconstruyendo el sonido de la escena, 2014), el documental (Ruidos-Imágenes-Voces, 2019) y ahora el cine local de mediados del siglo XX. Un cruce poco explorado en detalle y cuyo análisis está condicionado por el -a veces insuficiente- material y el archivo audiovisual que ha resistido al paso del tiempo o que ha podido ser restaurado por diversos organismos en los últimos años.

“La Cineteca Nacional y las cinetecas universitarias han hecho un trabajo crucial, porque para estos temas es fundamental poder ver estas películas. Por eso es un problema cuando la película se escucha muy mal o simplemente no está”, explica el autor. “En general las partituras no sobreviven, entonces lo que se hace es intentar transcribir las melodías para tratar de ir entendiendo mejor qué hicieron los compositores o por qué se eligió determinada música preexistente”.

Como resultado de ese meticuloso trabajo, Farías publica ahora Identidad y política en la música del cine chileno 1939-1973 (Editorial Ariadna), libro que ahonda en los usos de la música -y el diseño sonoro- en la cinematografía local en términos de significado e interpretación, así como la relación de estos con las circunstancias socio-políticas que marcaron al país durante el siglo XX. Desde 1939, cuando según el autor se establece la producción sostenida de películas con sonido óptico en el país, hasta el golpe de Estado de 1973, momento que produce un quiebre en el ámbito cultural del país junto a la desaparición o el exilio de diversos cineastas y compositores nacionales.

En ese sentido, más que una simple descripción cronológica, el volumen plantea temas interesantes en torno a la industria del entretenimiento criolla de mediados del siglo pasado, arroja nuevas luces en torno a la relación de música, cine, identidad y la historia política y cultural del país, al tiempo que entrega hallazgos y perfiles que no habían sido abordados a cabalidad en otras publicaciones.

Energía gris (1960), con música de Gustavo Becerra.

Así, mientras en 1979 Alicia Vega y su equipo afirmaban (en Re-visión del cine chileno) que la primera película con música original en Chile había sido Confesión al amanecer, de 1954, según el estudio de Farías ese hito corresponde en realidad a un título de casi dos décadas antes: El hechizo del trigal, cinta de 1939 que fue restaurada en su versión completa por la Cineteca Nacional recién en 2017.

“Desde los comienzos del cine sonoro ya hay vínculos con compositores que crean especialmente para cine chileno. Se sabe poco de la música para cine de esos años y me parecía importante ponerlo de manifiesto. Hasta ahora esas relaciones han sido algo nebulosas, se mencionan siempre los años 50, pero al revisar te das cuenta que hay un vínculo inmediato, porque ya desde la época del cine mudo había composiciones originales”, plantea el autor, quien incluso desliza que el momento pionero de su campo de estudio podría haber estado en Norte y sur (1934), de Jorge Délano, el primer largometraje de ficción con sonido sincrónico hecho en el país. “Pero es una película que está perdida, si estuviera disponible, si tuviéramos información de algun compositor o alguna música, ese sería probablemente el primer gran hito”, explica.

En cuanto a personajes relevantes, el libro destaca -entre otros- a George Andreani, un compositor polaco que había trabajado en el cine checoslovaco durante los años 30 y que luego, huyendo del nazismo, se instaló en Argentina, adquiriendo gran notoriedad como compositor de música para películas. Contratado por Chile Films en la década del 40,  trabajó en múltiples producciones locales y se volvió un actor clave de la industria criolla “emulando el estilo de Hollywood, las grandes orquestaciones, los efectos musicales para acompañar a los personajes en sus movimientos”, detalla Farías.

Por esos mismos años brilla, como contraparte, la filmografía de José Bohr, y sus números musicales que se volvieron un tópico recurrente para apelar a ideas de identidad nacional, al tiempo que promovían un sentido de espectacularidad en el cine, según el libro. “Bohr estaba por una cosa mas identitaria, por el folclor, por representar la vida rural de Chile”, cuenta el autor. “Es un cine bastante musical, con números enormes, con cameos de estrellas musicales de la época como Ester Soré, Carmen Barros o los músicos de Los Cuatro Huasos”.

A los anteriores se suman páginas dedicadas al trabajo para cine de grandes nombres de la música nacional, como Vicente Bianchi y Nicanor Molinare, además de Gustavo Becerra, “que fue súper importante en el desarrollo de esta estética mas renovadora, de incorporar otros elementos sonoros en el cine, de materializar un trabajo más experimental y de vanguardia”, dice Farías sobre el compositor para cintas como Día de organillos (1959) de Sergio Bravo y Valparaíso, mi amor (Aldo Francia, 1969), “con sus muchas variaciones sobre el vals La joya del pacífico, que se va ajusta a las necesidades de la historia”.

El volumen también destaca las obras para audiovisual de Violeta Parra. Una faceta tal vez menos conocida de la folclorista, que se puede rastrear en títulos como Mimbre y Trilla, dos documentales de Sergio Bravo de fines de los años 50 que quedan como único soporte de aquellas creaciones. “Si no tienes la película no te enteras que esa música existió, porque Violeta Parra compuso piezas especialmente para esas películas, una banda sonora experimental para guitarras sola, en una época que se hacía más música mas en formato de orquesta”, cuenta el investigador.

No todo son partituras originales y el volumen deja a su vez espacio para abordar el uso en cine de música ya grabada. Por ejemplo, la inclusión de piezas de nombres como Víctor Jara y Quilapayún -entre otros- en el cine y documental de corte más político de fines de los años 60 y comienzos de los 70. Una producción más urgente y de más rápida producción para la cual, en ocasiones, no había tiempo ni recursos para contratar a un compositor.

Por esos años destaca también el uso de la música de artistas extranjeros, como el guitarrista mexicano-estadounidense Carlos Santana, ídolo de Woodstock y uno de los músicos más exitosos del cambio de década. “La música de Santana se usó un montón -cuenta el autor-, en documentales sobre los balnearios populares, por ejemplo, la medida que implementó Allende para promover las vacaciones de los trabajadores, como también aparece aparece en otro documental sobre mapuches que llegan a vivir a Santiago”.

Jorge Farías en Valparaíso, mi amor (1969).

Al mismo tiempo, la investigación deja espacio a su vez para analizar aspectos que trascienden lo estrictamente musical, y que tienen que ver con los efectos sonoros, el uso o doblaje de voces y el diseño de sonido del cine chileno de aquellas décadas. “El Nuevo Cine Chileno, por ejemplo, Valparaíso, mi amor y El chacal Nahueltoro, tienen un trabajo sonoro súper interesante y súper rico que a veces ha sido pasado por alto, que tiene que ver con las narraciones, las voces en off, silencios de varios minutos. Hay cosas muy rupturistas que denotan una intención de comunicar”, plantea el musicólogo.

“En suma” -indica en sus páginas- en este trabajo propongo desafiar la historiografía y la investigación existente poniendo el acento en la dimensión sonora del cine chileno. Lejos de ser un aspecto secundario y decorativo, la música ha sido un elemento central en distintos momentos y prácticas del cine chileno, tanto a nivel interno en sus propuestas formales y narrativas como en el nivel externo en su discursividad y vínculos con lo social y político”.

Desde esta semana y en forma permanente, el nuevo libro de Farías se encontrará disponible para su descarga gratuita en el sitio oficial del autor. “El libro está publicado bajo la lógica del acceso abierto. Ahora que hay mucha gente pasándolo mal me parecía importante hacer una publicación abierta”, señala. De todas formas, se editará una versión física con copias limitadas y se prepara un lanzamiento oficial del volumen para las próximas semanas.

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