La historia oculta del insólito (y tenso) encuentro entre Arturo Alessandri y Benito Mussolini

Arturo Alessandri y Benito Mussolini. Se conocieron en 1925.

A inicios del 1925, mientras estaba en el exilio, el entonces derrocado mandatario tuvo la oportunidad de conocer al líder italiano. Este, deseó hacer del "León" un partidario del fascismo, pero el chileno resultó especialmente tozudo.


Fue cuando Arturo Alessandri, Presidente de Chile, estaba en el exilio en Europa, en 1925. En rigor, con un permiso que le había dado el Congreso para ausentarse del país por seis meses, tras los sucesos de septiembre de 1924 que lo habían sacado del gobierno de forma dramática y que dejaron a cargo al general Luis Altamirano. Estando en Italia, la tierra de sus ancestros, recibió un telegrama que le avisaba del golpe del 23 de enero de 1925, en que oficiales jóvenes, entre ellos Carlos Ibáñez del Campo, dieron un nuevo putsch y lo llamaban de regreso.

En el intertanto, Alessandri fue recibido en Roma por representantes oficiales del rey Víctor Manuel III y del primer ministro, Benito Mussolini, quienes le dieron la bienvenida al país. Asimismo, le comunicaron al chileno que Mussolini lo recibiría en su despacho, cosa que al “León” le extrañó, por una razón protocolar.

“No hice cuestión a que él era simplemente ministro y yo Jefe de Estado, razón por la cual era él quien debía visitarme en la embajada. Yo cuidaba mucho el prestigio y el rango de mi puesto, no con relación a mi modesta persona, sino en defensa del prestigio del país a quien representaba”, escribió en sus memorias.

Al día, siguiente, Alessandri partió a la oficina del Duce, quien gobernaba Italia con puño de hierro desde diciembre de 1922, a base de su ideología totalitaria, concentrada en su poder sin contrapeso y culto a la personalidad, contraria a la democracia liberal. Con él se encontró Alessandri, quien anotó la particular forma en que lo recibió Mussolini.

“Me recibió en traje de montar. Chaqueta corta hasta la cintura, pantalones de ante apretados hasta la rodilla en donde los recogían elegantes y lustrosas botas con espolines de plata. Demostraba así bastante sencillez el amo de Italia en aquellos tiempos, desentendiéndose de la cortesía y de la poco adecuada indumentaria para recibir a un Jefe de Estado que, desentendiéndose también de su posición y del protocolo, había aceptado gentilmente visitarlo en su sala de despacho”.

Extrañado ante los modales del Duce, Alessandri, mostrando gran personalidad, hizo lo suyo. “Después de la presentación oficial y de los saludos de estilo, Mussolini se sentí, medio de pie, en el canto de su gran escritorio y empezó a dase golpecitos con la huasca de montar en las botas, como para sacudirse el polvo recogido en su paseo matinal. Yo correspondí a aquella actitud bien poco protocolar levantándome de un cómodo sillón en que estaba y me senté rápidamente en el brazo de aquel artefacto. Eché en seguida mi pierna arriba, a la manera que usan los yanquis, no muy familiarizados con las reglas de urbanidad”.

Luego empezaron a charlar, y por supuesto, envalentonado por el éxito que había tenido para llegar al poder, Mussolini comenzó a tratar de “convertir” a Alessandri en partidario del fascismo. Pero el chileno era duro de roer. “Nuestra conversación giró sobre los acontecimientos últimos de Chile, de cuya eficacia dudaba Mussolini por estar basados en busca de aspiraciones y régimen democráticos que él consideraba caducos, inadecuados y funestos para dirigir los pueblos modernos. Refuté estos conceptos con gran energía, defendí el régimen democrático como el mejor inventado hasta el día y me manifesté francamente contrario al fascismo que el Duce trataba empeñosamente de hacerme aceptar como la panacea universal y la solución de porvenir para labrar la felicidad futura del mundo”.

Así pasaron los minutos, y ambos, tozudos, no cedían. Si Mussolini era un acorazado, Alessandri también lo era. “Como nuestro acuerdo no era posible, resolvimos suspender la discusión, notándose la contrariedad que trataba de disimular el Duce con palabras de cortesía y afecto. Le extraña, naturalmente, oír un lenguaje de firmeza y resolución para combatir ideas que nadie se atrevía a rebatir en su presencia”.

Pero habría otro round más pronto de lo que ambos pensaban. Esa misma noche, en un banquete en la Embajada de Chile, volvieron a encontrarse, y por supuesto, ambos cazurros retomaron la charla. Democracia liberal, por un lado, fascismo, por otro. “Mantuvimos ambos nuestras posiciones. Mussolini no me convenció de las bondades de su gobierno y yo tampoco lo convencí de que la democracia, sin desconocer sus defectos como todo lo humano, era hasta el día anterior el mejor régimen de gobierno inventado por los hombres”, recordó Alessandri.

Pero nadie cedió, y tras la cena, se despidieron, y Mussolini aprovechó de dejarle un mensaje al chileno. “El Duce se despidió de mí con especial afecto, prometiéndome continuar nuevamente nuestra conversación, porque no se convencía ni se conformaba con no conquistarme, para de hacer de mí un apóstol del fascismo”.

Y la respuesta del “León” no se hizo esperar: “Le insistí con firmeza en orden a que abandonara definitivamente sus esperanzas, que no conseguiría encontrar en mí un discípulo, afirmación que recordó con sentimiento cuando en junio de 1939, cuando lo vi por última vez, le reiteré mi fe más profunda que nunca en el triunfo de la democracia y el repudio y condenación de fascismo”.

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