Cuando Julio Iglesias orquestó el primer megaevento chileno en el Estadio Nacional

El artista más exitoso, mediático y vilipendiado del cancionero en español cumple hoy 80 años. Una vida que se anota un hito: cuando en 1977 realizó un show benéfico y multitudinario en el Estadio Nacional. Algo que ningún otro cantante en solitario se había atrevido. Pero el español quería tener su propio récord.


El vinculo entre Julio Iglesias y Chile semejaba un péndulo. Luego de saltar a la fama para Latinoamérica en el Festival de Viña de 1969 con ese himno al curso de los años como es La vida sigue igual, volvió al evento en 1973, con su presencia eclipsada por la agitación política que vivió la Quinta Vergara ese verano en presentaciones como la de Quilapayún.

La revancha en el certamen fue dos años después, cuando también aprovechó de programar un espectáculo especial en la cárcel de Valparaíso.

Fue un bochorno.

Tras haber aparecido en un escenario minúsculo e improvisado y decir frente a los reclusos que él también se sentía prisionero, “prisionero de mis compromisos, de cantar aquí y allá, de los hoteles, de los aviones, de las fans no me dejan en paz”, fue pifiado de manera estrepitosa. Tuvo que arrancar del recinto sin interpretar una sola palabra. No era el discurso más apropiado para un lugar donde también había presos políticos.

Iglesias en Chile en los 70. ARCHIVO HISTORICO / CEDOC COPESA

Quizás por lo mismo, la siguiente visita del español debía doblegar los malos recuerdos y ser aún más en grande. De esa forma, junto a su mánager de la época, Alfredo Fraile, el hombre que diseñó su asalto al estrellato, ideó un plan maestro: presentarse en un show benéfico y multitudinario en el Estadio Nacional, el principal reducto deportivo del país.

Hasta ese momento, ningún artista en solitario había actuado en el coliseo de Ñuñoa. Era algo impensado, un espacio difícil de repletar, reservado además para las citas deportivas y con el fantasma reciente de haber funcionado como centro de reclusión y tortura para los primeros años de la dictadura militar. Al menos en el país, por tratarse de un mercado aún embrionario, los artistas no se presentaban en grandes estadios y existían pocos antecedentes; sólo Paul Anka en 1960, arrasando en el desaparecido Estadio Independencia de Santiago, podía contar una historia a gran escala.

Las afueras del Estadio Nacional para el show de 1977. ARCHIVO HISTORICO / CEDOC COPESA

Pero Julio Iglesias estaba ahí para reescribir las marcas. Su show fue a las 19.30 horas del viernes 11 de febrero de 1977. El primer megaevento en suelo nacional mucho antes que ese concepto se hiciera habitual a partir del recital de Rod Stewart en el mismo reducto en 1989.

En el caso del hombre de Soy un truhán, soy un señor, las entradas tuvieron precios populares - $5 la galería y $60 las localidades preferenciales- e iban en directo beneficio de la fundación Pequeño Cottolengo, de Cerrillos. La publicidad en los periódicos de esos días demuestra cómo ha variado el uso del lenguaje para referirse a personas con capacidades distintas: a la institución se le trata como un “hogar de niños deficientes mentales”.

Publicidad en la que se promociona el show del cantante en el Nacional. ARCHIVO HISTORICO / CEDOC COPESA

Por su lado, a Iglesias se lo calificaba en la prensa como “el huracán Julio”, por su capacidad para arrasar con todo lo que se le pusiera por delante.

De hecho, en algunas webs posteriores dedicadas al intérprete, se reporta que esa noche juntó a 100 mil personas y que materializó el “evento más grande de la historia”. No es para tanto: La Tercera en su edición del día posterior sitúa la convocatoria en 60 mil espectadores, número plausible hasta hoy para un Nacional atiborrado.

Portada de La Tercera el día después del espectáculo. ARCHIVO HISTORICO / CEDOC COPESA

El cantante entró vestido de blanco y rodeado de Carabineros, subiéndose a un descapotable que lo llevó a recorrer la pista de recortán, mientras la gente lo saludaba agitando pañuelos del mismo color.

“Desde la una de la tarde el público llegó al recinto, quedando miles de personas sin poder entrar. Al anochecer, la locura por acercarse al astro hizo ceder un sector de la reja olímpica, quedando medio centenar de heridos”, informaba este diario, en referencia al incidente en que personas apiñadas en galería botaron una reja hacia el sector de cancha.

Iglesias cantó por dos horas y en un momento hasta hizo subir a su padre, el doctor Julio Iglesias Puga -que lo acompañó durante toda su venida- para dedicarle Canto a Galicia. Sobre el final del tema, antes las cámaras de TV, se largó a llorar de emoción. Son quizás las únicas imágenes que se conocen del artista llorando en público.

“Hasta las 10 y media de la noche, el delirio continuaba. Nadie quería salir del estadio y el monstruo de miles de cabezas seguía gritando ¡Julio! ¡Julio! A los heridos se sumaban decenas de lolas y mujeres adultas histéricas. Fue realmente la locura. Algo nunca antes visto”, reseñaba con sorpresa La Tercera.

Pero las lágrimas y los boletos a precios módicos también escondían un propósito más funcional.

Iglesias llorando en el show. ARCHIVO HISTORICO / CEDOC COPESA

Iglesias quería que el Nacional se llenara para demostrar su poderío popular ante el planeta. Así lo cuenta a Culto Hans Laguna, autor de Hey! Julio Iglesias y la conquista de América (2022), quizás el mejor libro que se ha escrito sobre el hispano: “El histórico concierto de 1977 en Chile significó la culminación de su conquista del mercado latinoamericano, en el que había ido penetrando desde los inicios de su carrera. A partir de entonces, puede afirmarse que Julio inicia lentamente otra campaña de conquista, esta vez de la América angloparlante, que se producirá definitivamente en 1984″.

¿Y sabía que el sitio había servido sólo un par de años antes como centro de detención? Laguna responde: “Desconozco si tenía constancia o no de unos hechos tan terribles. Sí sé que, unos años más tarde, le preguntaron en España por esta cuestión y declaró tener la conciencia tranquila. ‘No hago política, solo canto para distraer’, afirmó. Esta postura fue también la de otros baladistas románticos latinos que, por aquella época, no tenían problemas en cantar en países con dictaduras como Argentina, Chile o Perú. Hay que señalar que, por desgracia, esta idea de que el entretenimiento es algo ‘apolítico’ e inofensivo sigue vigente. Estrellas actuales como Justin Bieber, Kanye West o Nicki Minaj tampoco han tenido reparos en actuar a cambio de grandes sumas de dinero en fiestas de dictadores uzbekos o kazajos, o de dar conciertos en países que violan los derechos humanos”.

El cantante en un baño de masas en Ñuñoa. ARCHIVO HISTORICO / CEDOC COPESA

En lo concreto, el paso de Iglesias por el Nacional pudo ser financiado por otros shows que dio antes, en ese mismo febrero, en Viña del Mar: cinco en el casino y dos en el propio Festival. Por todo, se le pagaron US$ 25 mil de la época. Al final, todos ganaron.

“Jamás en mi vida había actuado ante una multitud semejante”, dijo el cantante al bajarse del escenario en Ñuñoa. “Es algo que reservaré para contárselo a mis hijos, nietos y bisnietos”, remató. ¿Hoy, justo cuando cumple 80 años, se lo estará contando a alguno de ellos recluido en una de sus mansiones?

El artista en el Nacional. ARCHIVO HISTORICO / CEDOC COPESA

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