Las revelaciones de Geddy Lee: drogas duras y revanchas

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Las revelaciones de Geddy Lee: drogas duras y revanchas

La autobiografía del bajista y cantante de Rush revela episodios sorprendentes en la trayectoria del trío canadiense, supuestamente alejado de los excesos tradicionales del rock. También hay una mención a Chile.


Durante décadas, Rush fue denostado con especial regocijo por la prensa especializada, como ejemplo de lo peor que podía ofrecer el rock en un cruce insoportable entre metal y progresivo, géneros perpetuamente rechazados por la crítica -dueña de un paladar caviar, se supone- como representación de escasa onda. Los virtuosismos, la ciencia ficción, la mitología, las referencias literarias y los devaneos filosóficos, todo coronado por la aguda voz de Geddy Lee, convirtieron al trío en un blanco perfecto a pesar de sus ventas millonarias, la confesa admiración de artistas diversos como Metallica y Jeff Buckley, y una legión de devotos.

“El crepúsculo de los dioses geek”, tituló la revista Rolling Stone en junio de 2015, en la única portada concedida a los canadienses, obviando el sostenido éxito en EEUU por largos años entre la década del 70 y el tour final en 2015, sin contar con singles aptos para la radio y el favor del periodismo. El titular reiteraba el juicio cronista musical de siempre, la mirada por sobre el hombro: Rush como la encarnación nerd y aburrida por esencia.

Photo of Neil PEART and RUSH and Alex LIFESON and Geddy LEE

La reciente autobiografía de Geddy Lee My effin’ life no va a convencer a detractores, pero sí revela hábitos y eventos propios de la gran mayoría de los artistas rock de la era dorada del género. Probablemente no había mucho sexo en las numerosas giras de Rush, pero en cuanto a consumo narcótico, etílico y ajustes de cuentas con rivales, los canadienses fueron como cualquier banda.

Nariz sangrante

Los fans saben que A passage to Bangkok del álbum 2112 (1976), relata un viaje ficticio por algunos de los destinos cannábicos más reconocidos del planeta. Lo que no se sabía es que las sustancias psicotrópicas y los químicos integraron tempranamente el recetario de la banda fundada en 1968. Lee revela que desde la adolescencia las distintas alineaciones de Rush, antes de la formación definitiva con Alex Lifeson en guitarra y Neil Peart en batería, fueron proclives al consumo habitual de LSD, STP (dimetoxianfetamina) y hongos alucinógenos.

Con matices, el tabaco acompañó prácticamente toda la carrera del grupo. Mientras Lee llegó a fumar una cajetilla diaria -se detuvo en 1983-, Peart encendió cigarrillos hasta el final de sus días.

El alcohol también fue habitual en la existencia de Rush con períodos donde su consumo desbocó al personal de gira con algunos casos problemáticos, y borracheras memorables de los miembros del grupo, incluyendo un episodio con destrozos y ataque a personal de seguridad en un hotel de Manchester por parte de Alex Lifeson, tras empinar una docena de cortos de coñac.

El bajista recuerda especialmente los carretes de alto contenido etílico con bandas como Thin Lizzy -cuyo líder Phil Lynott falleció alcoholizado en 1986- y UFO. Pete Way, el bajista de estos últimos (una influencia en el look de Steve Harris de Iron Maiden), se hizo amigo de Lee. Junto con aconsejarle que no escuchara rock progresivo, Way se reía de las alambicadas composiciones de Rush como Xanadu. En un show, Lee descubrió que Pete había clavado unas pantuflas al lado de su pedalera Moog para acompañar su atuendo circa 1977, una bata satinada. A su vez, Lee se partía de la risa cada vez que escuchaba que el bajo de UFO dejaba de sonar, señal clara de un costalazo de Pete borracho.

Según revela Lee, el oscuro Caress of steel (1975) fue compuesto bajo los efectos del hachís. “Tiene mucho menos eco del que creíamos (...) sonaba más reverberante de lo que realmente era”.

A partir de 1977, cuando Rush comenzó a liderar giras con un calendario anual de dos conciertos cada tres días, el equipo se metió de lleno en la cocaína. “Estábamos tan adormecidos por los interminables viajes en coche y los conciertos casi nocturnos -cuenta el músico- que un rápido subidón de energía nos parecía práctico”.

Así, desde 1977 hasta principios de la década de los 80 Geddy Lee fue adicto. Si bien había abandonado el consumo de marihuana “porque me ponía paranoico”, y se consideraba “más conservador que mis compañeros en lo que respecta a las drogas recreativas” -Lifeson coqueteó con el éxtasis en los 90, en tanto Peart almacenaba tabaco, yerba y whisky en las giras-, Geddy Lee llegó a usar una cadena al cuello con una nota musical como pendiente, precisa para aplicar dosis.

“No estaba preparado -confiesa- para saber hasta qué punto la coca me iba a enganchar”.

Lee aprovechaba los solos de batería o la pausa antes del bis para aspirar unas líneas. Creyendo que en el hogar se libraría de la droga, advirtió que su esposa y amistades ligadas al mundo de la moda y el diseño, estaban en la misma órbita.

El hábito comenzó a afectar su voz. “Cuanta más coca consumía, más cigarrillos fumaba, lo que me provocó una tos muy fuerte y, además, problemas para dormir”.

El personal de gira de Rush también estaba habituado. Un conductor se acostumbró a trazar rayas sobre los equipos, mientras roadies y músicos esperaban su turno. “Sabía que me estaba haciendo daño (...) me sangraba la nariz y me salían costras, pero a pesar de mi instinto seguí haciéndolo”.

El ambiente de los tours comenzó a enrarecerse con personajes dudosos en bambalinas. Tras un show en el Medio Oeste, Lee abordó su autobús para encontrar a un narcotraficante instalado con un maletín, una pesa y un teléfono satelital. Pronto se enteraron que el FBI seguía los pasos del dealer.

Los problemas de salud, eventos regados donde lo único que importaba eran los jales, y un episodio en Texas donde Lee y un amigo engancharon con una chica que llevaba coca, la llevaron al bus de la gira, esnifaron la droga y la echaron, fueron las alarmas definitivas para dejar paulatinamente a la diosa blanca.

Jódete Bill

Geddy Lee dice que si bien le enseñaron a nunca hablar mal de los muertos, deja escapar un “fuck you” cuando evoca al legendario promotor Bill Graham, fallecido en 1991, uno de los más reconocidos de la escena estadounidense; amo y señor en San Francisco, responsable de convertir en santuarios rock salas como The Fillmore y Winterland ballroom.

Tuvieron varios encontrones. El primero en 1975, cuando Rush teloneaba a Kiss. Los invitados especiales eran The Tubes, favoritos de Graham, al punto que les dio preferencia absoluta en el trato, a costa del resto. Un roadie del promotor dañó por descuido un amplificador de Alex Lifeson. El guitarrista persiguió furioso a Graham exigiendo -sin resultados- que se hiciera cargo.

“Lo que le habría costado cien dólares aquel día -reflexiona Lee- marcó el tono de nuestra relación para siempre”.

En 1976, en una fecha compartida con Ted Nugent y los ingleses Be-Bop Deluxe, el personal de Bill Graham detuvo la música característica que introducía al trío para presentarlos como Mahogany Rush, la banda del guitarrista canadiense Frank Marino.

El siguiente encontrón sucedió en Winterland en 1977, con el trío como cabeza de cartel de una fecha compartida con UFO y Max Webster. “Nos enteramos de que había desenterrado a un grupo local llamado, no bromeo, Hush”, relata el bajista.

Decididos a desquitarse, Rush comenzó a planificar sus giras en la costa oeste eludiendo los dominios de Bill Graham. Cuando el trío conquistó el estrellato en EEUU con Moving Pictures (1981) -tercer puesto en el Billboard 200- agotando rápidamente un par de conciertos en Cow Palace, Bill Graham se presentó con una partida de vinos de Napa Valley con una etiqueta que rezaba “30.000 fans de Bay Area no pueden estar equivocados”. Los miembros de Rush lo saludaron con fingidas sonrisas.

En 2013 llegó el momento de ajustar cuentas con Jann Wenner, el creador de la revista Rolling Stone, cuando Rush fue declarado miembro del Salón de la fama del rock and roll. El periodista y empresario se ufanó de excluir a los canadienses de la entidad que dirigió por décadas, a pesar de que el grupo podía formar parte de los nominados desde 1998, y de la declarada influencia ejercida en la élite rock de los 90, con el explícito reconocimiento de artistas como Nine Inch Nails, Tool, The Smashing Pumpkins, Primus, Pantera y Rage Against the machine, entre varios.

Apenas Wenner pronunció “desde Toronto” en la ceremonia, el sitio se vino abajo entre vítores y aplausos. La gran mayoría de los asistentes estaba ahí por Rush y, de paso, restregar a Wenner su porfía. El ejecutivo hoy caído en desgracia se acercó a la mesa del trío.

“Increíble”, susurró a Lee.

“El hombre (...) que presumía que nos había mantenido sin ayuda de nadie fuera de esta sala sagrada (y que prácticamente nos había ignorado en su revista) -escribe el bajista-, estaba visiblemente conmocionado (...) Tengo que admitir que también fue un momento muy dulce”.

El amargo adiós

Si bien Geddy Lee admite que los encontrones con Alex Lifeson y Neil Peart se pueden contar con los dedos de una mano en más de 40 años -tempranamente decidieron repartir sus derechos en partes iguales-, la gira R40 tuvo un prólogo y un epílogo amargo para el cantante, bajista y tecladista.

Peart, convencido que la banda había llegado a un peak creativo imposible de superar con el último álbum Clockwork angels (2012), y que prontamente su estamina no le permitiría sostener conciertos maratónicos, expresó a la banda y al manager Ray Daniels en 2014, el deseo de no ir de gira al año siguiente. A la par, deslizó la intención de retirarse. Lifeson planteó que por sus problemas de salud, incluyendo artritis, estaba pensando seriamente en dejar de tocar en vivo. Por lo mismo, prefería concretar un tour lo antes posible. Neil Peart apenas disimuló su rabia y Geddy Lee quedó estupefacto. Su banda de toda la vida tenía fecha de vencimiento a la vuelta de la esquina.

La tristeza del músico aumentó cuando supo que sólo habría 35 fechas en poco más de tres meses, lo máximo que el manager logró negociar con Peart. Sus deseos de visitar Europa y Sudamérica quedaron sepultados. Cabe decir que en el libro, Lee califica al público chileno como “absolutamente increíble”, por el show ofrecido en el Estadio Nacional en octubre de 2010.

A medida que el tour avanzaba, el ambiente se hacía cada vez más sombrío. El único que parecía genuinamente contento era el reverenciado baterista. Incluso Lifeson, recuperado de los achaques, estaba desilusionado por no extender la gira. “Era la única persona de toda la organización que se sentía más feliz a cada paso que se acercaba al final”, escribe Lee.

Cuando llegó la última fecha el 1 de agosto de 2015 en el Forum de Los Ángeles, Peart prácticamente ignoró a sus compañeros cercando su área de camerinos para familiares y amigos. Terminado el show, no participó de la fiesta del equipo y, de hecho, no volvió a ver a Lee y Lifeson hasta un año más tarde tras revelar el cáncer cerebral que padecía.

Poco antes de morir el 7 de enero de 2020, Neil Peart repasó la discografía de Rush. Diariamente, iba hasta su despacho a escuchar cada álbum. En el crepúsculo de su existencia, hizo saber a sus camaradas y amigos lo orgulloso que estaba de la obra en conjunto.

Más que venganza, los nerds habían triunfado rockeando con todo.

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