El persistente reinado de la pintura en Chile

<P>El libro <I>Revisión técnica</I>, que se lanza en Feria Ch.ACO, reconstruye la pintura local de 1980 a hoy.</P>




Fue la primera polémica artística desde el regreso a la democracia. A fines de 1994, el artista Juan Domingo Dávila publicó una serie de postales donde retrataba a Simón Bolívar travestido, con pechos femeninos y rasgos indígenas. La obra era parte de un proyecto del grupo Escuela de Santiago, formado por Eugenio Dittborn, Arturo Duclos, Gonzalo Díaz y el mismo Dávila. Financiada por Fondart, la imagen despertó las quejas de Venezuela y las inmediatas disculpas públicas del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile.

La escena de arte chileno mutaba otra vez y hacía noticia nada menos que desde la pintura. La performance y el video arte, que irrumpieron en los 70 con la Escena de Avanzada y el Cada, dejaban espacio a lo pictórico. Era una pintura renovada, que abandonaba la tela para ir a nuevos soportes, como el arte callejero y las instalaciones. Dávila citaba al pop art, usaba recortes de prensa y cómics.

En 1982, la muestra Historia sentimental de la pintura, de Gonzalo Díaz, tenía la imagen de la joven del limpiador Klenzo como ícono.

A eso se sumó la progresiva inserción de Chile en los circuitos internacionales de arte. Duclos viajaba por España, Italia y EEUU con sus telas enrolladas bajo el brazo, y Eugenio Dittborn rompía los límites formales con las pinturas aeropostales: lienzos de gran formato, mezcla de foto, dibujo y recortes que plegaba y enviaba por correo a cualquier parte del mundo.

Los cambios y la revalorización que la pintura ha sufrido en las últimas tres décadas es retratada en Revisión técnica, libro compilado por Jorge González Lohse, quien se concentra en la pintura entre 1980 y 2010, pasando revista a la obra de 100 autores. El volumen, editado por Ocho Libros, será lanzado el 28 de septiembre en la Feria Ch.ACO.

Emulando a una guía telefónica, el libro plantea a través de imágenes los quiebres, caminos y pulsiones de la disciplina. "Desde el 90, la pintura compite de igual a igual con otras instancias artísticas. Diez años atrás esto no pasaba. Hoy el mercado explotó. Se abrieron más escuelas de arte y espacios de difusión", señala González, también pintor. "Aunque se critique, el Fondart ha posibilitado la creación de obras de arte. Ese fue un cambio esencial".

Durante dos años, González revisó catálogos de exposiciones, visitó talleres, muestras y seleccionó a los artistas de acuerdo a su propio gusto: desde Dittborn, Díaz y Eugenio Téllez, pasando por Samy Benmayor, Natalia Babarovic y Voluspa Jarpa, a la generación del 2000, con Pablo Ferrer e Ignacio Gumucio. También hay veinteañeros, como José Pedro Godoy y Pablo Serra. "La figura clave en este puzzle es Dávila, para mí el gran pintor chileno de la segunda mitad del siglo XX. Lamentablemente, no quiso participar en el libro", dice el curador.

Pintar sin límites

Innegablemente política, pero alejada de lo panfletario, la pintura local de inicios de los 90 se renovó con temáticas como el consumo, la identidad y la globalización. Un ejemplo es Bruna Truffa (46), que mezcla una estética kitsch con símbolos religiosos, latinoamericanos y cotidianos, desde letreros públicos a revistas de moda. "En los 80, el que pintaba era tonto. Yo no dudé de que esa sería mi forma de mirar el mundo. Soy pintora más que cualquier otra cosa. Cuando trabajo con instalaciones, siento que son una pintura gigante", dice Truffa.

Para González, Chile tiene una tradición pictórica ineludible, que hasta hoy las universidades fomentan: "Las mallas de las escuelas ponen su énfasis en la pintura. En este libro también, pero es una pintura que se desplaza hacia la instalación, la fotografía, el objeto. Voluspa Jarpa hace volúmenes que siguen pareciendo pinturas y Gonzalo Díaz no pinta, pero su muestra Rúbrica es un ejercicio de color".

La inquietud por los límites del género es recogido por artistas jóvenes, como Pablo Ferrer (33), quien recupera juguetes como vaqueros y superhéroes. "La pintura es económica, versátil y eficaz a la hora de armar imágenes. Me interesa su poder de representación. Los juguetes son miniaturizaciones del mundo que, al llevarlas a formatos gigantes, se complejizan", comenta el artista. Al revés, Rosario Carmona (26) lleva la pintura a su mínima expresión, al pintar escenas en telas no más grandes que un dedo pulgar: "El pequeño formato surge como una posibilidad para proponerle al espectador que se acerque, como una manera silenciosa de llamar la atención. Mi obra se pregunta sobre la expansión de la pintura, de una manera muy tímida".

Si en los 80 la pintura tuvo sus primeros acercamientos a otros soportes, consolidándose en los 90, hoy la disciplina no sabe de límites. La pintura se filtra en las calles con el arte callejero de Vazko/Basco, navega por internet con las fotopinturas de Diego Martínez y se dignifica en cartones y cajas de huevos en la obra de Felipe Cusicanqui.

En materia de mercado, también ha salido favorecida. La mayoría de las galerías, entre ellas las más nuevas (Moro, Florencia Loewenthal, Animal o Die Ecke), inclina su catálogo a pintores y el 70% de la oferta artística de la Feria Ch.ACO del año pasado se concentró en pintura. "Al mercado le conviene que haya gente pintando. Creo que tiene que ver con lo accesible que es para el ojo público. Hay toda una tradición de por medio", concluye el pintor Pablo Ferrer.

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